venerdì 8 febbraio 2008

Lo último que se pierde (más sobre la mujer de Maxence)


¿La esperanza es lo último que se pierde? No: a veces es lo primero.

En Leed en mi corazón, Denise asiste al embrutecimiento pasivo del universo humano que la rodea. Ante un mundo hostil, corrompido, desalentador, sus amigas y compañeras de trabajo, pobres y desgraciadas como ella, ni más ni menos, sucumben sin esfuerzo al remolino de la autodestrucción.

Ella, sin embargo, no: no bebe, no pendonea... Las demás lo hacen, pero ella no. ¿Por virtud? ¿Por egoísmo? No lo sabe: simplemente, algo le dice que debe resistir. Y llegado el caso, si ha de dar una bofetada a un cliente del inefable café Baussard, encuentra fuerzas para hacerlo.

En ese momento no sabe por qué. Pero años más tarde, al recordar aquellos tiempos, encuentra una explicación: “Además había la esperanza. La Religión Cristiana ha convertido la esperanza en una virtud. Hizo bien. Es una virtud que sostiene y que también debe merecerse, que necesita de nuestra defensa, que ha de preservarse, que ha de salvarse. Quería salvar la esperanza en mí. Poder esperar todavía. No luchaba porque esperase. Precisamente era todo lo contrario, para tener el derecho de esperar. Para salvaguardar mis sueños, mis posibilidades de esperanzas en el porvenir, en el amor..., en algo. Si cedía a la miseria, a la tentación, todo habría terminado después. La vida quedaría limitada a eso. Y ya no habría luz posible. Ninguna huida posible hacia otro mundo fuera del universo espantoso de las realidades. La existencia quedaría limitada, en adelante y sin remedio, a la terrible realidad, que yo me negaba obstinadamente a admitir”.

Cécile La Rousse, pervertida y cínica pero en el fondo buena amiga, la llama “pobre de espíritu” precisamente por eso, porque no acepta la realidad. Tiene razón.

Tantas veces, sin embargo, para construir lo que no hay es preciso no aceptar lo que hay. El cristianismo, curiosa doctrina que obliga (¡obliga!) a creer, esperar y amar, tiene algo que decir al respecto. ¿Cómo puedo creer si no tengo fe?, ¿qué más dará esperar o no esperar cuando el futuro no depende de mí?, ¿cómo puedo estar obligado a querer a mi mujer si ya no siento nada por ella?, dice el nuevo Sancho Panza. Y tiene razón: tanta como Cécile La Rousse. Pero olvida algo: olvida que la fe, la esperanza, el amor, no son sólo sentimientos, estados de ánimo. Como dice Denise, son... virtudes, palabra odiosa pero necesaria. Virtudes que se nos ofrecen y que podemos escoger o rechazar.

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