venerdì 4 gennaio 2008

El silencioso Chéjov

El minus dicere de Natalia Ginzburg (1916-1991), su discurso escueto y contenido, elusivamente alusivo, da un óptimo resultado en Antón Chéjov (Acantilado, 2006), interesante incursión de la novelista italiana en el género biográfico.

“Los silencios de Chéjov”, podría llamarse este breve libro, en el que lo tácito pesa casi más que lo declarado.

De esos silencios supo algo Lika Mizinova, una amiga de su hermana María que por algún tiempo suscitó su interés. Aunque se trataba de un interés correspondido, Chéjov evitaba comprometerse con ella. En la primavera de 1893, sin embargo, la invitó a su casa en Mélijovo, junto con otros amigos como el escritor Potapenko. “Ella acudió llena de esperanza; estaba locamente enamorada de él y pensaba que ahora, por fin, le diría que la amaba y le propondría matrimonio. Sin embargo, nada ocurrió. Cuando estaba con ella siguió mostrándose burlón, irónico, tierno y paternal. Por momentos parecía desearla, y poco después la rechazaba”.

Lika es Nina, la actriz desdichada de La gaviota: es la gaviota a la que matan de un tiro sin ningún motivo, por capricho. Es mi personaje preferido entre todos los de Chéjov, con la Sonia de Tío Vania.

“En Mélijovo, Lika empezó a coquetear con Potapenko para darle celos, pero el escritor se mantuvo impasible. Cuando Lika le cantaba y Potapenko la acompañaba al piano, Chéjov los contemplaba con una gran sonrisa. Para fin de año volvió a invitarlos a ambos. Más tarde, Lika fue la amante de Potapenko, que estaba casado. Se fueron juntos al extranjero, a Suiza y luego a París; Lika quedó embarazada y Potapenko la abandonó. María y Chéjov se mostraron indignados, considerando que Potapenko era un hombre vil y despreciable; pese a ello, volvieron a aceptarlo en casa. Chéjov no le dijo nada y todo volvió a ser como antes. Lika regresó a Rusia desde París; había perdido el hijo que esperaba. Se había marchitado. Ya no quedaba en ella casi nada de su antigua y radiante juventud. Es probable que Chéjov se diera cuenta de que había sido cruel con Lika, de que había jugado con ella como el gato con el ratón, pero nadie lo sabe”.

Al terminar la primera versión de La gaviota, Chéjov la leyó a algunos amigos y todos reconocieron a Lika y Potapenko en Nina y Trigorin respectivamente. Alarmado, rehizo la comedia.

“Potapenko no pareció encontrar en la obra nada que se refiriera a él”, escribe Natalia Ginzburg. “Lika sí se reconoció, pero no existe constancia de que hubiera dicho nada”: quizá porque, al menos, su personaje tiene dignidad. “¡Lo principal es saber sufrir!... ¡Lleva tu cruz y ten fe!... ¡Yo la tengo, y por eso mi sufrimiento es menor!... Y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida”, dice Nina al final de La gaviota. Como Sonia, y a diferencia, por ejemplo, de Vania, Nina no se sirve de sus heridas para amargar a los demás: al revés, de ellas saca fuerzas para seguir caminando.

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