No se me habría ocurrido nunca escoger un “libro del año”, a modo de óscar del reducido ámbito de mis lecturas. Pero esta vez da la casualidad de que cuando el año está para terminar he leído un libro que en España ha sido publicado en 2011 y que me ha parecido tan bueno que merecía un premio de ese tipo. Me refiero a Los perros y los lobos, el último título de Irène Némirovsky que la editorial Salamandra ha puesto en las librerías.
En la portada vemos a una mujer rubia y de ojos claros que nos mira distendidamente. Desde luego, no es Ada Sinner, la protagonista de la novela. Es, supongo, Laurence, la mujer de Harry Sinner, el primo de Ada. Laurence es francesa y católica; Ada, en cambio, es una judía ucraniana que ha llegado a París de niña y a la que la revolución rusa ha alejado para siempre de su patria. Para ver el retrato de Ada no tenemos que mirar la portada, sino la solapa anterior, donde encontramos una foto de una mujer de pelo y ojos oscuros: Irène Némirovsky, la propia autora de la novela. Los perros y los lobos, en efecto, es seguramente su obra más autobiográfica.
Se trata de una obra de madurez: la madurez que tenía Irène Némirovsky a los 37 años, en 1940, cuando publicó la novela (moriría solo dos años más tarde, en Auschwitz). La acción, quizá con la excepción de los primeros capítulos, los de la infancia en Ucrania, está llevada con un ritmo ágil y con un sabio manejo de la situación dramática, como un río caudaloso y veloz que sabe perfectamente qué meandros va a encontrar en el camino y a qué mar le van a conducir.
El lenguaje es delicado y profundo, rico en matices y en carga simbólica. El título me hace suponer que Irène Némirovsky había leído a Jack London. Perro y lobo son los dos distintos modos de ser de la familia Sinner: el de quienes —como Colmillo Blanco, el protagonista de la novela homónima de London— se han “civilizado” y el de quienes permanecen fuera del sistema (al margen y por debajo). Son todos muy parecidos, son todos judíos…, pero cada cual tiene su destino.
En el último capítulo de la novela yo intuyo también una cierta clave de lectura teológica que quizá estos días el calendario, por lo de la Navidad, me ha facilitado reconocer. Solo diré que en 1939, el año anterior a la publicación de este libro, Irène Némirovsky se había convertido al catolicismo, sin dejar por eso de sentirse judía.
sabato 31 dicembre 2011
venerdì 16 dicembre 2011
Roma turistica
Se Nathaniel Hawthorne avesse scritto soltanto Il fauno di marmo (1859), oggi probabilmente non lo troveremmo nei manuali di letteratura americana. L’ho appena letto (in italiano: Giunti, 2008), e mi è sembrato poco più di un precedente del Codice Da Vinci. Non sto dicendo che Il Codice si trovi sullo stesso livello di qualità (non l’ho letto, e me ne vanto), ma sì che il cocktail di arte, religione, delitti di sangue e Roma da cartolina che Il fauno di marmo offre al lettore ha sicuramente molto a che fare con gli odierni esercizi di fantasia di Dan Brown (che comunque mai daranno luogo a un romanzo come La lettera scarlatta, il capolavoro di Hawthorne).
I luoghi del romanzo di Hawthorne sono i luoghi della Roma eterna, molto familiari anche adesso per chi vive a Roma: Villa Borghese, la chiesa dei Cappuccini di via Veneto, la Torre della Scimmia… Tutto in visione americana, ovviamente. Una visione che non è che mi entusiasmi. Per carità, è simpatico vedere un americano, o comunque un turista (Hawthorne, che ha vissuto in Italia due anni, è stato qualcosa di più di un turista), proiettare i suoi tic mentali sulla millenaria scenografia romana. Ma tante volte lo stereotipo, soprattutto quando nasce dalla chiusura allo sforzo di comprensione, è altezzoso e belligerante. E ciò purtroppo si verifica nel romanzo di Hawthorne, che, pur tra tanti attestati di meraviglia, non risparmia i toni spregiativi sia nei confronti dell’Italia che della Chiesa di Roma.
Un inciso. Per un’ironia della sorte, quel puritano antipapista di Hawthorne, critico con la Chiesa cattolica e implacabile in particolare con gli ordini religiosi, ha avuto una figlia che si è convertita al cattolicesimo e, dopo la morte del marito, ha fondato un ordine religioso: Rose Hawthorne. Insomma, come se una figlia di Dan Brown diventasse adesso numeraria dell’Opus Dei.
Torno alla Roma turistica e finisco. Alcuni dicono che Roma non è una città per viverci, e naturalmente a suo tempo Hawthorne è stato di questi. Io ci sono arrivato più di vent’anni fa e non me ne sono andato: ovviamente mi è piaciuta. Infatti, sento di vivere in una città eterna, malgrado i turisti, ma non noiosa (anche grazie ai turisti).
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