venerdì 28 dicembre 2007

El libro del Papa

Hoy cumple 29 años mi hermana pequeña. Cumpleaños importante, por supuesto, pero evidentemente no tanto como otro de hace pocos días, ese que ilumina este tramo final del año: sí, porque la Navidad no es San Regalo, sino el cumpleaños de Jesucristo. Buena ocasión para hablar del libro Jesús de Nazaret, ¿no?
Que Jesús no deja indiferente a nadie es experiencia ya registrada por los Evangelios. En Italia, este año, el libro del Papa no ha sido el único sobre Jesús y su doctrina en el “top ten” de las librerías: con él había otros tres, más “contra” que “sobre” el cristianismo (escritos, todo hay que decirlo, no por teólogos sino por divulgadores).
El libro del Papa incluye un largo comentario al “diálogo” entre un rabino actual, Jacob Neusner, y Jesús. El rabino admite la grandeza de las enseñanzas de Jesús y las certifica como modelo universal de conducta, pero le escandaliza que Jesús añada a ese código moral la exigencia de que se le siga. Y el Papa, aunque —naturalmente— muestra su desacuerdo, se quita, por así decir, el solideo: este hombre ha entendido a Cristo, viene a decir.
Jesús, en efecto, no sólo revela la ley moral: se revela, fundamentalmente, a sí mismo como salvador. Se entiende que Lutero concluya que sólo la fe nos puede salvar, no nuestras acciones: “Ninguna obra puede hacer al hombre distinto de lo que es. Sólo la fe puede transformarlo y de hecho lo transforma”.
Pero se entiende también la postura católica, más matizada, enunciada, por ejemplo, por Fray Luis de Granada, contemporáneo de Lutero: “Una gota de agua, por sí tomada, no es más que agua; mas lanzada en un gran vaso de vino, toma otro más noble ser y hácese vino; y así nuestras obras, que por parte de ser nuestras son de poco valor, ayuntadas con las de Cristo se hacen de precio inestimable, por razón de la gracia que se nos da por Él”.
En aquellos tiempos, diferencias de este tipo podían conducir a la guerra. Hoy, afortunadamente, no: Ratzinger y Neusner, por ejemplo, se estiman, incluso se prologan recíprocamente los libros... Hoy el enemigo del alma religiosa no es otra alma religiosa, sino el incrédulo militante: ese sañudo postcristiano que, como alguien ha dicho, echa a Dios al cubo de la basura y luego se sorprende de que el mundo esté convirtiéndose en un infierno.
Ahí va, para acabar (por mi parte, también para acabar el año: feliz 2008, por cierto), una cosa bien distinta pero que a mí me dice mucho en relación con todo lo anterior. Es un vídeo de You Tube, pero, por favor, prestad atención a la banda sonora, no a los dibujos de Walt Disney. Never to know, de Lene Marlin, es una de mis canciones favoritas. Entre otras cosas, porque ese hombre que esconde sus heridas y al que puedo seguir o dejar marchar —véase la letra— me parece una hermosa imagen de Jesús de Nazaret.

venerdì 21 dicembre 2007

Entre dos aguas (cuento de Navidad)

Nos separamos hace tres años, y debía de hacer cosa de uno y medio que no iba a verle.

Esta tarde, cuando he ido, he visto que ahora para aparcar en su calle hay que pagar, no mucho, un euro por hora, salvo en un tramo de quince o veinte metros reservado para una embajada. Como no me gusta pagar, y menos por lo que otras veces me ha salido gratis, he aparcado a caballo de la pintura azul y la amarilla y no he pagado: he pensado que un guardia urbano no multa a un coche de una embajada por haber invadido con las ruedas traseras, sólo con las ruedas traseras, la zona azul, y que un portero de embajada tampoco llama a la grúa cuando las ruedas delanteras del coche del vecino ocupan unos centímetros de zona amarilla.

