venerdì 7 marzo 2008

Haikulatorias


El mes pasado estuve unos días en Madrid, y una mañana, aprovechando un rato que me quedó libre, fui a ver una exposición instalada en un viejo palacio, cerca de la calle Princesa: una exposición sobre Ernestina de Champourcin. El momento ha sido inmortalizado por Javier Cotelo, caricaturista siempre atento a las palpitaciones de los tiempos.

Ernestina de Champourcin murió en 1999, como su viejo amigo Rafael Alberti: son los últimos poetas de la generación del 27. Leal a la legitimidad republicana, después de la guerra había marchado a México, donde sobreviviría haciendo traducciones para el Fondo de Cultura Económica. Se había casado en 1936 con Juan José Domenchina (1898-1959), también poeta y, además, secretario de Azaña. Mujer independiente, era a la vez una católica devota, de misa diaria, afiliada al Opus Dei y catequista en su parroquia.

La poesía amorosa y la religiosa son sus dos grandes canteras. Antes de la guerra prevalece la primera; después, la segunda. Desde los años setenta, ya de vuelta en España, su poesía se torna predominantemente evocativa. Según Rosa Fernández Urtasun, comisaria de la exposición, la poesía religiosa le valió el ostracismo por parte de la crítica. Puede ser. Ciertamente, Vicente Gaos no la incluyó, en 1965, en su Antología del grupo poético de 1927. En cambio sí había figurado, en 1934, en Poesía española, la antología editada por Gerardo Diego.

A la vuelta de Madrid he buscado en casa Poesía a través del tiempo (Anthropos, 1991), que recoge prácticamente toda su lírica: me sonaba que lo teníamos, y en efecto lo tenemos, aunque encontrarlo no ha sido fácil, porque en casa hay cierto caos en materia de libros.

Hai-kais espirituales (1967) no es su mejor poemario, pero tengo debilidad por él. En parte, por devoción al haiku, ese concentrado de poesía típico japonés. Una devoción con origen en un libro altamente recomendable editado por Irene Iarocci: Cento Haiku.

Pero hay más. Un haiku espiritual es, de hecho, esa minioración que en cristiano se llama jaculatoria (de iaculum, dardo o flecha): dardo de oro de la mente dirigido al corazón mismo de la luz, como la define Cristina Campo en uno de sus ensayos de Sotto falso nome. Y decir jaculatorias mientras se lee poesía... es algo más que matar dos pájaros de un tiro.

Por cierto, ahí va un haiku con pájaro:

¿Si pudiera explicarles por qué tanta alegría?
El pájaro no explica
y la rosa tampoco.

Y ahí otros dos que remiten al misterioso comercio de la autora con Dios en el fondo de su alma:

Dije que sí. ¿Y después?
Pusiste la semilla;
no la abandones ya hasta que cuaje en trigo.

Eres igual que el sol. De pronto te ocultaste,
y ahora cierro los ojos,
prolongando en mi noche la gloria vislumbrada.

Termino con un haiku de ambiente popular mexicano:

Un santo de escayola.
Una vieja enlutada y unos cirios que tiemblan...
¡Date a su afán, Señor! Así aprendió a buscarte.

1 commento:

Anonimo ha detto...

Me parece que E. de Ch. se toma mucha libertad con sus haikus. En principio, el haiku tiene un verso de siete sílabas y dos de cinco. Por lo demás, muy bien.

Sonia
México