Mientras escribía mi anterior post, ése en el que decía que no creo en las películas de buenos y malos, me estaba acordando justamente de una película: Historias mínimas, del argentino Carlos Sorin (2002). La vi hará cosa de cinco o seis años, y resultó que no era de buenos y malos. Pero lo increíble es que tampoco era sólo de malos.
Los que entiendan de cine sabrán explicar por qué esa película me gustó: cuáles eran sus puntos de fuerza y por qué me sedujeron; cuáles sus defectos y por qué no se me atravesaron. A mí lo que me llamó la atención es que era una road movie de ángeles de la guarda, una película en la que todos los personajes son buenos. Y pienso yo que ganarse al público con un planteamiento así tiene que ser muy difícil.
Ciertamente, hay mucha enjundia en esa cinta: a poco que uno se fije, se comprende que cada persona, animal y cosa tiene un significado propio a distintos niveles de lectura. Pero para mí Historias mínimas es fundamentalmente eso, una película de santos: una chica recoge en su coche, de madrugada, a un viejo vagabundo; un viajante de comercio se detiene a levantar el ánimo de un amigo fracasado; una anciana desconocida hace una obra maestra de repostería para el viajante, que quiere presentarse en San Julián con una sorpresa...
Los personajes de Historias mínimas, naturalmente, no lo han hecho todo bien en la vida, y lo saben: tienen conciencia de sus pasos en falso, de los amores que han dejado marchitar estúpidamente, de su mezquindad. Que todos somos buenos y todos somos malos es obvio, pero que nos lo recuerden no está de más.
Las historias mínimas son aquéllas y éstas, pero éstas quedan como en penumbra, apenas sugeridas. Contadas todas ellas con creatividad y simpatía, con un humor muy argentino, generan no sólo ternura, sino deseos de emulación, que a mí me parece una cosa muy interesante. Es difícil salir de ver la película sin ganas de ser una de esas personas buenas, tan del montón y a la vez cada una tan suya. No es verdad que sólo el mal, el pecado, la trasgresión, sea algo divertido y excitante en este mundo.
domenica 26 giugno 2011
domenica 12 giugno 2011
Buenos y malos
Vale la pena echar un vistazo a Minoría absoluta (La Veleta, 2010), el libro de volaterías de Enrique Baltanás. Y si se engancha con la primera, leerlo entero: es breve, se acaba en un suspiro.
Volatería es a Enrique Baltanás lo que greguería a Ramón Gómez de la Serna. Es un nuevo módulo ad personam para la verdad aforística, que ya se ve que se resiste a los estándares universales.
Entre los aforismos de Baltanás hay de todo. Los que menos me han gustado son las máximas políticas. Los que más, esos que se la toman con la originalidad: “Cuando no se tiene nada propio que decir, no queda más remedio que intentar decir cosas originales”. “La verdadera originalidad no consiste en desplazarse, sino en profundizar”. “No seas original, sé personal”. “El ingenio es una trampa en la que están deseando caer todos los tontos”. Me gustan no por lo que atacan, sino por lo que defienden.
He aquí una volatería con la que estoy totalmente de acuerdo: “¿Qué es el amor? Sobran filosofías. El amor no es más que la voluntad de amar”.
Y he aquí una paradoja con la que no lo estoy tanto, pero que me sugiere muchas cosas: “Lo que quedará, al final, de Kafka, es un adjetivo que él nunca utilizó”. Y otra: “Desde que existe el cine, una novela no es más que el frasco en donde se ha guardado, para ulterior examen, el aborto de un guión”.
Siguiendo con el cine, señalo también esta volatería del capítulo “Diabluras” que ha sacudido alguna convicción firme dentro de mí: “El Diablo es el malo de la película. Porque ésta es una película de buenos y malos. Sólo los tontos creen que todos son buenos. O que todos son malos, que viene a ser lo mismo”.
Yo soy de los que piensan que todos somos malos. O al menos lo pensaba. Ahora me doy cuenta de que en la práctica no suelo ser coherente con ese prejuicio. Pero no me doy por vencido: en línea de principio, sigo siendo reacio a querer ver las cosas en términos de buenos y malos.
Volatería es a Enrique Baltanás lo que greguería a Ramón Gómez de la Serna. Es un nuevo módulo ad personam para la verdad aforística, que ya se ve que se resiste a los estándares universales.
Entre los aforismos de Baltanás hay de todo. Los que menos me han gustado son las máximas políticas. Los que más, esos que se la toman con la originalidad: “Cuando no se tiene nada propio que decir, no queda más remedio que intentar decir cosas originales”. “La verdadera originalidad no consiste en desplazarse, sino en profundizar”. “No seas original, sé personal”. “El ingenio es una trampa en la que están deseando caer todos los tontos”. Me gustan no por lo que atacan, sino por lo que defienden.
He aquí una volatería con la que estoy totalmente de acuerdo: “¿Qué es el amor? Sobran filosofías. El amor no es más que la voluntad de amar”.
Y he aquí una paradoja con la que no lo estoy tanto, pero que me sugiere muchas cosas: “Lo que quedará, al final, de Kafka, es un adjetivo que él nunca utilizó”. Y otra: “Desde que existe el cine, una novela no es más que el frasco en donde se ha guardado, para ulterior examen, el aborto de un guión”.
Siguiendo con el cine, señalo también esta volatería del capítulo “Diabluras” que ha sacudido alguna convicción firme dentro de mí: “El Diablo es el malo de la película. Porque ésta es una película de buenos y malos. Sólo los tontos creen que todos son buenos. O que todos son malos, que viene a ser lo mismo”.
Yo soy de los que piensan que todos somos malos. O al menos lo pensaba. Ahora me doy cuenta de que en la práctica no suelo ser coherente con ese prejuicio. Pero no me doy por vencido: en línea de principio, sigo siendo reacio a querer ver las cosas en términos de buenos y malos.
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