domenica 26 settembre 2010

Parada (cuento reciclable)

Oyó el motor y se giró hacia la izquierda: el autobús salió de detrás de la curva, con él al volante.

Lo vio, con camisa y corbata azules, justo antes de que él la viera. Él la vio, y sólo entonces se acordó: se llevó la mano a la frente y dijo “¡Ahí va!”.

La señora del impermeable se volvió hacia él. “¿Qué pasa, ya hemos pasado el cruce?”, le preguntó. Él la miró. Ya se le había olvidado cuándo tenía que avisar a aquella señora. “Eh..., perdone, ¿dónde me ha dicho que quiere bajarse?”. Ella buscó en el bolso el plano que le había dado su hija, pero antes de encontrarlo le sonó el móvil: era su yerno.

“¿Dónde estás?”, dijeron los dos a la vez. “Son las tres y veinte”, dijo él. Ella miró el reloj. “Perdona, son y cuarto, y en cinco minutos estoy ahí, pero dime dónde estás”. “Estoy esperándote”, le respondió él, de nuevo elusivamente. “Hasta ahora”, dijo ella.

Él colgó y llamó a su mujer. “¿Qué me dices?”, preguntó ella. “Nada, que igual tu madre aparece en casa directamente. Si eso, llámame, para no estar aquí todo el día esperándola”.

Ella se quedó intranquila: estaba segura de que su madre era incapaz de llegar a casa sola. “De acuerdo”, respondió.

“¿Qué pasa?”, le preguntó su hijo, viéndola seria. Ella sonrió. “Pues que papá está esperando a la yaya y la yaya no llega: sólo eso”. “¡La yaya!”, dijo él, “¡es verdad!”. Y salió corriendo a la cocina.

“Tata”, le dijo a la asistenta, “acuérdate que hoy viene la yaya”. La asistenta siguió en el fregadero, de espaldas a él. “Sí, guapo”, se limitó a decirle, pero por la garganta se le escapó un sollozo. Se hizo un breve silencio. “¿Estás llorando?”, preguntó él. “No, no estoy llorando...”, respondió ella, entre convulsiones, “¿cuándo has visto que una persona mayor llore...? Anda..., déjame que termine de ordenar esto y luego te enseño un cuento”.

Esperó a que él saliera y se secó las lágrimas con un pañuelo. Luego volvió a tomar el móvil, que yacía, mudo pero iluminado, sobre el mármol, y reanudó la conversación con su novio: “¿Oye?..., ¿me oyes?..., por favor, anda... ¡Cariño, por favor...!”.

El ex-novio no dijo nada: dejó sonar por última vez en sus oídos, durante unos segundos, aquella voz familiar, pero finalmente pulsó la tecla roja del aparato sin haber pronunciado palabra. “Ya está, se acabó”, dijo mirando a su profesora de inglés, que acto seguido le rodeó delicadamente el cuello con los brazos y le besó en la mejilla.

“Ahora vete”, le dijo ella, y él se marchó. Ella permaneció en la parada, en espera del autobús y de su padre. No las tenía todas consigo: temía que su padre se hubiera olvidado de comprarle el líquido para las lentillas.

Oyó el motor y se giró hacia la izquierda: el autobús salió de detrás de la curva, con él al volante.

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