venerdì 26 settembre 2008

Fenoglio y Vittorini

La épica de Fenoglio no se contenta con el mito de la guerra. Tiene otro mito que comunicar: el de su tierra piamontesa, con su paisaje y su paisanaje.


El factor local tiene una presencia fuerte en todas sus historias, pero especialmente en una novela no relacionada con la guerra partisana, La mala suerte. Título profético, por cierto, para la fortuna del autor.


Era aquella una época en la que, como en todas, la literatura tenía sus propios templos y sus propios sacerdotes. El gran templo era la editorial turinesa Einaudi, donde oficiaba como gran sacerdote el novelista y crítico Elio Vittorini. Con él nunca se llevó bien Beppe Fenoglio.


Muchas cosas lo separaban de él. Aunque, por temática y por toma de postura, su narrativa puede adscribirse al neorrealismo, la corriente en la que entonces se reconocía toda la literatura comprometida, Fenoglio hizo fruncir el ceño más de una vez a Vittorini, que de la ortodoxia del neorrealismo era, por así decir, el guardián. Su primer libro, la colección de cuentos I ventitré giorni della città di Alba (1952), fue publicado por Einaudi, y La mala suerte (1954) también. Pero La mala suerte salió con una nota editorial más crítica que amable: Vittorini, que la firmaba, dejaba en ella constancia de su desagrado ante lo que consideraba el provincialismo de Fenoglio, que según él le impedía convertir sus retratos de ambientes y condiciones, comunicados al lector “a fuerza de afrodisíacos dialectales”, en símbolo de historia universal.


Resulta embarazoso contradecir a Vittorini (el señor de la foto) justamente cuando se celebra su centenario, pero su reproche es claramente infundado: La mala suerte se ha traducido a varias lenguas, por ejemplo al español (Huerga y Fierro, 2006), así que algo de universal debe de tener. “Local is real”, dice el eslogan. En mi opinión, precisamente por estar enraizada en un contexto local, en el concreto ámbito piamontés, esa historia de servidumbre y vejación que es La mala suerte tiene algo que decir a todo el mundo. Precisamente por eso cualquier desposeído de la tierra puede reconocerse en ella.


El caso es que, después de esta novela, Fenoglio tuvo que cambiar de editorial: de Einaudi pasó a Garzanti, con la que firmó un contrato leonino que luego sería también fuente de conflictos.


Y a esos nuevos conflictos Fenoglio ya no sobrevivió: murió en 1963, con sólo cuarenta años.


No era una persona particularmente religiosa (por ejemplo, en Alba causó escándalo su matrimonio civil), pero quiero imaginar que al pensar en la muerte suscribiría íntimamente una oración que él mismo había compuesto, la oración de la madre de Agostino, el protagonista de La mala suerte: “Estaré contenta de que me llames a tu presencia, cuando a ti te parezca bien. Y entonces ten en cuenta lo que he hecho por amor y sé indulgente con lo que he hecho por la fuerza”.

venerdì 19 settembre 2008

El partisano Fenoglio

Beppe Fenoglio (1922-1963) es uno de los grandes nombres de la literatura italiana de posguerra. Aunque sean otros los escritores de su generación que más suenan (Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Natalia Ginzburg), su obra, ya con medio siglo de solera, resiste bien el paso del tiempo: aún no ha dado lugar a un redescubrimiento explosivo en el mercado editorial, a algo análogo a los casos Marai o Némirovsky, pero con los años su peso se consolida.


Claro: Beppe Fenoglio tiene una historia que contar. Fenoglio ha hecho la guerra, y la ha hecho, más que como soldado (aunque también), como partisano: ha luchado en la Resistencia. Y es preciso decirlo: la Resistencia es el mito sobre el que se ha construido la Italia actual, como sobre la guerra de Troya se funda la Grecia clásica.


