sabato 31 dicembre 2011

El libro del año

No se me habría ocurrido nunca escoger un “libro del año”, a modo de óscar del reducido ámbito de mis lecturas. Pero esta vez da la casualidad de que cuando el año está para terminar he leído un libro que en España ha sido publicado en 2011 y que me ha parecido tan bueno que merecía un premio de ese tipo. Me refiero a Los perros y los lobos, el último título de Irène Némirovsky que la editorial Salamandra ha puesto en las librerías.
En la portada vemos a una mujer rubia y de ojos claros que nos mira distendidamente. Desde luego, no es Ada Sinner, la protagonista de la novela. Es, supongo, Laurence, la mujer de Harry Sinner, el primo de Ada. Laurence es francesa y católica; Ada, en cambio, es una judía ucraniana que ha llegado a París de niña y a la que la revolución rusa ha alejado para siempre de su patria. Para ver el retrato de Ada no tenemos que mirar la portada, sino la solapa anterior, donde encontramos una foto de una mujer de pelo y ojos oscuros: Irène Némirovsky, la propia autora de la novela. Los perros y los lobos, en efecto, es seguramente su obra más autobiográfica.

Se trata de una obra de madurez: la madurez que tenía Irène Némirovsky a los 37 años, en 1940, cuando publicó la novela (moriría solo dos años más tarde, en Auschwitz). La acción, quizá con la excepción de los primeros capítulos, los de la infancia en Ucrania, está llevada con un ritmo ágil y con un sabio manejo de la situación dramática, como un río caudaloso y veloz que sabe perfectamente qué meandros va a encontrar en el camino y a qué mar le van a conducir.

El lenguaje es delicado y profundo, rico en matices y en carga simbólica. El título me hace suponer que Irène Némirovsky había leído a Jack London. Perro y lobo son los dos distintos modos de ser de la familia Sinner: el de quienes —como Colmillo Blanco, el protagonista de la novela homónima de London— se han “civilizado” y el de quienes permanecen fuera del sistema (al margen y por debajo). Son todos muy parecidos, son todos judíos…, pero cada cual tiene su destino.

En el último capítulo de la novela yo intuyo también una cierta clave de lectura teológica que quizá estos días el calendario, por lo de la Navidad, me ha facilitado reconocer. Solo diré que en 1939, el año anterior a la publicación de este libro, Irène Némirovsky se había convertido al catolicismo, sin dejar por eso de sentirse judía.

venerdì 16 dicembre 2011

Roma turistica

Se Nathaniel Hawthorne avesse scritto soltanto Il fauno di marmo (1859), oggi probabilmente non lo troveremmo nei manuali di letteratura americana. L’ho appena letto (in italiano: Giunti, 2008), e mi è sembrato poco più di un precedente del Codice Da Vinci. Non sto dicendo che Il Codice si trovi sullo stesso livello di qualità (non l’ho letto, e me ne vanto), ma sì che il cocktail di arte, religione, delitti di sangue e Roma da cartolina che Il fauno di marmo offre al lettore ha sicuramente molto a che fare con gli odierni esercizi di fantasia di Dan Brown (che comunque mai daranno luogo a un romanzo come La lettera scarlatta, il capolavoro di Hawthorne).

I luoghi del romanzo di Hawthorne sono i luoghi della Roma eterna, molto familiari anche adesso per chi vive a Roma: Villa Borghese, la chiesa dei Cappuccini di via Veneto, la Torre della Scimmia… Tutto in visione americana, ovviamente. Una visione che non è che mi entusiasmi. Per carità, è simpatico vedere un americano, o comunque un turista (Hawthorne, che ha vissuto in Italia due anni, è stato qualcosa di più di un turista), proiettare i suoi tic mentali sulla millenaria scenografia romana. Ma tante volte lo stereotipo, soprattutto quando nasce dalla chiusura allo sforzo di comprensione, è altezzoso e belligerante. E ciò purtroppo si verifica nel romanzo di Hawthorne, che, pur tra tanti attestati di meraviglia, non risparmia i toni spregiativi sia nei confronti dell’Italia che della Chiesa di Roma.

Un inciso. Per un’ironia della sorte, quel puritano antipapista di Hawthorne, critico con la Chiesa cattolica e implacabile in particolare con gli ordini religiosi, ha avuto una figlia che si è convertita al cattolicesimo e, dopo la morte del marito, ha fondato un ordine religioso: Rose Hawthorne. Insomma, come se una figlia di Dan Brown diventasse adesso numeraria dell’Opus Dei.

Torno alla Roma turistica e finisco. Alcuni dicono che Roma non è una città per viverci, e naturalmente a suo tempo Hawthorne è stato di questi. Io ci sono arrivato più di vent’anni fa e non me ne sono andato: ovviamente mi è piaciuta. Infatti, sento di vivere in una città eterna, malgrado i turisti, ma non noiosa (anche grazie ai turisti).

domenica 27 novembre 2011

Ricordando Margaret Ogola

Margaret Ogola è morta lo scorso 22 settembre. Un cancro l’ha uccisa a soli 53 anni.

Ho scoperto Margaret Ogola come scrittrice alcuni anni fa, quando ho letto Il fiume e la sorgente (San Paolo, 1997). Poi l’ho scoperta anche in altre vesti: quella di medico pediatra, quella di madre di famiglia, quella di donna saggia e coraggiosa, orgogliosa di essere africana…

Una volta ho sentito certi suoi discorsi sui volti dei bambini. Parlava, in modo veramente toccante, dei bambini che lei vedeva morire in un ospedale di Nairobi per orfani malati di aids: un ospedale di cui lei era direttore medico. Lei alludeva ad altre realtà forse più profonde (era una donna di fede), ma io ho pensato subito che quei bambini orfani stavano morendo con il conforto di avere accanto a sé una mamma dolce e forte. Tra l’altro, Margaret Ogola aveva, oltre ai suoi quattro figli, altri due adottati, provenienti dalla sua famiglia allargata (questo però sembra che non sia un fatto eccezionale in Africa).

