venerdì 4 luglio 2008

Kafka y la narrativa de la redención

Rainer Stach es el autor de una minuciosa biografía de Kafka cuyo segundo volumen, que aborda los últimos años del escritor, salió ayer, 125º aniversario de su nacimiento. El primer tomo, sobre el periodo 1910-1915, apareció en 2002, y sigue pendiente el tercero, sobre los primeros años de Kafka (los últimos serán los primeros...).

En una entrevista, Stach arremete contra Max Brod: lo critica no por haber salvado los manuscritos de su amigo Kafka, sino más bien —entiendo yo— por haberles dado una interpretación espiritual, no nihilista.

Según Brod, El castillo es una metáfora de la gracia de Dios. Gracia inaccesible, como el castillo al que el agrimensor K. pretende vanamente llegar: sueño prohibido del hombre, tanto como la justicia de Dios, cuya metáfora sería El proceso.

Caso notable, el de Kafka. Escritor problemático y fascinante, menos leído que interpretado, de él hay una visión secularizada (Benjamin), otra existencialista (Camus), varias de deriva psicoanalítica... Condenado por el marxismo ortodoxo como agente del pesimismo burgués (Gunther Anders), lo que explica que en su propio país, Checoslovaquia, fuera autor prohibido bajo el comunismo, no faltan corrientes marxianas que aprecian su estudio de la alienación del hombre (Lukacs) o de la cosificación de las relaciones sociales (Adorno).

De un modo u otro, todo el mundo proyecta sobre la realidad humana general la verdad personal de Kafka, hecha de angustia y de absurdo.

Estando así las cosas, ¿por qué no ensayar también una lectura cristiana de Kafka? Un dato a favor: su primer editor checo fue Josef Florian, un intelectual católico que había abandonado la docencia en protesta por la política anticlerical del presidente Masaryk.

Otro dato: sus historias de precariedad existencial y culpa congénita hablan claramente del pecado original. Él mismo dijo en una ocasión a su amigo Gustav Janouch que “negar el pecado original significa negar a Dios y a los hombres”.

Yo tengo mi hipótesis al respecto. El punto de partida, en línea con Max Brod (a mí Brod me cae bien), es El castillo como narrativa de la redención. De una redención, en efecto, humanamente imposible.

En Bohemia hay cientos de castillos, y de varios de ellos se dice que han inspirado a Kafka su novela, pero el verdadero “castillo” de Kafka bien puede haber sido una vieja iglesia de Praga, la de la foto: Nuestra Señora de Týn. Parece un castillo, ¿verdad? Bueno, pues es una iglesia.

Kafka vivió muchos años en una casa prácticamente contigua, y siendo hebreo, es decir, extraño al espacio religioso representado por la iglesia, puede haber experimentado psicológicamente en algún momento, como K., el sentimiento de encontrarse frente a un objetivo tan cercano como inalcanzable.

Al menos, esa iglesia es para Kafka un símbolo importante. Al oír un día que Janouch, a pesar de haber nacido en Eslovenia, era checo, Kafka comentó: “Del barrio judío [de Praga] a la iglesia de Nuestra Señora de Týn la distancia es mucho mayor. Yo soy de otro mundo”.

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