Entre las grandes novelas de Dostoievski, grandes por peso específico y por extensión (Crimen y castigo, El idiota, Los hermanos Karamazov…), se suele colar en las bibliotecas una novela corta, El jugador. Por su facilidad de lectura y por su trama autobiográfica, El jugador —reeditada hace unos meses en castellano (Alianza, 2011)— cumple un cierto papel de introducción a Dostoievski, pero no por eso ha de ser considerada un texto secundario dentro del conjunto de su obra: aunque solo hubiera escrito El jugador, Dostoievski sería un escritor extraordinario.
El vicio del
juego y una pasión amorosa no correspondida están presentes tanto en la vida de
Dostoievski como en la del jugador de la novela. Este jura patéticamente que si
Polina, la mujer a la que vanamente ama, le dice que se quite la vida, él lo
hará. Que para un hombre así el juego sea una tentación invencible es
perfectamente comprensible. No es ganar o perder lo que importa, sino jugar.
En la vida real,
la “Polina” de Dostoievski es la voluble Apollinaria Suslova, a quien había
propuesto el matrimonio en 1864, tras la muerte de su mujer. La verdad es que
no había esperado a ser viudo para cortejarla, solo que ella lo había despedido
después de un breve coqueteo peripatético; y como no era por su esposa por lo
que ella lo había rechazado, también ahora lo rechazará.
Hasta aquí,
lo que de confesión propia pone Dostoievski en El jugador, que nace dos años más tarde, en 1866. En esos dos años
la vida, que ya no era fácil, se le ha puesto más difícil, y las deudas
contraídas en la ruleta le han obligado a agarrarse, como última tabla de
salvación, a un contrato leonino con un editor que, entre otras cosas, le
obliga a entregar un primer manuscrito en el plazo de un año.
Con los
adelantos del editor, Dostoievski comienza a pagar sus deudas y a escribir Crimen y castigo. Pero este no es un
libro que se pueda terminar en un año. Un día, Dostoievski se da cuenta de que
tiene un mes de plazo para entregar su primer libro, y por una vez el genio
teórico e inoperante encuentra una salida práctica: decide dictar durante
algunos días una historia (su propia historia, pues no hay tiempo para ponerse
a imaginar otra cosa) a una taquígrafa, Anna Snitkina, que va recogiéndola y transcribiéndola a
toda velocidad. La novela, El jugador,
se entrega a tiempo, pero hay más: en 1867 Dostoievski y Anna se casan, y en
1871 él consigue dejar definitivamente el juego.
Además, el
método de trabajo ensayado con El jugador
se demostrará también determinante, en 1880, en la redacción de Los hermanos Karamazov, con Dostoievski
ya próximo a la muerte.
Se puede
decir, por tanto, que debemos a Anna Snitkina el regalo de Los hermanos Karamazov. Pero antes El jugador, que también es una obra maestra, nos había regalado a
Anna Snitkina.
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