Quien escribe esta frase
en su Diario es Katherine Mansfield,
tras la muerte de su hermano Leslie en los campos de batalla de la Gran Guerra,
en 1915. Los tiempos compartidos eran los de la infancia en Nueva Zelanda,
donde la familia de ambos seguía viviendo. Ella, mayor que él, se había
trasladado a Londres en 1908, con 20 años, y solo había vuelto a verle ya en la
guerra, que él había querido hacer, en las antípodas de su tierra, como
voluntario del ejército británico.
Preludio, relato
publicado en 1918, es un primer resultado de ese propósito de evocación.
Originalmente iba a llamarse The Aloe,
y el cambio de título es uno de los datos que hacen suponer que el proyecto de
Katherine Mansfield era escribir un ciclo autobiográfico sobre Nueva Zelanda,
con aquel extenso cuento como Preludio
del resto. En la bahía (1922), otro
cuento largo con los mismos personajes, sería, en ese caso, la segunda pieza.
La tercera y última —antes de que la muerte de la autora, en 1923,
interrumpiera el ciclo— sería La casa
de muñecas, escrita un mes después de En
la bahía.
En Preludio, el áloe que un buen día florece es una epifanía de la
irrupción impetuosa de la vida en la familia Burnell, que cuenta ya con tres
niñas. El bebé ha nacido ya cuando encontramos de nuevo a los Burnell en las
páginas de En la bahía, y en él hay
que ver al hermano de la autora, del mismo modo que a esta hay que
identificarla con Kezia, la mediana de las tres hermanas.
En la bahía,
recientemente editado en castellano (Alba, 2011), está construido, en gran
medida, a base de lenguaje interior, por medio de un recurso que Katherine
Mansfield domina magistralmente: la llamada oración indirecta libre, en la que
el flujo de conciencia de los personajes queda acoplado sin solución de continuidad
al discurso del narrador.
La acción es nula: la
familia Burnell transcurre ordinariamente uno de sus últimos días de vacaciones
en la playa. Sobre todo, lo que cuenta —además del paisaje, meticulosamente
observado— son los personajes, que se describen a sí mismos desde dentro: con
sus pensamientos egoístas, con sus deseos utópicos, distintos en cada caso pero
siempre banales e inalcanzables, con sus silencios. Los que más hablan, como
Trout, el cómico cortejador de la señora Burnell, son los que menos nos dicen
de sí mismos.
Por su capacidad de
evocación y de penetración psicológica, la prosa de Katherine Mansfield ha sido
comparada con la de Virgina Woolf, coetánea y amiga suya. En mi opinión, la
supera. Y en esto coincido con la propia Virginia Woolf, quien en su diario
anotó que la única escritora de la que tenía envidia era Katherine Mansfield.
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