
El viernes pasado, a propósito de Jane Eyre, hablé, desde esta estación de libroaficionado, de vocación y destino, y casualmente esta semana el suplemento dominical del Sole 24 Ore ha publicado un artículo de la filósofa Roberta De Monticelli que toca el tema de refilón, lo que me da un pretexto para seguir con él, ahora en relación con Isabel Archer.
Roberta De Monticelli está desde hace tiempo en contraste con la Iglesia: dice no reconocerse ya como filósofa católica. En ese artículo, a propósito del teólogo de moda en Italia, Vito Mancuso, invita a los católicos a anteponer al Magisterio la libertad de conciencia, como expresión de la primacía de la dimensión personal sobre la “subpersonal”.
Con ese “crecimiento de la vida personal”, sostiene, crece “la parte de naturaleza humana que cada uno personifica”, y esto me convence sólo a medias, porque también puede haber un “crecimiento” que aleje de la naturaleza humana (pensemos en el Übermensch nazi). Pero hay más: “crece la parte de vocación y decrece la de destino”, afirma la autora. Y aquí mi perplejidad es mucho mayor.
En realidad, vocación es llamada: llamada que procede de fuera del hombre, porque nadie se da a sí mismo la llamada, la vocación. Por tanto, un crecimiento de vida personal será un crecimiento de “la parte de vocación” si responde a la instancia exterior en la que ésta tiene origen. Curiosamente, en el artículo de Roberta De Monticelli no aparece la palabra Dios: no hubiera estado de más, tratándose de un artículo dirigido a creyentes.
Y volvamos ahora a Retrato de una dama.

En la novela, en cambio, ella deja al pretendiente con buenas esperanzas de poder volver a verla, pero cuando él va a buscarla, al día siguiente, le dicen que se ha ido para reunirse con su marido.
Brillante y ambiciosa pero no cínica, Isabel Archer ha entendido que la vocación personal sólo puede tener sentido en el marco que la justifica: en su caso, su familia.
Nessun commento:
Posta un commento