De la visita a Claudio hay bien poco que decir. Sin nada he llegado a su casa, sólo con un marido nominal y con el deseo de quitármelo definitivamente de encima, y sin nada he salido, definitivamente sin marido y ya sin ningún deseo. Me sentía ligera, muy ligera, vacía.

Antes de cruzar la calle me he detenido un momento. No quería delatarme como dueña del coche mal aparcado: la calle parecía desierta, pero en realidad otro coche, unos metros detrás del mío, estaba aparcando en ese instante. Acabada la maniobra, una mujer de aspecto nórdico ha salido del coche y ha ido hacia una taquilla automática de parking que había a pocos pasos de donde se encontraba. Estaba embarazada. He visto que en la zona amarilla no había ningún hueco, y me he sentido culpable: cabía sólo medio coche, justo delante del mío. La mujer ha echado unas monedas en la máquina, ha vuelto a su coche, ha abierto la puerta de atrás y ha salido de nuevo con un niño en brazos, un niño down que luego ha estado mirándome desde lo alto del hombro, con cara de bueno y con la lengua colgándole de la boca, mientras entraba con ella en la embajada.

Me he metido en el coche y en el momento de arrancar me ha venido el llanto. ¿Por qué? No sé, supongo que por no haber sabido llorar antes: por tantos ayeres que reclamaban su tributo de lágrimas y que he dejado marchitar.

venerdì 14 dicembre 2007

Le lettere di Cristina Campo a Leone Traverso

Poetessa, traduttrice e saggista, Vittoria Guerrini, più conosciuta come Cristina Campo (1923-1977), ha avuto in vita un apprezzamento quasi nullo. Oggi invece va di moda: è oggetto di convegni, saggi, biografie... Molte persone hanno contribuito, con il loro lavoro, a portarla sotto i riflettori, ma vanno menzionate soprattutto due: l’amica Margherita Pieracci Harwell e l’editore Roberto Calasso.
Margherita Harwell (Mita), già docente di letteratura negli Stati Uniti, è un’esegeta acuta, suggestiva e ben informata. A lei si deve il ricco apparato critico di cui sono corredati due libri imprescindibili per avvicinarsi alla Campo: Gli imperdonabili (1987), che comprende quasi tutta la sua opera saggistica, e Lettere a Mita (1999).
Da pochi mesi è nelle librerie Caro Bul (Adelphi, 2007), quinto epistolario pubblicato di Cristina Campo, di nuovo con Margherita Harwell come curatrice.
“Bul” è il nomignolo creato dalla Campo per Leone Traverso (1910-1968), una delle principali figure dell’ermetismo poetico fiorentino, con Mario Luzi e Carlo Bo. Tredici anni più grande di lei, è il suo mentore letterario fino a metà degli anni cinquanta, quando tutti e due abbandonano Firenze: lui verso Urbino, lei verso Roma. Il rapporto, che da didattico era diventato, nel frattempo, sentimentale, subisce poco dopo una battuta d’arresto ed entra in una fase meno intensa in cui rimangono, comunque, l’amicizia e la reciproca ammirazione.
Le lettere a Leone Traverso forniscono interessanti informazioni sull’habitat letterario di Cristina Campo. Per me è stata una sorpresa, per esempio, una lettera del 1962 in cui si lamenta di non poter recensire, per esigenze delle riviste a cui collabora, i libri degli “addirittura sublimi poeti catalani” usciti nell’anno.
Soprattutto, le lettere della Campo sono un modello di comunicazione psicologica, da anima a anima, in profondità. Una comunicazione fatta di parole, ma anche di silenzi, di impliciti, di un pudore che, anche per chi ignora il succo dei fatti taciuti, diventa più eloquente che il discorso grossolanamente esplicito: “Perché non dirmi che partivi? Ti avrei augurato buon viaggio; in più ti avrei dimostrato (col solo dirti «Pronto») che avevo capito, ripensandoci, le tue parole di iersera. Non scrivermi, Bul. Non è necessario. Sii sereno” (Firenze, 19-IV-1953).
Per Cristina Campo, la corrispondenza epistolare diventa ciò che per altri autori è il diario: lo specchio dell’interiorità e il primo campo di battaglia della scrittura. Il vantaggio è che dall’interazione diretta con le persone care a cui dà luogo la corrispondenza risulta un messaggio molto più nitido, molto più precisato di quello che di solito si può riflettere nell’autoreferenzialità di un diario.

