venerdì 25 luglio 2008

Paola Capriolo davanti al foglio bianco

Diversi autori sono stati sollecitati da Avvenire, più o meno un anno fa, per dire qualcosa sulla “partenza” della scrittura, sulla prima parola del testo letterario. Tra i vari contributi (pezzi molto brevi), mi è piaciuto particolarmente quello di Paola Capriolo. Eccolo:

La prima parola

Credo che non potrei mai scrivere sul foglio bianco la prima parola, se non la pensassi provvisoria: un’asta cui appoggiarsi per il salto, uno strumento del quale ci si serve per andare oltre e che in seguito verrà magari accantonato o sostituito. Se la scrittura, nel suo procedere, è ricerca di una legge, di una necessità che leghi le parti al tutto e le premesse alle conseguenze, l’inizio è invece casualità assoluta. Di qui la sensazione particolare che provo dinanzi al foglio bianco; so di dover commettere un arbitrio, inevitabilmente, e che proprio su questo arbitrio iniziale si fonderà poi l’intera architettura dell’opera. La prima frase, la prima pagina, costituisce la cellula germinale dalla quale si sviluppa tutto il resto, ma questa frase sarebbe stata forse diversa se l’avessi scritta ieri o domani, se il mio umore fosse stato differente. Dall’infinito campo del possibile bisogna passare alla realtà di ciò che è “nero su bianco”, con tutta la limitatezza e la contingenza implicita in un simile passaggio. Si può considerarla una caduta: dalla condizione edenica del non essere a quella dell’essere, così ambigua e problematica. Qui davvero la scrittura somiglia in maniera inquietante a un gioco d’azzardo, come il lancio dei dadi. Forse è la caratteristica comune a ogni principio, compreso quello della nostra vita, poiché in fondo anche la nascita è un lancio dei dadi, una prima parola tracciata sul foglio bianco. Paola Capriolo

venerdì 18 luglio 2008

Suore

Il mese scorso sono andato una sera a una presentazione di Sorella, l’ultima fatica di Marco Lodoli. Tanto di piano bar e di lettura di brani scelti, ma alla stessa ora giocava la nazionale e quindi c’era poca gente: naturalmente, perlopiù donne.

La Sorella di questo breve romanzo (cento pagine) è una donna che non crede in Dio e che è diventata suora soltanto perché non ama la vita, la “viscosità” della vita: ama la purezza e basta. Assurdo, non è vero? Ma devo riconoscere che fino alla pagina venti la scrittura magica di Lodoli fa miracoli, nel senso che, malgrado tutto, funziona. Poi però il racconto si sfascia penosamente, con una storia stucchevole e un finale —spiace dirlo, avendo apprezzato, dell’autore, altre prove— da commedia americana.

Senz’altro Lodoli, poeta piuttosto che romanziere, è più bravo a fermare una visione sulla carta che a farla scorrere nel tempo. Ma ritengo pure che con i suoi bizzarri presupposti di partenza abbia tirato troppo la corda.

Questo mese invece ho letto Più forte di Ebola (Ares, 2001), di Elio Croce. Certo, non è un libro da canone letterario, ma mi ha fatto molta impressione. Non è un romanzo: è il resoconto, giorno per giorno, dell’epidemia di Ebola in Uganda nel 2000. L’autore è un missionario comboniano presso il St. Mary's Lacor Hospital di Gulu, nel nord del paese.

Ci sono parecchie suore, in Più forte di Ebola, ma il protagonista è un medico ugandese, Matthew Lukwiya, un tipo veramente in gamba. Le suore, comunque, sono strepitose: chi come medico, chi come infermiera, chi pulendo il reparto Ebola... Le vediamo lavorare, le vediamo pregare, le vediamo piangere...

Le vediamo morire pure. In Più forte di Ebola muoiono due suore. Cinque anni prima, nel Congo, un’altra epidemia di Ebola ne aveva uccise sei: sei suore bergamasche. Tutte volontarie al momento dell’emergenza sanitaria. Come si può dire che le suore non amano la vita? La amano fino alla scelta di fare a pugni con i suoi nemici. La amano fino alla morte.

La morte di suor Pierina mi è rimasta impressa. Ha appena ricevuto l’estrema unzione, e tra preghiere e vomiti di sangue chiede beatamente una fetta di ananas. È domenica, e a Gulu il mercato è chiuso. Ma in quel momento terminale non mancherà a suor Pierina chi faccia i salti mortali per soddisfarla: chi si assuma cioè il compito di percorrere le strade, infestate da guerriglieri, per portarle un ananas da una missione situata in un’altra città. Largo alla voglia di vivere.

venerdì 11 luglio 2008

Dura lex (más sobre Kafka)

La puerta detrás de mí, en la foto, no sólo es angosta, como la famosa puerta del evangelio, sino también muy baja. Además, aunque está abierta, no se puede franquear. Así me imagino la puerta de Ante la ley.

Ante la ley hay un guardián. Un campesino quiere entrar, pero el guardián le dice que de momento no puede. ¿Y más tarde? Es posible, contesta el guardián. El campesino espera en la puerta: espera toda su vida. A punto de morir, pregunta por qué, si todos desean acceder a la ley, en todo aquel tiempo sólo él ha intentado entrar. Y el guardián responde: “Nadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba destinada exclusivamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Ante la ley es un apólogo que Kafka incluyó en la colección de cuentos Un médico rural (1919), sacándolo del penúltimo capítulo de El proceso, novela inconclusa abandonada en 1915 y sólo publicada, contra su voluntad, post mortem (1925).

