venerdì 24 ottobre 2008

Las historias insomnes de Flannery O'Connor

En los años cincuenta del pasado siglo, una campaña de seguridad vial promovía la prudencia entre los automovilistas americanos con un lema egoísta: “La vida que salves puede ser la tuya” (“The life you save may be your own”). La frase da título a uno de los mejores relatos de Flannery O'Connor. Un relato que, naturalmente, figura en sus Cuentos completos (Lumen, 2006).

El protagonista es Shiftlet, un excéntrico vagabundo que llega a una granja y se ofrece a trabajar en lo que haga falta. Decididamente, Shiftlet salvará su vida: se casará con la hija subnormal de la dueña, para regocijo de ésta, pero luego la dejará en el primer motel que encuentre en su viaje de bodas. En la operación obtendrá, como beneficio, el coche del difunto marido de la granjera.

La América sudista, una granja, una mujer viuda, una hija adulta enferma: es un cuadro que en Flannery O’Connor se repite con frecuencia. Es también su propio contexto vital. Flannery O’Connor pasa casi toda su vida en Andalusia, una granja familiar en Milledgeville (Georgia). Vive con su madre. Muere en 1964 con sólo 39 años, después de luchar durante 13 con una dura enfermedad, lupus erythematosus, la misma de la que, también siendo muy joven, había muerto su padre.

Una vez asistí a una conferencia sobre Flannery O’Connor en una biblioteca de Roma. La daba una filósofa, Annarosa Buttarelli, que comenzó con unas palabras de este tenor: “Flannery O’Connor es una escritora católica que no deja dormir en paz ni al católico ni al laico”. No parece una buena tarjeta de presentación, ¿verdad? Y sin embargo, yo invito siempre a mis amigos a leer los cuentos y las novelas de Miss O’Connor; y también su producción ensayística y epistolar (publicada en castellano por Encuentro y por Sígueme). Historias como la de Shiftlet (mi resumen, naturalmente, no sirve para hacerse una idea de su valor) son un puñetazo en el estómago, pero son también una llamada a poner en discusión el propio sistema de valores.

¿Por qué se puede llamar católica a la narrativa de Flannery O’Connor? Sus personajes no son católicos, como en Graham Greene o Evelyn Waugh. Son, si acaso, protestantes: los típicos protestantes del Bible Belt americano. Pero su Dios —invisible y, por eso, tremendo— actúa sacramentalmente, se comunica por medio de la realidad sensible. Me resultaría complicado explicar en qué se manifiesta este hecho. Digamos que en Flannery O’Connor la palabra, volcada al servicio de la percepción sensorial de la realidad, se mete de tal modo en ésta que no sólo la significa, sino que le da voz. “La creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente”, dice san Pablo, y un poco es eso lo que pasa en el universo narrativo de Flannery O’Connor.

La sublimación en misterio de la realidad: éste es, creo yo, el rasgo característico de su escritura, la clave de su pasmosa potencia expresiva.

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