
En la portada vemos a una mujer rubia y de ojos claros que nos mira distendidamente. Desde luego, no es Ada Sinner, la protagonista de la novela. Es, supongo, Laurence, la mujer de Harry Sinner, el primo de Ada. Laurence es francesa y católica; Ada, en cambio, es una judía ucraniana que ha llegado a París de niña y a la que la revolución rusa ha alejado para siempre de su patria. Para ver el retrato de Ada no tenemos que mirar la portada, sino la solapa anterior, donde encontramos una foto de una mujer de pelo y ojos oscuros: Irène Némirovsky, la propia autora de la novela. Los perros y los lobos, en efecto, es seguramente su obra más autobiográfica.
Se trata de una obra de madurez: la madurez que tenía Irène Némirovsky a los 37 años, en 1940, cuando publicó la novela (moriría solo dos años más tarde, en Auschwitz). La acción, quizá con la excepción de los primeros capítulos, los de la infancia en Ucrania, está llevada con un ritmo ágil y con un sabio manejo de la situación dramática, como un río caudaloso y veloz que sabe perfectamente qué meandros va a encontrar en el camino y a qué mar le van a conducir.

En el último capítulo de la novela yo intuyo también una cierta clave de lectura teológica que quizá estos días el calendario, por lo de la Navidad, me ha facilitado reconocer. Solo diré que en 1939, el año anterior a la publicación de este libro, Irène Némirovsky se había convertido al catolicismo, sin dejar por eso de sentirse judía.