La verdad de Ante la ley y la de El proceso son la misma: estamos siempre en los prolegómenos de la justicia, el sentido del mundo supera nuestro horizonte. O sea, no hay alternativa a la angustia.

No hay alternativa a la angustia: “sólo mi miedo está conmigo”, escribe Kafka, amante errático, a la infeliz Milena Jesenska. Y no le va mejor a su personaje Josef K.: la única certeza que encuentra en su interminable proceso es la muerte, una muerte que no es el fin de la angustia, sino su prolongación en forma de vergüenza.

“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque una mañana, sin que hubiera hecho nada malo, fue arrestado”: así comienza El proceso. Y termina así: “Uno de los hombres puso las manos sobre el cuello de K., mientras el otro le hundía el cuchillo en el corazón y le daba dos vueltas. Con los ojos que se apagaban, K. todavía alcanzó a ver cómo, muy cerca de su rostro, los dos hombres, mejilla con mejilla, contemplaban el resultado. ¡Como un perro!, dijo: era como si la vergüenza hubiera de sobrevivirle”.

¿Qué pensar? Yo no tendría nada que objetar si ese infierno fuera efectivamente el resultado de un destino insoslayable, si en Kafka no hubiera una opción previa, determinante, por la negatividad. La hay, sin embargo. En El proceso, con hábil elipsis —esa restricción de campo kafkiana sobre la que Pietro Citati ha escrito páginas luminosas—, Kafka deja fuera, deliberadamente, no sólo lo que enseguida salta a la vista: la ley y el delito, antes del proceso, y la sentencia, entre el proceso y la ejecución. Al menos para quien puede creer en un legislador que no desea juzgar sino salvar —eso afirma Jesús en el evangelio de san Juan—, Kafka en El proceso deja fuera, sobre todo, el amor: el amor que salva.

“Fuerte como la muerte es el amor”, dice el Cantar de los Cantares. “Fuerte como la muerte es el temor”, parece replicar Kafka.

venerdì 4 luglio 2008

Kafka y la narrativa de la redención

Rainer Stach es el autor de una minuciosa biografía de Kafka cuyo segundo volumen, que aborda los últimos años del escritor, salió ayer, 125º aniversario de su nacimiento. El primer tomo, sobre el periodo 1910-1915, apareció en 2002, y sigue pendiente el tercero, sobre los primeros años de Kafka (los últimos serán los primeros...).

En una entrevista, Stach arremete contra Max Brod: lo critica no por haber salvado los manuscritos de su amigo Kafka, sino más bien —entiendo yo— por haberles dado una interpretación espiritual, no nihilista.

Según Brod, El castillo es una metáfora de la gracia de Dios. Gracia inaccesible, como el castillo al que el agrimensor K. pretende vanamente llegar: sueño prohibido del hombre, tanto como la justicia de Dios, cuya metáfora sería El proceso.

Caso notable, el de Kafka. Escritor problemático y fascinante, menos leído que interpretado, de él hay una visión secularizada (Benjamin), otra existencialista (Camus), varias de deriva psicoanalítica... Condenado por el marxismo ortodoxo como agente del pesimismo burgués (Gunther Anders), lo que explica que en su propio país, Checoslovaquia, fuera autor prohibido bajo el comunismo, no faltan corrientes marxianas que aprecian su estudio de la alienación del hombre (Lukacs) o de la cosificación de las relaciones sociales (Adorno).

De un modo u otro, todo el mundo proyecta sobre la realidad humana general la verdad personal de Kafka, hecha de angustia y de absurdo.

Estando así las cosas, ¿por qué no ensayar también una lectura cristiana de Kafka? Un dato a favor: su primer editor checo fue Josef Florian, un intelectual católico que había abandonado la docencia en protesta por la política anticlerical del presidente Masaryk.

Otro dato: sus historias de precariedad existencial y culpa congénita hablan claramente del pecado original. Él mismo dijo en una ocasión a su amigo Gustav Janouch que “negar el pecado original significa negar a Dios y a los hombres”.

Yo tengo mi hipótesis al respecto. El punto de partida, en línea con Max Brod (a mí Brod me cae bien), es El castillo como narrativa de la redención. De una redención, en efecto, humanamente imposible.

En Bohemia hay cientos de castillos, y de varios de ellos se dice que han inspirado a Kafka su novela, pero el verdadero “castillo” de Kafka bien puede haber sido una vieja iglesia de Praga, la de la foto: Nuestra Señora de Týn. Parece un castillo, ¿verdad? Bueno, pues es una iglesia.

Kafka vivió muchos años en una casa prácticamente contigua, y siendo hebreo, es decir, extraño al espacio religioso representado por la iglesia, puede haber experimentado psicológicamente en algún momento, como K., el sentimiento de encontrarse frente a un objetivo tan cercano como inalcanzable.

Al menos, esa iglesia es para Kafka un símbolo importante. Al oír un día que Janouch, a pesar de haber nacido en Eslovenia, era checo, Kafka comentó: “Del barrio judío [de Praga] a la iglesia de Nuestra Señora de Týn la distancia es mucho mayor. Yo soy de otro mundo”.