venerdì 14 novembre 2008

La última de Ishiguro

No hay dos novelas iguales entre las de Kazuo Ishiguro. Ni iguales ni parecidas: cada una diríase escrita por un autor distinto, tan dispares son entre sí —al menos, las que yo he leído— por temática y por lenguaje. En Nunca me abandones, la última (Anagrama, 2005), Ishiguro reinventa nuevamente su narrativa, como antes en Los inconsolables y antes aún en Los restos del día, que es todo lo que conozco por ahora de este señor.

Sólo la narración en primera persona es común a todas las novelas de Ishiguro, me parece. En Nunca me abandones, el personaje narrador es Kathy, 31 años, cuidadora de clones y clon ella misma. Estamos en el tiempo presente, no en un futuro imaginario: la acción se desarrolla en los años 80-90 del siglo XX en Inglaterra, una Inglaterra igual que la que conocemos pero con la industria de la clonación llevada hasta sus últimas consecuencias.

Un clon —varón o mujer— puede crear obras de arte, pero sólo le servirán como moneda de cambio; puede formar pareja con otro clon, pero lo hará por instinto, no por amor; puede tener relaciones sexuales, pero nunca engendrará un hijo (los clones ni engendran ni son engendrados). El clon tiene un único horizonte: las donaciones. Hay clones que soportan bien cuatro o más donaciones, pero otros resisten mucho menos: Ruth, por ejemplo, tendrá una primera donación horrible, y en la segunda completará. De ella se ocupa Kathy durante su último año de cuidadora, mientras espera ya su primer aviso para una donación. De ella y también de Tommy, que en cambio completa en la cuarta.

Sí, completar es morir: la palabra “morir” (como otras igualmente decisivas, por ejemplo “clon”) no aparece en Nunca me abandones.

¿Con estos mimbres se puede hacer una historia convincente? Sí, Ishiguro la ha hecho. En manos del escritor anglojaponés, los sentimientos, las palabras, los gestos de los clones son una materia extremadamente plástica. Sobre todo los gestos: es el gesto lo que modela a los personajes de Ishiguro, como la palabra a los de Dostojewski, por ejemplo.

Por supuesto, con su historia de clones Ishiguro no está proponiendo una reflexión sobre la clonación o sobre los peligros de la ciencia: sería demasiado obvio. Los clones de Nunca me abandones, que piensan como nosotros, sienten como nosotros, obran como nosotros, nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos: sobre nosotros mismos y sobre la cosificación del hombre actual.

Y a ver ahora, la próxima novela de Ishiguro, por dónde nos sale.

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