venerdì 11 luglio 2008

Dura lex (más sobre Kafka)

La puerta detrás de mí, en la foto, no sólo es angosta, como la famosa puerta del evangelio, sino también muy baja. Además, aunque está abierta, no se puede franquear. Así me imagino la puerta de Ante la ley.

Ante la ley hay un guardián. Un campesino quiere entrar, pero el guardián le dice que de momento no puede. ¿Y más tarde? Es posible, contesta el guardián. El campesino espera en la puerta: espera toda su vida. A punto de morir, pregunta por qué, si todos desean acceder a la ley, en todo aquel tiempo sólo él ha intentado entrar. Y el guardián responde: “Nadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba destinada exclusivamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Ante la ley es un apólogo que Kafka incluyó en la colección de cuentos Un médico rural (1919), sacándolo del penúltimo capítulo de El proceso, novela inconclusa abandonada en 1915 y sólo publicada, contra su voluntad, post mortem (1925).

La verdad de Ante la ley y la de El proceso son la misma: estamos siempre en los prolegómenos de la justicia, el sentido del mundo supera nuestro horizonte. O sea, no hay alternativa a la angustia.

No hay alternativa a la angustia: “sólo mi miedo está conmigo”, escribe Kafka, amante errático, a la infeliz Milena Jesenska. Y no le va mejor a su personaje Josef K.: la única certeza que encuentra en su interminable proceso es la muerte, una muerte que no es el fin de la angustia, sino su prolongación en forma de vergüenza.

“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque una mañana, sin que hubiera hecho nada malo, fue arrestado”: así comienza El proceso. Y termina así: “Uno de los hombres puso las manos sobre el cuello de K., mientras el otro le hundía el cuchillo en el corazón y le daba dos vueltas. Con los ojos que se apagaban, K. todavía alcanzó a ver cómo, muy cerca de su rostro, los dos hombres, mejilla con mejilla, contemplaban el resultado. ¡Como un perro!, dijo: era como si la vergüenza hubiera de sobrevivirle”.

¿Qué pensar? Yo no tendría nada que objetar si ese infierno fuera efectivamente el resultado de un destino insoslayable, si en Kafka no hubiera una opción previa, determinante, por la negatividad. La hay, sin embargo. En El proceso, con hábil elipsis —esa restricción de campo kafkiana sobre la que Pietro Citati ha escrito páginas luminosas—, Kafka deja fuera, deliberadamente, no sólo lo que enseguida salta a la vista: la ley y el delito, antes del proceso, y la sentencia, entre el proceso y la ejecución. Al menos para quien puede creer en un legislador que no desea juzgar sino salvar —eso afirma Jesús en el evangelio de san Juan—, Kafka en El proceso deja fuera, sobre todo, el amor: el amor que salva.

“Fuerte como la muerte es el amor”, dice el Cantar de los Cantares. “Fuerte como la muerte es el temor”, parece replicar Kafka.

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