Naturalmente,
no es un alegato lefebvriano lo que más me apetece comentar en esta sede. Y
naturalmente, La barca sin pescador
no lo es: es una obra de teatro de Alejandro Casona. Estrenada en 1945, fue uno
de los grandes éxitos de Casona en Argentina, adonde había marchado tras la
guerra de España. He visto una edición reciente en un volumen de pequeño
formato (Edaf, 2009).
El
teatro de Casona, dicen algunos, quiere ser poético, como el de García Lorca,
pero solo es sentimental. La barca sin
pescador demuestra, en cambio, que Casona es sentimental, pero también
poético. De acuerdo, alguna vez hay notas falsas, incluso hay atisbos de
cursilería, porque también Casona, como Homero (y como García Lorca, vamos a
decirlo todo), de tanto en tanto dormita; pero el tono general de la obra,
tanto por lo que hace a la palabra como a la acción escénica, me parece
sugestivamente puro.
Sale
el demonio, he dicho. Interesante personaje, que nadie sabe muy bien realmente
cómo es. Casona lo representa con rasgos bastante humanos, y creo que hace
bien. Hay un punto de Camino que me
trae inmediatamente a la memoria al demonio de La barca sin pescador: “El mundo, el demonio y la carne son unos
aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro,
quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues
el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva
y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad”. El
sacerdote y poeta Ibáñez Langlois glosa con entusiasmo en uno de sus libros esa
hermosa metáfora de Escrivá de Balaguer, tan eficaz para expresar la triste
realidad del pecado como estafa.
También
el drama de Casona es una bella alegoría de esa verdad moral. Ricardo Jordán,
el protagonista, la experimenta en su propia carne. Pero además nosotros, el
público lector o espectador, si somos sinceros con nosotros mismos, la
reconocemos también como algo propio: como la comedia de los actores de
Elsinor, espejo de la vida, interpela a la madre y al tío de Hamlet, La barca sin pescador, igualmente imagen
de nuestra vida, nos reclama, nos conmueve y nos hiere.
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