Anche Akoko, la donna “sorgente” delle quattro generazioni di donne che defluiscono attraverso Il fiume e la sorgente, è dolce e forte. Tanto dolce da indurre il capo della sua tribù a chiederla in moglie e a sborsare per lei un conto salato; e tanto forte da obbligare poi il suo uomo a non sposare altre donne, in barba alle usanze che legittimano la poligamia.

La storia di Akoko è una storia di riscatto, ma le altre donne del romanzo, figlie e nipoti di Akoko, non sempre vedranno coronate dal successo le loro traiettorie. Comunque, tutto sommato Margaret Ogola è ottimista, ha fede nella donna africana. “Sì, sono molto fiduciosa. Forse c'è qualche problema con il mio cervello! Una volta qualcuno mi ha attaccato perché il mio libro era tanto pieno di speranza, e io non me n'ero resa conto”, ha dichiarato nel 2005, in un’intervista per Mercatornet.

Il bel canto funebre che Akoko improvvisa alla morte del marito, un canto intenso, semplice, mesto, ha un battito tipicamente africano: vi si sente lo slancio del jazz. Vorrei oggi poter intonare qualcosa di simile per Margaret Ogola. Non ne sono capace, e devo accontentarmi con questo modesto omaggio scritto.

domenica 13 novembre 2011

Peregrinos

¿Puedo permitirme comentar en este selecto libro fórum un instant book, por una vez?

—Bueno, pero que no se repita.

Vale… Pues hablo entonces de Arturo San Agustín, pluma venenosa del Periódico de Catalunya, que acaba de publicar Un perro verde entre los jóvenes del Papa (Ediciones Khaf), un libro reportaje sobre la Jornada Mundial de la Juventud del pasado agosto en Madrid.

Arturo San Agustín tiene apellido de santo y de converso, pero no sé yo si él, tras su experiencia de Madrid, se considera un converso. Desde luego, su libro tiene poco que ver con las Confesiones del otro San Agustín. No termina en metanoia, si es que alguien se lo esperaba.

En todo caso, yo respeto su intimidad, como aquel taxista madrileño que llevó uno de aquellos días a la Almudena a él y a otros dos colegas:

“—… No sé si son ustedes catalanes, pero cuando alguien da un palo a Mourinho, catalán seguro, y que conste que a mí no me gusta Mourinho. ¿Ustedes van a misa?

Ahora soy yo, que no me gusta el fútbol, quien decide intervenir.

—Sí, a mí me gusta Mourinho.

—A usted no le gusta Mourinho y perdone, no tenía que haber entrado en temas íntimos. Hay cosas que no se deben preguntar.

—Se equivoca. Se puede preguntar todo. Se lo digo yo que soy periodista. Otra cosa es que se quiera responder.

—Ya.”

Vamos, que Arturo San Agustín prefiere hablar del Madrid, aun siendo de Barcelona y no sabiendo nada de fútbol, que de sus creencias.

A la vez, sin embargo, su libro da voz a historias edificantes, a experiencias de fe profundas.

Hay un relato que ha removido viejos recuerdos en mí: el de los jóvenes de una parroquia de Barcelona que salen andando de Montserrat a las cuatro de la mañana y caminan en silencio durante las dos primeras horas. Yo esa experiencia, de modo seguramente menos organizado, la he vivido, y no solo en Montserrat, aunque también. Y doy fe de que cuando te pones en camino antes del alba en plena montaña, lo que te pide el cuerpo es el silencio, porque todo lo que puedas decir en ese abismo que se abre dentro de ti entre la montaña y la alborada te parece superfluo, si no es oración.

“Pilgrim it’s a long way to find out who you are… to find out where the winds die and where the stories go”, dice Pilgrim (“Peregrino”), una canción de Enya. Eso, ¿dónde van a parar las historias de los hombres?

Que todos somos peregrinos suena hoy a tópico, por desgracia… Suena a tópico, sí, porque hoy ya no sabemos distinguir, entre los ruidos del camino, la llamada de nuestro destino personal.

domenica 30 ottobre 2011

La guerra de Orwell

Orwell en España, volumen publicado por Tusquets en 2003, reúne setenta escritos de George Orwell (1903-1950) sobre la guerra civil española. El más extenso es Homenaje a Cataluña, el relato de su experiencia como voluntario durante la guerra. Homenaje a Cataluña apareció en 1938 y normalmente se edita como libro a se: aquí ocupa unas 200 páginas sobre un total de 450. En las 250 restantes hay artículos, reseñas de libros, cartas y otros textos menores.

No todo me gusta en La guerra de Orwell. En especial, no me convence nada su visión edénica de la revolución. Para Orwell, la historia de la guerra de España (en su primer año, que es el que él vivió) es muy simple: tras un golpe de mano burgués, la clase obrera responde con una saludable revolución, pero al cabo de unos meses el aparato comunista, nueva encarnación de la burguesía, ahoga la revolución en sangre.

Me faltan cifras, pero estoy seguro de que los militantes de la CNT y del POUM asesinados por los comunistas en 1937 son bastantes menos que los curas asesinados por militantes de la CNT y del POUM en los primeros meses de la guerra. La revolución quizá tuvo esos bellos efectos que Orwell menciona (se impone el tuteo, se prohíbe la prostitución…), pero su sustancia fue patética, y de eso Orwell no parece darse cuenta. Matar burgueses y curas, violar monjas, quemar iglesias, requisar fábricas para el partido (cada cual para el suyo): también en eso consistió la revolución, si queremos ver las cosas como son. A la Iglesia, víctima fácil, le tocó hacer de chivo expiatorio, una vez más.

