Sí, estoy leyendo el Quijote: supongo que se nota. Y la verdad: pensaba que me iba a enganchar más... El hecho cierto es que llevo 150 páginas en la venta de Maritornes, con una ristra interminable de historias churriguerescas que no hay cristiano que resista: que si Cardenio y Luscinda, que si el cautivo y la mora Zoraida...
He tomado nota de una curiosidad: la frase más larga que recuerdo haber visto en una novela normal, en una novela digamos no experimental. ¿Alguien se ha encontrado alguna vez con una frase de más de 300 palabras? Pues bien, 307 tiene, en el capítulo 36 de la primera parte del Quijote, la que va desde “Pero a esta sazón acudieron los amigos de don Fernando...” hasta “...cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue”. Quien quiera, puede comprobarlo en la fuente. Como dato de referencia, este post (21 oraciones) tiene 356 palabras.
Leo en un libro titulado La cocina de la escritura, de Daniel Cassany, que en Francia se ha pasado de un promedio de 74 palabras por frase en los tiempos de Descartes a 15 en los Jean Giono. Vale. Supongo que luego ha llegado la televisión y hemos pasado a menos de 5, que es la retentiva máxima del homo videns. Yo, por ejemplo, confieso que me siento cómodo con frases de tres, cuatro palabras:
-“¿Por qué no dices algo?”
-“¿Qué demonios quieres que diga?”
-“¿En qué piensas?”
-“En nada.”
-“¡Entonces deja de morderte las uñas!”
(Scott Fitzgerald, Hermosos y malditos).
-“¿Qué demonios quieres que diga?”
-“¿En qué piensas?”
-“En nada.”
-“¡Entonces deja de morderte las uñas!”
(Scott Fitzgerald, Hermosos y malditos).
Sí, es lo que me gusta, lo que me provoca. Pero de momento sigo enfrascado con el Quijote.
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