venerdì 16 maggio 2008

Reivindicación del Tao

En pleno agosto aterricé un día en Barcelona, de paso, como siempre, y aproveché para llamar a un viejo amigo de la infancia. Llevábamos más de veinte años sin vernos, pero acabábamos de retomar contacto por carta. Hubo carambola. Naturalmente, estaba de vacaciones, pero precisamente ese día había dejado a su familia en los cuarteles de verano de la Costa Brava y había bajado a Barcelona por cosas de trabajo. Cenamos juntos, no recuerdo dónde. Sólo recuerdo que no ahorramos en vino.

Nos despachamos a gusto contando y exagerando nuestras vidas, hasta que en cierto momento él se puso serio: “Mira, lo bueno de La Farga”, me dijo febrilmente, “es que te dicen qué está bien y qué está mal. Luego te dicen que obres con libertad, pero primero te han enseñado qué está bien y qué está mal”. La Farga es el colegio en el que ambos habíamos estudiado.

“Yo, desde luego, enseguida hice lo que me pedía el cuerpo y me dejé de historias”, siguió, “pero llega un momento en que te paras y dices: ¿adónde estoy yendo? Pues bien, en ese momento yo sabía algo sobre lo que debía hacer. Hoy, en cambio, la gente joven no lo sabe, no se lo han explicado ni en su casa ni en la escuela: porque, para empezar, ni los padres ni los profesores creen demasiado en el bien y el mal”.

Parecía todo muy simple, pero quizá no era ninguna tontería. In vino veritas, pensé.

Del bien y del mal, y de la pérdida de sentido de estos términos, trata La abolición del hombre (Encuentro, 2007), ensayo breve, lucidísimo, de C.S. Lewis.

De entrada, Lewis critica el positivismo lógico y demuestra que los sentimientos morales son algo real y necesario. El hombre es abolido, dice Lewis, cuando, dominado por la razón o por el instinto, convertido en mero espíritu o en mero animal, desatiende al corazón, elemento intermedio entre el cerebro y el vientre. Sobre todo, Lewis cree en la ley natural, en eso que él llama Tao, o sea Camino. Tao es el término sobre el que la cultura china ha construido su filosofía de la vida. La tesis de Lewis es que todas las culturas se fundamentan en una idea común, universal, con variantes poco significativas, acerca de cuál es el camino del hombre, acerca de dónde está el bien.

Hace sesenta años, cuando este libro fue escrito, la descatalogación del bien y el mal como realidades objetivas era una ocurrencia subversiva de unos pocos teóricos. Hoy es un hecho consumado. Hoy está bien o mal sólo lo que en cada momento establece el consenso: ahora mismo es malo ir en moto sin casco, pintar la casa de un color atípico o abusar de menores; es bueno ir a manifestaciones contra el terrorismo, usar preservativo y practicar la recogida selectiva de residuos. Una ética de mínimos, lógicamente. Una ética que no tiene voz para decir “No bebas”, sino sólo “Si bebes, no conduzcas”.

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