No seré yo quien defienda a Orlov y a Togliatti, pero al menos en Barcelona todo el mundo dice que desde mayo de 1937, cuando los comunistas ajustaron cuentas con anarcos y trotskistas, en la calle empezó a haber una cierta seguridad y un cierto orden, en vez de la arbitrariedad y la violencia revolucionarias.

Reconozco, de todos modos, que a pesar de esa miopía ideológica Orwell en España (y, en particular, Homenaje a Cataluña) es buena literatura: no es propaganda, o al menos no solo. Algunos pasajes merecen un replay después de la primera lectura: por ejemplo, la descripción de las distintas clases de bombas que Orwell ve caer a su alrededor en el frente de Huesca.

Un último punto: hay que descubrirse ante el editor de la obra, Peter Davison, que ha hecho un trabajo impresionante de exploración bibliográfica y de anotación.

sabato 15 ottobre 2011

L'ultima di Canin

Nel 2008, pochi mesi prima della morte di Ted Kennedy, Ethan Canin ha pubblicato America America, un romanzo che racconta la storia di un senatore, Henry Bonwiller, scolpito sul modello del senatore Ted Kennedy; e anche la storia di una famiglia, i Metarey, costruita a immagine della stessa famiglia Kennedy, con tanto di ricchezza, militanza democratica e infortuni aerei.

Il romanzo non è quell’apice nella carriera di Canin promesso dai titoli di coda promozionali, almeno nella versione italiana (Ponte alle Grazie, 2011). Eppure ho deciso di parlarne qui, perché comunque mentre lo leggevo non sono mancati i momenti di godimento.

Tra i personaggi secondari c’è Clara Metarey, una ragazza che ne combina di tutti i colori. È stata forse soprattutto lei a fare della mia lettura di America America una esperienza stimolante. Ma è piuttosto una eccezione. Infatti secondo me il romanzo racconta una storia bella, solida, ma i personaggi difettano: li trovo un tantino mancanti di personalità, stereotipati. Con qualche eccezione, come appunto Clara.

C’è poi un altro aspetto che mi sembra censurabile in America America: l’intreccio direi troppo irriverente tra l’invenzione e la storia reale.

“I fatti storici non esistono in se stessi”, sosteneva Raymond Aron, “esistono soltanto nelle coscienze e cambiano con queste”. Almeno in parte (soltanto in parte), ciò è vero, e una delle conseguenze è che chi scrive un romanzo può inserire la vicenda che racconta in una realtà “vera”, riconosciuta dalle coscienze come “fatto storico”: può inventare un personaggio, per esempio, che si arruola nell’esercito francese e combatte in Waterloo.

C’è però una cosa che non può fare, mi sembra, o almeno non dovrebbe: nella storia di quel soldato, i francesi non possono vincere la battaglia di Waterloo. E questo succede con America America: il senatore Henry Bonwiller, personaggio inventato, si candida alle elezioni presidenziali del 1972 (quelle cioè a cui Ted Kennedy non si è presentato), e prima di vedersi tagliata la strada per una vicenda tragica (un avatar letterario del celebre incidente di Chappaquiddick), vince alcune primarie, come quelle del New Hampshire, in gara con altri candidati democratici che sono personaggi reali: Mc Govern, Muskie, Wallace…

Allora, è ovvio che nel 1972 le primarie democratiche del New Hampshire non sono state vinte da Bonwiller. Oggi con Wikipedia è molto facile informarsi su chi le ha vinte (Edmund Muskie). Si tratta “soltanto” di un fatto storico, d’accordo, ma almeno io spontaneamente mi resisto a concedere che quelle elezioni possano diventare qualcosa di radicalmente diverso —fino a farne del vincitore lo sconfitto— per via di un cambiamento nella nostra coscienza della storia.

In realtà, il nocciolo della questione non è nella filosofia della storia di Aron, ma piuttosto nel senso che ha oggi quella teoria della comunicazione poetica come “volontaria sospensione dell’incredulità” formulata da Coleridge. Oggi io posso sospendere la mia incredulità nei confronti di un personaggio non reale come Bonwiller, ma a patto che Bonwiller sia, oltre a non troppo inverosimile, rispettoso delle mie prosaiche, giornalistiche certezze informative.

venerdì 30 settembre 2011

Diversi, quindi simili

Una di loro è il titolo di un romanzo di Paola Capriolo pubblicato da Bompiani nel 2001. Una di loro, sì: un vicolo cieco di pronomi di cui, naturalmente, “loro” è più significativo di “una”.

E allora loro chi sono? Loro sono gli immigrati: “loro” in quanto da noi ritenuti diversi. Su questo argomento, la Capriolo ha pubblicato pure, pochi mesi fa, un romanzo per ragazzi dal titolo Io come te, che sarebbe un altro gioco al pronome. Fa bene Paola Capriolo a scrivere anche per ragazzi. Mi ricorda quello che diceva Gadamer negli ultimi anni della sua vita: che ormai non andava più alle università a parlare di filosofia, che preferiva andare alle scuole, perché ai nostri giorni l’animo di un giovane ventenne è già troppo condizionato, troppo inquinato, per pretendere di fargli pensare o di aiutarlo a impostare la propria vita secondo un principio fermo di ragione pratica. Non per caso Paola Capriola è filosofa.

Comunque, Una di loro non è un romanzo impegnato o edificante (in senso etico). È un romanzo che parla di estetica; e, solo attraverso l’estetica, anche di etica.

In un albergo di montagna, un professore di estetica alle prese con la stesura di un saggio scopre Iasmina, una cameriera foranea: diversa, esotica, piuttosto scialba…, soprattutto però scomoda. E con lei scopre loro, la comunità di cui lei fa parte.

