El escritor es Jerome-David Salinger; la novela, El guardián entre el centeno (1951). Yo, la verdad, la leí hace algún tiempo y disfruté con ella, pero tampoco me pareció una cosa extraordinaria. Sí me lo ha parecido, en cambio, Nueve cuentos (Alianza, 2003), una recopilación que Salinger publicó dos años después de la novela. En mi opinión (si es que mi opinión vale algo), Salinger es mayor como autor de cuentos que como novelista. Recuerdo en particular tres de esos relatos: Justo antes de la guerra con los esquimales, En el bote y El hombre que ríe. Los dos primeros son sustancialmente dialogados; el tercero está escrito en primera persona por un testigo ajeno al meollo de la historia (el propio Salinger, da la impresión, aplicado al recuerdo de unos hechos de su infancia).
En los tres hay figuras que se me agarran al corazón, que me hacen soñar: la madre del niño triste de En el bote (Boo Boo Tannenbaum, uno de los dos personajes de Nine Stories que abren paso a la saga de la familia Glass, desarrollada en la exigua narrativa posterior del Salinger ermitaño, a partir de Franny y Zooey); el jefe scout de El hombre que ríe; el excéntrico desinhibido de Justo antes... Son personajes en los que el ingenio y la conciencia de la propia limitación van en paralelo. Tienen dificultades, tienen desgracias tremendas, pero tienen también algo que decir y que hacer, y en ese pequeño espacio de creatividad recortado a la tragedia de la existencia se mueven francamente bien.
Frente a estos héroes de pocas páginas, que saben hacer reír pero que indudablemente saben también, por experiencia personal, lo que es cruzar espadas con el destino, el Holden de El guardián entre el centeno casi me parece un pobre payaso que ni siquiera hace gracia.
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