Los demonios
no me parece una de las mejores novelas de Dostoievski: por ejemplo,
seguramente le falta unidad; y le sobra sarcasmo, en algunos pasajes. Pero es
uno de esos libros que las generaciones posteriores colocan en el olimpo metaliterario
porque reconocen en él un oráculo. Los
demonios toma pie de un hecho real cinco años anterior a su redacción: el
misterioso asesinato de un estudiante por un grupo de conspiradores en 1866. Y
sin embargo, predice el futuro de Rusia.
¿Quiénes son los demonios en esta novela? En realidad,
son los del lunático de Gerasa:
aquel hombre por cuya boca habló una legión de demonios que, temerosos de
Jesús, pidieron entrar en unos cerdos.
El pasaje
evangélico que narra la historia de aquel endemoniado figura, destacado en
epígrafe, al comienzo de la novela. Y su sentido es aclarado al final, en uno
de los últimos capítulos, por uno de los personajes, Stepan Trofimovich, profeta
por una vez en su lecho de muerte: “Eso corresponde cabalmente a nuestra Rusia.
Esos demonios que salen del enfermo y entran en los puercos son todas las
úlceras, todos los miasmas, todas las impurezas, todos los demonios grandes y
pequeños que se han ido acumulando en este muestro grande y amado inválido, en
nuestra Rusia, siglo tras siglo. Oui,
cette Russie, que j’aimais toujours! Pero una gran idea y una gran voluntad
la escudarán desde las alturas, como a ese loco poseído por los demonios; y
todos esos demonios, toda la impureza, toda esa abominación que supuraba en la
superficie…, todo eso pedirá que lo dejen entrar en los puercos. ¡Y quizá haya
entrado ya! Eso es lo que somos nosotros, nosotros y esos, y Petrusha… et les autres avec lui, y yo el primero,
delante de todos, y nos arrojaremos, los delirantes y endemoniados, de un
acantilado al mar y nos ahogaremos todos, y nos estará bien empleado porque eso
es lo único para que servimos. Pero el enfermo sanará y ‘se sentará a los pies
de Jesús’… y todos lo mirarán pasmados…”.
Rusia es el
enfermo salvado, y los nuevos rusos de entonces son los demonios que se condenarán.
Para Dostoievski, ni Piotr Stepanovich, el revolucionario acogido por los
aristócratas en un vagón de primera clase; ni su padre, el afrancesado Stepan
Trofimovich; ni Nikolai Stavrogin, héroe maldito, cruel e indiferente, son
dignos de la santa Rusia.
Han pasado casi
ciento cincuenta años. En medio quedan el gulag, las purgas estalinistas y dos
guerras mundiales en las que han muerto más rusos que alemanes, franceses,
ingleses o americanos. Pero ahora, tras una momentánea muerte económica a raíz
del colapso soviético, Rusia está ahí de nuevo, sana y en pie: si no santa, al
menos sana.
A veces se habla de Gerussia para designar la convergencia de intereses estratégicos entre
Alemania (Germany) y Rusia, los dos
gigantes de la Europa actual. Es una palabra muy parecida a Gerasa: tanto por
parte alemana como por parte rusa, una lección de palingenesia.