Il professore non ha pace. Perché ogni giorno che passa le sue idee sulla bellezza gli sembrano più discutibili? Narciso e Narciso, ovvero i labirinti della bellezza, si doveva intitolare il suo saggio. Ma arriva un momento in cui quell’impostazione non gli dice più niente. “Né Narciso né Narciso riescono a ispirarmi altro che indifferenza”, confessa a se stesso, tra la frustrazione e la rabbia; “anzi, quel titolo stesso mi appare ormai una spiritosaggine scipita”.

Una sera, seduto in un caffè con Claudia, borghesotta detestabile all’assalto della sua amicizia, vede da lontano una ragazza magra dai capelli castagni con jeans e maglietta: è lei, pensa subito, e ciò lo turba in un modo inspiegabile. Ma la vera rivelazione arriva dopo, quando scopre che la ragazza, adesso più vicina, in realtà non è lei: è una giovane villeggiante. Quindi Iasmina non è tanto diversa, “loro” non sono tanto diversi… E quindi lo specchietto magico della bellezza ci può mostrare come bello, cioè come simile a noi, anche il cosiddetto diverso.

Non aggiungo altro: il libro va letto. Dico solo che la storia è raccontata con la solita eleganza della Capriolo, ma anche con un tocco di ironia e di comicità che forse non è abituale in lei e che sorprende piacevolmente.

venerdì 16 settembre 2011

La lluvia de ayer en cinco haikus

Los rayos rompen
los truenos en mil ruidos.
El sol se esconde.

        * * *

Pasos inciertos:
la lluvia me ata al cielo,
el barro al suelo.

        * * *

Tamborilean
las gotas en los charcos
de la nostalgia.

        * * *

Lluvia obsesiva.
El limpiaparabrisas
reza y olvida.

        * * *

Como el paraguas,
solo tras la tormenta
gotea el árbol.

domenica 28 agosto 2011

Van der Meersch 33

Ira. Palabra breve y tajante. Palabra potente en estos tiempos de indignación organizada.

Ira se llama uno de los siete pecados capitales: uno que, significativamente, la Biblia atribuye a veces a Dios. Las plagas del Apocalipsis, por ejemplo, son “el vino de la ira de Dios”. Preciso es admitir, por tanto, que puede existir una ira santa: supongo que siempre es mejor una santa no violencia, pero no hay que excluir que también la ira pueda ser canonizada.

Justa al menos, si no santa, parece la ira de los obreros en huelga de Cuando enmudecen las sirenas, la segunda novela de Van der Meersch (1933), que he encontrado en el mismo volumen que La casa de las dunas.

El tema no es exclusivo de hace ochenta años. Es actual. También hoy la policía sabe la diferencia que hay entre una manifestación de estudiantes y una de obreros. La primera es un juego de niños. Los obreros, en cambio, cuando se baten por el trabajo, por un trabajo que se les quiere arrebatar, se baten por el pan de sus hijos. Y pueden estar dispuestos a todo.

En Cuando enmudecen las sirenas, los obreros de Roubaix están dispuestos a todo. La huelga descarga su violencia asesina contra industriales, artesanos, comerciantes…, contra jóvenes y viejos. Descarga también su violencia contra una muchacha abandonada por todos, incluso por sus propios padres, Laure, para quien cada día que pasa sin que las sirenas anuncien la apertura de las fábricas es un paso en el camino que le lleva del hambre a la muerte. También ella podría descargar su violencia contra el niño que lleva en el vientre, pero no quiere hacerlo.

Mientras Laure siga con vida, su niño no morirá. Y, ya viva o ya muera, será para nosotros una llama de esperanza. Es una de las razones por las que, si yo fuera editor, publicaría a Van der Meersch; o al menos publicaría esta novela, hoy totalmente fuera de la circulación.

domenica 14 agosto 2011

Van der Meersch 32

Estuve unas horas en Barcelona, al final del verano pasado, y en la feria del libro de ocasión encontré por 10 euros un tomo de las Obras completas de Van der Meersch, editadas por Janés en 1953. Incluía cinco novelas, entre ellas Invasión (en el original francés, Invasion 14), según algunos la obra maestra de ese autor, del que hoy tan pocos se acuerdan.

Invasión ocupa casi quinientas páginas, un poco menos de la mitad del volumen, y la verdad, no me ha parecido tan extraordinaria. Es un intento de recrear Guerra y paz en ambiente francés y con el telón de fondo de la primera guerra mundial, pero pienso que la comparación con la empresa de Tolstoi debería hacer ruborizar al más sólido admirador de Van der Meersch (que quizá soy yo mismo).

Más aún, las demás novelas del volumen me parecen mejores. Una de ellas es La casa de las dunas, de 1932, la primera de Van der Meersch, que tenía entonces 25 años.

La casa de las dunas es una historia de contrabandistas. Naturalmente, el contrabandista es el bueno y el policía el malo. Tiene un cierto paralelismo con un relato contemporáneo, también primerizo, de Josep Pla, uno de los mayores escritores catalanes del siglo XX: Contraban (es decir, Contrabando), el fragmento más conocido de los que componen Coses vistes (1925), la primera obra de Pla.

Como para Josep Pla, también para Maxence Van der Meersch el contrabando era una “cosa vista”: antes de escribir la novela no solo se había documentado, sino que había ido de noche a ver pasar tabaco clandestinamente a través de la frontera entre Bélgica y Francia (Pla había vivido una experiencia similar, en una barca de contrabandistas ampurdaneses que sorteaba por mar el confín entre España y Francia).