Fenoglio fue movilizado en enero de 1943 y pasó unos meses en un cuartel de la periferia de Roma, hasta que en septiembre, tras la salida de escena de Mussolini, el mariscal Badoglio pactó un armisticio con los aliados: en cuestión de horas, el ejército italiano se disolvió y el alemán liberó a Mussolini y ocupó el centro y el norte de la península. Ante aquel cuadro, y tras un accidentado viaje hasta su ciudad natal, Alba, en el Piamonte, Fenoglio se incorporó a la lucha partisana. Militó primero en una brigada comunista y luego en otra badogliana, y participó, con fortuna desigual, en varias acciones de guerra.


Una de las mejores novelas de Fenoglio es Un asunto privado, que vio la luz dos meses después de su muerte. En castellano ha sido publicada por Barataria (2004). El tema es la guerra, pero vivida, tal como dice el título, como cuestión personal. El partisano Milton se mueve en solitario y persigue un único objetivo: hacer un prisionero, por el motivo personalísimo de que necesita a alguien a quien canjear por su amigo Giorgio, capturado a su vez por los fascistas. Necesita liberar a Giorgio para que le explique por qué pocos días antes le ha traicionado: por qué se ha llevado, en su ausencia, a su novia Fulvia.


La experiencia de la guerra es común a Fenoglio y a otros escritores de su generación. Pero las coordenadas de la épica de Fenoglio son muy distintas de las de sus congéneres (o, al menos, de la mayoría de ellos): deslumbrados por la ideología, éstos solían mirar al futuro, mientras que a Fenoglio le interesaba sobre todo el pasado en el que la condición humana hunde sus raíces; atentos fundamentalmente a despertar en las masas la conciencia de clase, relegaban al olvido los destinos individuales, mientras que Fenoglio salía precisamente en busca del hombre solitario.


Yo en la “unidad de destino en lo universal”, como decía cierta retórica felizmente olvidada, no creo. Por eso prefiero a Fenoglio: prefiero la vocación personal al destino colectivo. Supongo que es el mismo prejuicio que hace que me inspire más confianza la psicología que la sociología.

venerdì 12 settembre 2008

Gli aforismi di Hofmannsthal

L’aforisma è un genere impegnativo. Un aforisma è difficile da trovare e difficile da lavorare, da intagliare fino al raggiungimento della forma perfetta. Come un diamante. Solo che un aforisma banale dà sempre nell’occhio, e invece un diamante falso può passare per vero.

Il libro degli amici, di Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), è un libro di aforismi molto speciale. Non solo perché fatto di pensieri sempre suggestivi, ma anche perché non c’è in essi neanche l’ombra di quella deriva verso l’ironia tipica di tanti cultori del genere aforistico (in ambito francese e britannico, per esempio).

I lettori di questo libro sono da Hofmannsthal ritenuti appunto “amici”: persone a cui si vuole bene e con cui si avvia una conversazione senza reticenze, propositiva, una conversazione che possa in qualche modo aiutarli a crescere.


In questo senso, Il libro degli amici ha diversi punti di contatto, anche nei contenuti, con Cammino, di san Josemaría Escrivá (1902-1975), un libro di aforismi spirituali, edificanti.

Dice
Hofmannsthal, per esempio: “Si può bene immaginare un uomo generoso e munifico, che creda non si debba essere munifici e reprima la sua liberalità, tutto per un sentimento del dovere”. E, da parte sua, dice Escrivá: “Fa parte della condizione umana stimare poco quello che costa poco. —Questa è la ragione per cui ti consiglio l'«apostolato del non dare». Non mancar mai di riscuotere ciò che è giusto e ragionevole nell'esercizio della tua professione, se la tua professione è lo strumento del tuo apostolato”.

Un altro esempio. Hofmannsthal: “L’egoismo non pecca tanto nelle azioni quanto nell’incomprensione”. Escrivá: “Più che nel «dare», la carità consiste nel «comprendere». —Perciò, cerca una scusante per il tuo prossimo —ne troverai sempre— se hai il dovere di giudicare”.

