venerdì 13 marzo 2009

La vocación y el destino de Isabel Archer

Un amigo me pidió un consejo de lectura: “Jane Eyre me ha encantado, dime algo que sea parecido”, me dijo. Le sugerí Retrato de una dama, otra historia de desventura femenina, aunque realmente la heroína de Henry James, la convencional y calculadora Isabel Archer, es todo lo contrario de la romántica Jane Eyre.

El viernes pasado, a propósito de Jane Eyre, hablé, desde esta estación de libroaficionado, de vocación y destino, y casualmente esta semana el suplemento dominical del Sole 24 Ore ha publicado un artículo de la filósofa Roberta De Monticelli que toca el tema de refilón, lo que me da un pretexto para seguir con él, ahora en relación con Isabel Archer.

Roberta De Monticelli está desde hace tiempo en contraste con la Iglesia: dice no reconocerse ya como filósofa católica. En ese artículo, a propósito del teólogo de moda en Italia, Vito Mancuso, invita a los católicos a anteponer al Magisterio la libertad de conciencia, como expresión de la primacía de la dimensión personal sobre la “subpersonal”.

Con ese “crecimiento de la vida personal”, sostiene, crece “la parte de naturaleza humana que cada uno personifica”, y esto me convence sólo a medias, porque también puede haber un “crecimiento” que aleje de la naturaleza humana (pensemos en el Übermensch nazi). Pero hay más: “crece la parte de vocación y decrece la de destino”, afirma la autora. Y aquí mi perplejidad es mucho mayor.

En realidad, vocación es llamada: llamada que procede de fuera del hombre, porque nadie se da a sí mismo la llamada, la vocación. Por tanto, un crecimiento de vida personal será un crecimiento de “la parte de vocación” si responde a la instancia exterior en la que ésta tiene origen. Curiosamente, en el artículo de Roberta De Monticelli no aparece la palabra Dios: no hubiera estado de más, tratándose de un artículo dirigido a creyentes.

Y volvamos ahora a Retrato de una dama.

Isabel Archer se da cuenta tarde, cuando ya no hay remedio, de su gran error: el hombre con el que se ha casado no le quiere, y el que antes absurdamente ha rechazado está ahora a miles de kilómetros. Al final, sin embargo, reencuentra a éste en Inglaterra. En la adaptación cinematográfica de Jane Campion, Isabel Archer (Nicole Kidman), tras un rápido lance amoroso, se vuelve a la casa en la que se aloja y, al llegar a la puerta, se da la vuelta, momento de repentina afirmación personal en que la imagen se congela y la película termina. Es un final moderno pero ambiguo.

En la novela, en cambio, ella deja al pretendiente con buenas esperanzas de poder volver a verla, pero cuando él va a buscarla, al día siguiente, le dicen que se ha ido para reunirse con su marido.

Brillante y ambiciosa pero no cínica, Isabel Archer ha entendido que la vocación personal sólo puede tener sentido en el marco que la justifica: en su caso, su familia.

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