El protagonista de La casa de las dunas es contrabandista y está casado con una antigua prostituta, pero manifiesta una voluntad de redención extraordinaria, a tono con su indomable fuerza física. En su aspiración a hacerse materialmente uno con la isla de pureza representada por la casa de las dunas hay un potente dramatismo, que es lo que más me ha atraído de este relato de miseria y rescate. En obras posteriores, tras su conversión en torno a 1934, Van der Meersch cristianizará ese punto de llegada desesperadamente anhelado, pero el armazón moral que va a ser típico de su narrativa está ya presente, con todos sus rasgos propios, en esta primera novela.


sabato 30 luglio 2011

Fabrice Hadjadj: il solletico di Dio

Che cos’è la verità (Lindau, 2011) è la trascrizione di una disputatio che ha avuto luogo nel duomo di Rouen l’estate scorsa, a giugno, tra Fabrice Hadjadj e Fabrice Midal.

La disputatio o controversia è una sorta di gara intellettuale propria del medioevo: due aspiranti professori dovevano confrontarsi su un tema centrale, esponendo prima liberamente i loro punti di vista e dibattendo poi, in una seconda fase, le idee emerse. Siccome la disputatio era pubblica, diventava pure un mezzo pedagogico.

In questo caso la disputatio, che ha visto su fronti opposti un cattolico e un buddista, si è tenuta in una cattedrale ed è stata organizzata da un’associazione di teologi. Senza conoscere bene l’iniziativa (a quanto pare, quello di Rouen è un appuntamento fisso che si ripete tutti gli anni, con temi diversi di volta in volta), dico subito che mi sembra molto interessante. Spesso mi capita di vedere autori cristiani che costruiscono tutto il loro discorso sulla base di idee o citazioni di altri autori cristiani, a circuito chiuso. E invece occorrerebbe, secondo me, confrontarsi con gli altri, sentirli, dialogare, capire che cose hanno da dire, imparare da loro; e tentare poi di riformulare il messaggio cristiano con parole che per loro abbiano un significato. Il papa non mi sembra per niente contrario a un atteggiamento di questo tipo: si veda il dialogo con Habermas, oppure il recente “cortile dei gentili”.

Fabrice Hadjadj e Fabrice Midal, i due contendenti della disputatio su Che cos’è la verità, dimostrano un livello intellettuale e una capacità dialettica alti. Entrambi sono filosofi, giovani (appena quarantenni) e di tradizione ebraica. Il primo si è convertito al cattolicesimo nel 1998. Il secondo è buddista.

Il libro, dopo un’introduzione erudita del vicario generale di Rouen, ha tre parti: intervento di Fabrice Midal (pp. 15-32), intervento di Fabrice Hadjadj (pp. 33-51) e dibattito (pp. 53-85). Questa parte finale aiuta a identificare le differenze di pensiero tra i due autori, non facili da discernere nei discorsi precedenti, meramente espositivi. Midal propende a un misticismo in cui l’io si perde nel tutto. Hadjadj enfatizza il concetto di relazione, su cui l’io si regge. Naturalmente, sono in discussione molti altri temi, tutti ricchi di sfumature. “Che cos’è la verità”, la domanda di Pilato da cui parte la disputatio, porta molto lontano.

Ho trovato fredda ed ermetica, anche se non carente di lampi di genio, la prima parte del libro, il discorso di Fabrice Midal. Mi ha entusiasmato invece l’intervento dell’altro Fabrice, che ho trovato scintillante: cioè divertente, stimolante e profondo. Hadjadj tira in ballo, per esempio, la propria suocera e i piercing dei suoi allievi (i ragazzi di un liceo di Tolone dove insegna filosofia), ma lo fa per portare poi il discorso sulla suggestiva idea della comunione dei volti e sul mistero del Cristo crocifisso. Parlare di Dio è un’arte, e di quest’arte il testo di Fabrice Hadjadj mi sembra un capolavoro.



venerdì 15 luglio 2011

Jean Daniélou: l'ombra di Dio

Dio e noi è un libro del teologo e gesuita francese Jean Daniélou (1905-1974). Il titolo può sembrare troppo ambizioso, ma secondo me doveva per forza essere ambizioso, audace, provocatorio.

Certamente, audace era Daniélou quando lo ha pubblicato, nel 1956: poco prima aveva dovuto ritirare dalla circolazione un altro suo libro, ritenuto dai guardiani dell’ortodossia troppo problematico. Poi però sarà una delle grandi figure del Concilio Vaticano II, e negli ultimi anni della sua vita sarà ritenuto dalla intellighenzia teologica addirittura troppo adagiato sulle posizioni del magistero, soprattutto quando Paolo VI, che molto lo stimava, lo farà cardinale, nel 1969.

Di Dio e noi, che ho letto in una edizione molto vecchia (ma mi sembra che Rizzoli ne abbia fatto una nuova nel 2009), mi ha convinto particolarmente il primo capitolo, “Il Dio delle religioni”. In questo capitolo Daniélou espone la sua teoria dell’alleanza cosmica, una sorta di contratto originario di Dio con l’uomo che precederebbe le posteriori, particolari alleanze con i patriarchi dell’Antico Testamento e che spiegherebbe le assonanze che un attento osservatore riscontra in tradizioni religiose molto lontane nel tempo e nello spazio. Questa idea è stata poi introdotta dallo stesso Daniélou in un documento importante del Vaticano II, la costituzione Dei Verbum, che afferma che Dio si rivela factis et verbis, cioè non soltanto con parole, con i testi sacri, ma anche con fatti, a cominciare dalla Creazione.

Ma torniamo al libro. In Dio e noi, Daniélou parla in primo luogo, ovviamente, di Dio; e lo fa percorrendo, in compagnia degli amati padri della Chiesa (soprattutto sant’Ireneo e san Gregorio di Nissa), sei tappe: “Il Dio delle religioni”, “Il Dio dei filosofi”, “Il Dio della fede”, “Il Dio di Gesù Cristo”, “Il Dio della Chiesa” e “Il Dio dei mistici”. In questo modo il secondo polo del titolo, cioè il “noi”, diventa una spalla del primo: una spalla che cambia a seconda della scena. Non male, quando l’attore principale è Dio.

