
Una mujer joven y un niño, pobremente ataviados, se han detenido entre dos árboles, frente a un extremo de la fachada. Desde donde están pueden ver, en escorzo, un muro lateral con una fila de ventanas altas, pequeñas, enrejadas. El turista, sentado en un banco, levanta por un momento la mirada del periódico y los observa.
De una reja ha salido la palma de una mano. La mano se agita, y la mujer y el niño sonríen y saludan también, sin ninguna vergüenza, hacia la reja.
Pasa un minuto y la mano se retira de la ventana. El niño y su madre se miran, se sonríen de nuevo y se van cogidos de la mano, en medio de la gente.
El turista sigue sentado. Se mira la mano y lee la letra que componen en ella las arrugas: una M, la M de murderer, asesino. A continuación mira hacia la reja. Le aprieta la garganta, y si no fuera porque es un hombre maduro dejaría correr el llanto.
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