venerdì 18 aprile 2008

Carver Country

“Una camioneta vieja con matrícula de Minnesota se detiene en un espacio vacío frente a la ventana. Hay un hombre y una mujer en el asiento delantero, dos chicos en el trasero. Esa gente parece agotada. Hay ropa colgada en el coche; maletas, cajas y otras cosas apiladas en la parte de atrás. Por lo que Harley y yo dedujimos más tarde, eso es todo lo que poseen después de que el banco de Minnesota se quedara con su casa, con su tocadiscos, con su tractor, con su maquinaria agrícola y unas cuantas vacas”.

Así comienza La brida, un cuento de Raymond Carver (1939-1988), uno de los doce recogidos en Catedral (Anagrama, 2001). Carver me gusta, pero este relato en particular me encanta. Releo ese primer párrafo y me encuentro con la ventana, filtro entre el personaje que narra la historia y la familia de Holits; con un tocadiscos, icono de la alegría secuestrada (como la radio portátil de Connie Nova, unas páginas más adelante); con la misma camioneta y las mismas maletas con que luego acabará la historia.

Los personajes de Carver, esos porteros, esas camareras, esas peluqueras a remolque de la mediocridad que pueblan lo que se ha dado en llamar Carver Country y que a primera vista parecen hamburguesas, tan carnales como inertes, son en realidad los ángeles buenos de nuestra sociedad sin alma. Qué distintos son un perdedor de Carver (un alcohólico, un divorciado...) y su equivalente en cualquier otro autor. “Son mi gente, no puedo ofenderles”, decía Carver de sus personajes.

Sabía de qué hablaba: había sido portero nocturno, había bebido desenfrenadamente hasta 1976, su primer matrimonio había terminado en divorcio.

Holits y su mujer Betty son dos típicos perdedores. Y sin embargo en su deriva vital hay grandeza: a pesar de su impotencia, de su desencanto, de su aparente trivialidad, quieren poner al mal tiempo buena cara y vuelven siempre a intentar hacer un papel digno en la vida. Con todo, al final se estrellarán de nuevo con la realidad, camuflada tras una engañosa cortina de bullicio y alcohol. Y sin despedirse de nadie dejan Arizona, con la misma resignación con que pocos meses antes han dejado Minnesota.

Para que, si no el cuento de Carver, al menos este post tenga un final feliz, me permito poner un poco de música. Sugiero oír Call Me When You're Sober, de Evanescence, un grupo que no es ni de Minnesota ni de Arizona, sino de Arkansas. Me ilusiona pensar que, desde Arizona, el bueno de Holits se dirige a Arkansas. Y que, como Carver, consigue mantenerse sober, sobrio, de allí en adelante. Yo quiero creer que a todos nos espera un recodo en el camino de la vida en el que, a pesar de toda nuestra experiencia anterior de fracasos, podemos vencer, podemos conseguir lo que nunca hemos conseguido, superar lo que siempre nos ha superado.

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