Facendo a ritroso il cammino del libro, finisce che nel casting ci siamo quasi tutti: mistici, cattolici, cristiani, credenti, teisti, animisti… Restano fuori gli atei, certo.

È vero che sono loro a voler starsene fuori, ma io li avrei fatto comunque oggetto di un capitolo: “Il Dio degli atei”. Perché anche se gli atei non lo riconoscono come loro creatore, lui, Dio, sì li riconosce: e non soltanto come sue creature, ma addirittura come figli.


domenica 26 giugno 2011

Más sobre buenos y malos

Mientras escribía mi anterior post, ése en el que decía que no creo en las películas de buenos y malos, me estaba acordando justamente de una película: Historias mínimas, del argentino Carlos Sorin (2002). La vi hará cosa de cinco o seis años, y resultó que no era de buenos y malos. Pero lo increíble es que tampoco era sólo de malos.

Los que entiendan de cine sabrán explicar por qué esa película me gustó: cuáles eran sus puntos de fuerza y por qué me sedujeron; cuáles sus defectos y por qué no se me atravesaron. A mí lo que me llamó la atención es que era una road movie de ángeles de la guarda, una película en la que todos los personajes son buenos. Y pienso yo que ganarse al público con un planteamiento así tiene que ser muy difícil.

Ciertamente, hay mucha enjundia en esa cinta: a poco que uno se fije, se comprende que cada persona, animal y cosa tiene un significado propio a distintos niveles de lectura. Pero para mí Historias mínimas es fundamentalmente eso, una película de santos: una chica recoge en su coche, de madrugada, a un viejo vagabundo; un viajante de comercio se detiene a levantar el ánimo de un amigo fracasado; una anciana desconocida hace una obra maestra de repostería para el viajante, que quiere presentarse en San Julián con una sorpresa...

Los personajes de Historias mínimas, naturalmente, no lo han hecho todo bien en la vida, y lo saben: tienen conciencia de sus pasos en falso, de los amores que han dejado marchitar estúpidamente, de su mezquindad. Que todos somos buenos y todos somos malos es obvio, pero que nos lo recuerden no está de más.

Las historias mínimas son aquéllas y éstas, pero éstas quedan como en penumbra, apenas sugeridas. Contadas todas ellas con creatividad y simpatía, con un humor muy argentino, generan no sólo ternura, sino deseos de emulación, que a mí me parece una cosa muy interesante. Es difícil salir de ver la película sin ganas de ser una de esas personas buenas, tan del montón y a la vez cada una tan suya. No es verdad que sólo el mal, el pecado, la trasgresión, sea algo divertido y excitante en este mundo.

domenica 12 giugno 2011

Buenos y malos

Vale la pena echar un vistazo a Minoría absoluta (La Veleta, 2010), el libro de volaterías de Enrique Baltanás. Y si se engancha con la primera, leerlo entero: es breve, se acaba en un suspiro.

Volatería es a Enrique Baltanás lo que greguería a Ramón Gómez de la Serna. Es un nuevo módulo ad personam para la verdad aforística, que ya se ve que se resiste a los estándares universales.

Entre los aforismos de Baltanás hay de todo. Los que menos me han gustado son las máximas políticas. Los que más, esos que se la toman con la originalidad: “Cuando no se tiene nada propio que decir, no queda más remedio que intentar decir cosas originales”. “La verdadera originalidad no consiste en desplazarse, sino en profundizar”. “No seas original, sé personal”. “El ingenio es una trampa en la que están deseando caer todos los tontos”. Me gustan no por lo que atacan, sino por lo que defienden.

He aquí una volatería con la que estoy totalmente de acuerdo: “¿Qué es el amor? Sobran filosofías. El amor no es más que la voluntad de amar”.

Y he aquí una paradoja con la que no lo estoy tanto, pero que me sugiere muchas cosas: “Lo que quedará, al final, de Kafka, es un adjetivo que él nunca utilizó”. Y otra: “Desde que existe el cine, una novela no es más que el frasco en donde se ha guardado, para ulterior examen, el aborto de un guión”.

Siguiendo con el cine, señalo también esta volatería del capítulo “Diabluras” que ha sacudido alguna convicción firme dentro de mí: “El Diablo es el malo de la película. Porque ésta es una película de buenos y malos. Sólo los tontos creen que todos son buenos. O que todos son malos, que viene a ser lo mismo”.

Yo soy de los que piensan que todos somos malos. O al menos lo pensaba. Ahora me doy cuenta de que en la práctica no suelo ser coherente con ese prejuicio. Pero no me doy por vencido: en línea de principio, sigo siendo reacio a querer ver las cosas en términos de buenos y malos.

domenica 29 maggio 2011

Un viaje a la infancia de Europa

La trayectoria literaria de Joseph Roth (1894-1939) tiene dos grandes etapas: la izquierdista de los años veinte y la conservadora de los treinta. En el paso de la primera a la segunda hay un punto de inflexión decisivo del que Las ciudades blancas es una crónica directa, día a día: el viaje que hizo Roth a Francia en 1925.

En Francia, Roth descubre lo que llama “la infancia de Europa”, una verdad de inocencia en la que es obligado reconocerse. “Desearía que el hombre nuevo”, escribe, “el próximo y el subsiguiente, el hombre de todas las formas por las que hemos de pasar y en las que tenemos que cambiarnos todavía, mantuviera el nexo con la infancia de Europa y con la suya propia o que la reencontrara como yo. En algún sitio debe de existir, creo yo, una zona protegida, en la que lo nuevo puede penetrar sin previa destrucción, deponiendo las armas e izando la bandera blanca de la paz”.

