“En la niñez, algunos árboles susurraban incluso en los día sin viento”. Es una frase con la que he topado en el curso de la lectura de En la belleza ajena, de Adam Zagajewski (Pre-Textos, 2003).
En la belleza ajena es un libro inclasificable de recuerdos y reflexiones que tiene por escenario Cracovia, una de las ciudades de mi lista de cosas por ver.
A Cracovia llegó en 1963 un joven Zagajewski para estudiar en la universidad. Pero, naturalmente, el de la formación universitaria no es el único sentido en que se puede decir que En la belleza ajena es el Bildungsroman —la novela de formación— del propio Zagajewski.
Escribe Zagajewski: “Una particularidad feliz de la juventud —en especial de la juventud del artista— es la casi inocente divinidad de los instantes de entusiasmo, los primeros descubrimientos, los primeros febriles momentos de alegría a la vista del tejado del mundo, que va elevándose ligeramente y va descorriendo el velo del misterio. ¡Oh, inocente alegría! Las puertas se abren, siquiera durante un momento, y aparece la luz. Y nosotros somos aún tan jóvenes que nos basta el entusiasmo; todavía no preguntamos por su sentido y por su lugar en el espeso tejido de la comunidad humana; aún somos como un jugador que gana una suma colosal y no se pregunta qué hará con ese dinero”.
Zagajewski, hay que saberlo (también para entender el título de su libro), es un apologista de la belleza y de la verdad: de todo eso tan básico que hoy se niega o se relativiza (Zagajewski va claramente contra corriente) y que a él le gusta unificar bajo el término de “poesía”, pero que también llama, con frecuencia, “fervor” o “entusiasmo”.
Escrito desde la atalaya de la madurez, En la belleza ajena es una revisitación constructiva del entusiasmo juvenil: “Después, con cada paso y cada nueva revelación, irá creciendo la inquietud, y la pregunta de qué es ese entusiasmo, de dónde viene y, sobre todo, con qué sentido llenarlo adquirirá poco a poco mayor importancia. Porque el entusiasmo se nos da, pero su significado tenemos que encontrarlo nosotros mismos, construirlo. Con la desesperanza ocurre al revés: parece ofrecernos —¡y de buen grado, sin que se le pregunte!— cada vez más explicaciones a medida que pasan los años”.
Hoy no es frecuente encontrar palabras tan luminosas. Por si hubiera alguna duda, aclaro que estoy con Zagajewski: con el partido de la poesía.
“¿Qué une la poesía y la música? La poesía”. Es otra cita de En la belleza ajena.
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