domenica 27 gennaio 2013

Rusia eterna


Los demonios no me parece una de las mejores novelas de Dostoievski: por ejemplo, seguramente le falta unidad; y le sobra sarcasmo, en algunos pasajes. Pero es uno de esos libros que las generaciones posteriores colocan en el olimpo metaliterario porque reconocen en él un oráculo. Los demonios toma pie de un hecho real cinco años anterior a su redacción: el misterioso asesinato de un estudiante por un grupo de conspiradores en 1866. Y sin embargo, predice el futuro de Rusia.

¿Quiénes son los demonios en esta novela? En realidad, son los del lunático de Gerasa: aquel hombre por cuya boca habló una legión de demonios que, temerosos de Jesús, pidieron entrar en unos cerdos.
El pasaje evangélico que narra la historia de aquel endemoniado figura, destacado en epígrafe, al comienzo de la novela. Y su sentido es aclarado al final, en uno de los últimos capítulos, por uno de los personajes, Stepan Trofimovich, profeta por una vez en su lecho de muerte: “Eso corresponde cabalmente a nuestra Rusia. Esos demonios que salen del enfermo y entran en los puercos son todas las úlceras, todos los miasmas, todas las impurezas, todos los demonios grandes y pequeños que se han ido acumulando en este muestro grande y amado inválido, en nuestra Rusia, siglo tras siglo. Oui, cette Russie, que j’aimais toujours! Pero una gran idea y una gran voluntad la escudarán desde las alturas, como a ese loco poseído por los demonios; y todos esos demonios, toda la impureza, toda esa abominación que supuraba en la superficie…, todo eso pedirá que lo dejen entrar en los puercos. ¡Y quizá haya entrado ya! Eso es lo que somos nosotros, nosotros y esos, y Petrusha… et les autres avec lui, y yo el primero, delante de todos, y nos arrojaremos, los delirantes y endemoniados, de un acantilado al mar y nos ahogaremos todos, y nos estará bien empleado porque eso es lo único para que servimos. Pero el enfermo sanará y ‘se sentará a los pies de Jesús’… y todos lo mirarán pasmados…”.

Rusia es el enfermo salvado, y los nuevos rusos de entonces son los demonios que se condenarán. Para Dostoievski, ni Piotr Stepanovich, el revolucionario acogido por los aristócratas en un vagón de primera clase; ni su padre, el afrancesado Stepan Trofimovich; ni Nikolai Stavrogin, héroe maldito, cruel e indiferente, son dignos de la santa Rusia.

Han pasado casi ciento cincuenta años. En medio quedan el gulag, las purgas estalinistas y dos guerras mundiales en las que han muerto más rusos que alemanes, franceses, ingleses o americanos. Pero ahora, tras una momentánea muerte económica a raíz del colapso soviético, Rusia está ahí de nuevo, sana y en pie: si no santa, al menos sana.

A veces se habla de Gerussia para designar la convergencia de intereses estratégicos entre Alemania (Germany) y Rusia, los dos gigantes de la Europa actual. Es una palabra muy parecida a Gerasa: tanto por parte alemana como por parte rusa, una lección de palingenesia.

domenica 13 gennaio 2013

Pochi ma liberi

Come per esempio “amore” o “coscienza”, la parola “libertà” è vittima di una iperinflazione che ha finito per renderla banale, insufficiente, meramente decorativa. Inoltre c’è il fatto che la libertà esperimenta troppo spesso i propri limiti in un mondo di intrecci interpersonali sempre più fitti, in una società con tanti protocolli, vincoli, regole, con tanti limiti alla libera scelta.

Libertà vissuta con la forza della fede (Ares, 2010), uno degli ultimi scritti della teologa tedesca Jutta Burggraf (1952-2010), è a questo riguardo una lettura illuminante. Chi lo presentasse come un piccolo trattato di morale non andrebbe errato: temi come la coscienza, le leggi morali, le passioni, la imputabilità delle azioni umane…, e senz’altro la libertà, cioè i grandi temi del discorso sulla morale, sono al centro delle riflessioni della Burggraf.

Ma c’è una cosa in questo libricino (meno di duecento pagine) che mi ha colpito: il soggetto dell’agire morale, il modello sul quale punta Jutta Burggraf nelle sue disquisizioni, non è “l’uomo retto”, oppure “l’uomo coerente”, o altri possibili personaggi ideali di questa guisa, bensì “l’uomo libero”. E ciò ha una ragione profonda nella forza della fede di cui al titolo, che ci indica che, tra tutte le fattezze che la libertà può assumere, nessuna è tanto carica di dignità umana quanto quella libertà per la quale, come dice san Paolo nella lettera ai Galati, Cristo ci ha liberato: una libertà che ci accosta alla verità, al bene e alla bellezza molto di più di qualsiasi altra istanza, e cioè non solo più della libertà intesa soltanto come autonomia personale, ma anche più della legge o del senso del dovere, per esempio.

Forse è vero che oggi i cristiani sono pochi. Ma niente li costringe, anzi trovano tanti ostacoli per rimanere fedeli al loro progetto di vita, a differenza di altri tempi nei quali l’ethos cristiano si poteva vivere parassitariamente: sono liberi sotto il giogo di Cristo e liberamente tengono la barra diritta contro il pensiero dominante. Hanno una marcia in più, si chiami forza, fede o libertà.