No es, por tanto, el desencanto de las expectativas juveniles lo que motiva el cambio ideológico de Roth, sino, al revés, la fascinación suscitada por un nuevo descubrimiento. Años más tarde, tras el ascenso de Hitler al poder, Roth tendrá que abandonar Berlín, y no sin motivo marchará a París; y allí morirá.

En el viaje de 1925, sin embargo, Roth visita sólo la cuenca del Ródano, de Lyon a Marsella: los nueve capítulos de Las ciudades blancas se titulan “Lyon”, “Vienne”, “Tournon”, “Aviñón”, “Les Baux”, “Nimes y Arles”, “Tarascón y Beaucaire”, “Marsella” y, como epílogo, “La gente”. En aquel paisaje provenzal encuentra Roth, sobre todo, un gran respeto por la historia: “Los niños de este país perciben que hemos de ser la continuación de los antecesores para no perdernos. Han sumergido la juventud en la historia. Empapados de la conciencia cultural de los tiempos pasados, afrontan críticos y en guardia las novedades. Nada puede asustarlos como a nosotros. A nosotros, cualquier noticia del periódico nos desequilibra. Hasta la guerra mundial pasó por este país sin dejar más rastro que el luto y las lágrimas. A nosotros, en cambio, nos infligió el caos”.

¿Es esto conservadurismo? Quizá sí, pero sólo en estado germinal. De hecho, las novelas del Roth nostálgico y legitimista todavía tardarán en aparecer. La primera, La marcha Radetzki, es de 1932.

Además, en un sentido al menos el Roth de Las ciudades blancas claramente no es conservador: en el sentido taurino. A su paso por Nimes, donde hay una plaza de toros, Roth deja escapar una rara manifestación de disgusto: “Ningún poeta de este país tiene nada que objetar a las corridas de toros. Muchos las glorifican. No puedo comprender que existan un patriotismo o un genio incapaces de ver que se trata de una bestialidad”.

Las ciudades blancas es un libro breve y cómodo de leer. Fue publicado en el año 2000, en tamaño agenda, por la Editorial Minúscula S.L., Sociedad unipersonal (sic).


domenica 15 maggio 2011

Chesterton e l'arte della vita domestica

Vede la luce finalmente in italiano, dalle edizioni Lindau, Ciò che non va nel mondo, di Chesterton, libro scintillante che, sul filo della polemica con il pensiero dominante al tempo della sua stesura (1910), apre potenti squarci di luce al di sopra della controversia spicciola. Peccato che su alcuni temi contingenti si incagli talvolta in criteri e valutazioni che la storia ha poi sepolto definitivamente.

Oggi è irricevibile, per esempio, la sua opposizione al suffragio femminile. E pochi accetteranno che esistano realmente, come sostiene Chesterton, certe “suddivisioni naturali del lavoro” (la donna in casa, l’uomo fuori) da rispettare assolutamente se si vuole preservare l’istituzione familiare. Ma non è facile dargli torto quando, portato più dall’ammirazione che dall’insensibilità, afferma che esonerare la donna dalle responsabilità domestiche comporterebbe un impoverimento per l’umanità. “Non sprecherò la mia intelligenza”, scrive, “cercando di inventare mezzi per far disimparare al genere umano come si suona il violino o come si sta in sella a un cavallo, e l’arte della vita domestica mi sembra speciale e preziosa quanto tutte le antiche arti della nostra razza”.

Sia chiaro, Chesterton non è un reazionario. Più critico con i tories che con i laburisti, parla spesso con simpatia della rivoluzione francese, che sarebbe stata, secondo lui, un sogno non fallito ma soltanto non realizzato. Come il cristianesimo, dice, che la gente abbandona per nuovi ideali senza in realtà averlo conosciuto o provato.

Il titolo del libro prende spunto dalla constatazione di questa fuga dalla ricerca del vero. Ciò che non va nel mondo, leggiamo nelle pagine iniziali, ciò che è sbagliato, è che non ci domandiamo che cosa sia giusto. E che cosa sia giusto lo rivela Chesterton alla fine, in implicita allusione alla bellezza che salva il mondo (Dostoevskij), prendendo come pietra di paragone eterna e universale una delle tante cose sacrificate sugli altari moderni (l’altare del femminismo, del pedagogismo, dell’imperialismo...): i capelli di una bambina, che l’igiene ufficiale taglia per via dei pidocchi, contro l’orgoglio naturale delle buone madri per la bellezza delle figlie.

È da qui che parte la battaglia di Chesterton. “Poiché una fanciulla dovrebbe avere lunghi capelli, dovrebbe avere capelli puliti; poiché dovrebbe avere capelli puliti, non dovrebbe vivere in una casa sporca; poiché non dovrebbe avere una casa sporca, dovrebbe avere una madre libera e con molto tempo a disposizione; poiché dovrebbe avere una madre libera, non dovrebbe avere un padrone di casa strozzino; poiché non dovrebbe avere un padrone strozzino, dovrebbe esserci una ridistribuzione della proprietà e poiché dovrebbe essere una ridistribuzione della proprietà, ci dovrà essere una rivoluzione”.

Sì, alla fine arriviamo alla rivoluzione. Chesterton parla, naturalmente, della rivoluzione distributista, dal nome di quella dottrina, da lui sostenuta, mirante alla distribuzione della proprietà nel modo più ampio possibile fra la popolazione. Perché solo l’uomo con casa propria, dice Chesterton, può realizzarsi veramente come uomo. E sono parole che mostrano che quell’arte della vita domestica da lui glorificata è molto di più di una trovata zuccherosa.

sabato 30 aprile 2011

Wojtyla da ragazzo

Quando ha scritto Sulla tua bianca tomba, nella primavera del 1939, Karol Wojtyla non è papa né cardinale. Non è neanche sacerdote, e nemmeno seminarista. Ha diciotto anni ed è matricola nella Facoltà di Lettere dell’Università di Cracovia.

