venerdì 16 ottobre 2009

Apocalypse... how?

En la novela con la que ganó el premio Pulitzer hace dos años, La carretera, Cormac McCarthy presenta su apocalipsis americano (la vida después de un holocausto nuclear) como una especie de universo de signos del que las sustancias se han escurrido: “el sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad”, las bibliotecas que no dicen más que mentiras, un copo de nieve que expira en la palma de la mano “como la postrera hostia de la cristiandad”.

En la América post 11-S, una perspectiva de ese tipo es inquietante, y quizá por eso McCarthy, escritor alérgico al media system, concedió una entrevista sobre el tema a Oprah Winfrey. Yo empecé a verla y me aburrí, pero, por si a alguien le interesa, está en YouTube (troceada: o sea, en varios vídeos distintos que hay que ir viendo uno detrás de otro).

Por supuesto, lo interesante en La carretera (Mondadori, 2007) no es su historia, sino su filosofía de la historia. Dios ha creado todas las cosas para que sean, dice el libro de la Sabiduría, pero he aquí que los hombres nos hemos empeñado en aniquilarlas: en hacer que dejen de ser, en cargarnos el mundo. Y éste es un gran tema filosófico: un gran tema de filosofía de la historia en su sentido más profundo.

Recuerdo vagamente una antigua lectura, El fin del tiempo, de Josef Pieper, un filósofo tomista. Al término de la segunda guerra mundial, un cierto nihilismo camuflado de existencialismo había desplegado ante los ojos de la humanidad el escenario hipotético de la nada, que la experiencia de la bomba atómica —una experiencia entonces muy concreta— hacía perfectamente coherente. Pieper aceptó el reto y acometió en aquel libro, desde su punto de vista teológico, la problemática de la aniquilación del mundo.

Si la memoria no me traiciona, lo que venía a decir Pieper es que el Apocalipsis verdadero, es decir, el libro con el que se cierra la Biblia, presenta el fin del mundo en una óptica muy distinta, pues no habla de destrucción del mundo, sino de “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y a esa nueva tierra, sostenía Pieper, se llega no por la aniquilación de la actual (pues Dios crea para que las cosas sean), sino por su transposición fuera del tiempo. Es decir, la annihilatio no resulta admisible teológicamente.

Así sea. Pero, ciertamente, la historia lo está poniendo difícil. Se entiende que Cormac McCarthy parezca interpretar las cosas de otra manera.

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