Per il resto, sia Cammino che Il libro degli amici comprendono un migliaio circa di aforismi di poche righe, e tutti e due hanno visto la luce in prima battuta in un’edizione fatta dall’autore per una cerchia ristretta di lettori: 800 copie del suo libro ha stampato e rilegato bellamente Hofmannsthal nel 1922 per i suoi amici; una cinquantina, forse, di fascicoli rozzamente dattilografati, con la prima tranche di un Cammino ancora in fieri, ha distribuito Escrivá nel 1932 tra i suoi primi seguaci (si veda a questo proposito la recente edizione critica di Cammino a cura di Pedro Rodríguez).

Hofm
annsthal non è un prete, certo. Né Il libro degli amici è una guida ascetica. È comunque un vero “breviario” (così lo chiama Gabriella Bemporad, curatrice dell’edizione italiana, targata Adelphi): un breviario etico ed estetico.

venerdì 5 settembre 2008

La giovinezza infranta di Cristina Campo

Il 25 settembre 1943 gli alleati bombardano Firenze. Anna Cavalletti, compagna di precoci fatiche letterarie e amica intima di Cristina Campo, muore.

Rifugiata a Fiesole, il 12 novembre Cristina scrive al padre, spesso assente per via della situazione politica, troppo incerta e pericolosa. "Lei ha vent'anni ed è appena stata a Firenze a visitare la casa saccheggiata nei mesi confusi seguiti alla caduta di Mussolini. La scrittura è quella che avrà per tutta la vita, rotonda e regolare. La fermezza dei propositi anche. Più che una lettera è una dichiarazione di poetica, un giuramento di fedeltà a se stessa" (Cristina De Stefano, Belinda e il mostro. Vita segreta di Cristina Campo, Adelphi, 2002).

Ecco la lettera, appena accorciata.

Papa carissimo, la mia calligrafia stessa dovrebbe apparirti diversa, stasera! Quando siamo entrate in casa ieri nel pomeriggio, M. ed io, ho avuto per un attimo la sensazione di naufragare nel nulla. Mi pareva superiore alle mie forze vivere ancora in una casa e in una stanza dove avevo tanto amato e creduto ed atteso, ora che non credo e non aspetto più nulla, ora che amo soltanto ciò che ho perduto. Se tu sapessi papà che cosa è passato in me in questi ultimi due mesi! Altro che saccheggio, che bombardamento! (...) Avevo deciso di
rinunciare, una volta per tutte (...). Avevo deciso di farmi spiritualmente “vieille fille” – e credo che lo fossi già un poco.

Ma iersera, trovando la tua lettera, tutto il sangue mi è affluito al cuore: sono certa che mi crederai se ti dico che mi sono inginocchiata e ho ringraziato il Signore (...). Adesso sento e vedo che tutto non è ancora perduto – che si può ancora sentirsi vivi e volere qualcosa. Papà non dubitare: scriverò, scriverò bene. Certo finora la giovinezza (...) lavorava per me, spingeva la mia mano sulla carta come il sangue nelle vene. E ora ho tanto sofferto che non so se potrò parlare distintamente agli altri: se rileggo i miei ultimi appunti mi sembrano così soli e chiusi! Però voglio tentare tutto, Papà caro; e vedrai che, a Dio piacendo, non ti deluderò. Ho tante cose da dire! Quasi direi da salvare: tutta la tragica bellezza di ciò che è passato in noi e vicino a noi – cose che io sola sento di aver visto e sentito fino alla sofferenza e che assolutamente non devono morire (...). Papà caro davvero non credi che i miei appunti siano inutili e pallidi?... Ora brucio dal desiderio di sapere da te (quando avrai il tempo e la bontà di indicarmeli) quei brani che ti sono sembrati ermetici (...). Voglio sapere di quali brani si tratta perché devo subito subito riparare a ciò, e mai più ricadervi. Anelo a conoscere i miei punti deboli e conoscerli attraverso te sarà tanto più bello ... Scriviamoci ancora, vuoi? Segretamente e senza mai parlarne, neppure fra noi. Bisogna trovarne il tempo. Che Dio ti benedica, mio caro.