venerdì 7 dicembre 2007

Sguardi di andata e ritorno

I libri di Paola Capriolo mi piacciono, lo confesso. Mi piacciono e, tranne alcuni meno felici (Il sogno dell’agnello), mi chiedono spesso una seconda lettura: sono brevi e quindi il tempo da investire non è tanto; sono belli e quindi ne vale la pena; sono enigmatici e quindi rileggerli aiuta a farne una verifica dopo le impressioni forse confuse della prima lettura.
Rilke. Biografia di uno sguardo (Ananke, Collana di filosofia, 2006) non è un’eccezione. “È bello, ma è un libro di filosofia”, mi aveva avvertito l’amico Paolo Di Paolo, giovane scrittore, anche lui ammiratore della Capriolo. E io, che con i concetti filosofici ho avuto sempre un rapporto difficile, vacillai, ma alla fine ci sono cascato. Mi sa però che questa volta neanche la seconda lettura mi ha condotto oltre la soglia che separa il momento d’incantesimo da quello della comprensione.
Dopo la rilettura di questo Rilke ho scritto a matita, nell’ultima pagina, quattro parole che mi sono sembrate significative. A dire il vero, ce ne sono anche altre (amore, Dio…, per esempio), ma penso che il succo del libro stia in queste quattro parole: immagine, oggetto, metamorfosi, salvezza.
Scusate se lascio fuori le tre ultime: oggetto, metamorfosi e salvezza (in estrema sintesi: Rilke, a un certo punto, ritiene che trasformare le cose in oggetto sia un’aggressione ignobile, e per evitare un tale abuso produce in esse, con la sua visione di poeta, una metamorfosi che riesce a ridare unità, a salvare un mondo frantumato, in preda agli uomini). Lasciamo quindi queste tre sorelle e puntiamo sull’immagine, la sposa dello sguardo di cui al titolo del libro.
C’è un passo celebre dei Quaderni di Malte Laurids Brigge, rivisitato dalla Capriolo , in cui Malte, travestito con i vecchi costumi trovati in un ripostiglio del castello di famiglia, scopre turbato, guardandosi nello specchio, di essere l’immagine del Malte dello specchio, e non il contrario. Paola Capriolo, che già come narratrice aveva affrontato il rapporto tra immagine e identità (vanno qui ricordate due opere sue, La grande Eulalia e Con i miei mille occhi, in cui gli specchi assalgono in modo determinante i protagonisti), ne fa adesso uno sviluppo filosofico.
La laurea in filosofia della Capriolo è una marcia in più che va riconosciuta, per cui mi astengo dal pronunciarmi sugli estremi di tale sviluppo. Invece faccio un’ipotesi sui personaggi di questo gioco degli specchi. Si sa che il Malte di Rilke è un’evocazione (un riflesso) di un poeta norvegese, Sigbjörn Obstfelder (1866-1900): quindi nel romanzo di Rilke il Malte che si guarda nello specchio sarebbe lo stesso Rilke; e il Malte dello specchio, Obstfelder. Nel libro della Capriolo, invece, il vero Rilke dovrebbe essere quello che compare sullo specchio, mentre quell’altro che si guarda è, a mio avviso..., Paola Capriolo.
È chiaro però che tutto ciò importa poco. In gioco è invece la realtà stessa dell’arte. Superfluo dire quanto la metafora degli specchi sia inquietante per il poeta, produttore (o piuttosto prodotto?) di realtà immaginarie.