Delle sue poesie giovanili c’è, in italiano, una raccolta pubblicata da Marta Burghardt per Studium nel 2004. Ho ritrovato lì, per esempio, L’arpista, che ricordo aver sentito con commozione alcuni anni fa, letta da un bravo attore. Ma è una poesia troppo lunga per farne un post in questo spazio. Perciò ho scelto di trascrivere un altro testo, un componimento più breve ma di sentimento non meno intenso: una poesia scritta in ricordo della madre Emilia, prematuramente scomparsa.

La trascrivo però nella versione più stringata (esistono varie versioni di questa poesia), e in una traduzione che non è quella di Studium, ma un’altra fatta da un autore polacco e levigata da Margherita Guidacci.

Domani quel ragazzo sarà beatificato da Benedetto XVI. Io mi anticipo a canonizzarlo già oggi nel mio particolare olimpo poetico.

Sulla tua bianca tomba

Sulla tua bianca tomba
sbocciano i fiori bianchi della vita.
Oh quanti anni sono già spariti
senza di te – quanti anni?

Sulla tua bianca tomba
ormai chiusa da anni
qualcosa sembra sollevarsi:
inesplicabile come la morte.

Sulla tua bianca tomba,
Madre, amore mio spento,
dal mio amore filiale
una prece:

A lei dona l’eterno riposo.



venerdì 15 aprile 2011

Pero no el poso

Mamá azul, sol de domingo,
parque rosa,
y en rosa flor de luna,
flor de rosa llena
de aromas de la hora
en que mi amiga la luna
se peina guapa,
mi amiga la luna,
para ver la vuelta al mundo
del primer tú.

Amor, palabras, libros:
palabras sobre palabras
para engañar a los nombres
y jugar a todo o nada.
Todo, nada, Dios:
todo entero.
Y yo también te espero
en un todo sin sombrero.
La pita ya es palmera,
y ya a la palmera le pesa la palma,
pero el tiempo sigue siendo un mientras,
y la distancia se llama horizonte.

Arreboles cárdenos,
gaviotas grises.
Una cerilla
sola en la caja
bajo las olas
de tu bolsillo.
Grillerío de arbustos.
Entre las sombras del mundo,
la mía repta en silencio
sobre el barbecho del tiempo.
Muda es la negra,
ciego es el sueño,
sordos los grillos.
Hoy siento el paso y el peso de los años,
pero no el poso.


domenica 27 marzo 2011

El teatro de Tennessee Williams

El centenario de Tennessee Williams (1911-1983), que fue ayer, casi ha coincidido con la muerte de Elizabeth Taylor, la inolvidable Maggie de la versión cinematográfica de La gata sobre el tejado de zinc. Honor a ambos, y también a una época gloriosa de Hollywood que difícilmente volverá: una época en la que la industria del cine todavía podía llamarse séptimo arte.

En su momento, naturalmente, también El zoo de cristal (1945), el primer éxito teatral de Tennessee Williams, tuvo su adaptación a la gran pantalla: se estrenó en 1950, con Kirk Douglas en el papel de Jimmy. No la he visto, pero al menos el libro lo he leído. En español, la última edición es seguramente la de Losada (2007).

¿Qué representa la colección de animalitos de cristal de Laura Wingfield, la joven neurótica a la que el candoroso Jimmy O’Connor, el amigo de su hermano, visita un día en su casa? Yo quiero pensar que ese zoo de vidrio es una metáfora de ella misma: de su bondad natural y de su fragilidad. Pero evidentemente lo es también de su familia, ámbito de sordidez y desencanto en el que el hombre deja de ser animal social para ser simplemente animal; y en el que esa triste condición es transparente, indisimulable.

La familia de Amanda Wingfield y sus hijos Tom y Laura es, a su vez, una transposición de la familia del propio Tennessee Williams (TW, como Tom Wingfield): el padre se largó de casa, y entre la madre posesiva y atolondrada y la hermana Rose, enferma mental, la infancia y la juventud del futuro dramaturgo transcurrieron mísera y tormentosamente. Éste nunca perdonó a su madre la lobotomía que permitió que se practicara a Rose, que al cabo la convirtió prácticamente en un vegetal.

El zoo de cristal es una venganza de Tennessee Williams contra su madre, pero ésta asistió a una de las primeras representaciones y salió muy contenta. Porque, en efecto, El zoo de cristal no es sólo una historia amarga para ver con antidepresivos. Es también una historia tierna. Por eso funciona bien en el cine, no menos que otras obras más duras, más morbosas, de Tennessee Williams (además de La gata sobre el tejado de zinc, ya citada, pienso ahora en La noche de la iguana y Un tranvía llamado deseo).

Por su intensidad de sentimientos, algunos consideran excesivo el teatro de Tennessee Williams. El zoo de cristal, en todo caso, es delicadamente excesivo.

domenica 13 marzo 2011

Europa e Carlo Magno

C’è un Carlo Magno di leggenda: fondatore dell’Europa, stella indiscussa del Medioevo, addirittura santo (infatti ad Aquisgrana gli si rende un certo culto, tollerato dalla Chiesa). E c’è anche un personaggio reale chiamato Carlo Magno, con vizi e con virtù come tutti gli uomini. Entrambi i personaggi sono stati fusi da un loro cortigiano, Eginardo, in una Vita di Carlo Magno che oggi, dodici secoli dopo la sua stesura, possiamo leggere in italiano, con il testo latino originale a fronte, in un bel volume di Salerno Editrice (2006).

Il personaggio reale è molto lontano da quella teorica santità. Per chi in questi tempi prova vergogna di certe cose, è consolante (magra consolazione) accertare che il sesso di stato non è una invenzione di oggi. Carlo Magno ha avuto un numero imprecisato di figli da un numero imprecisato di mogli e concubine: dire che era poligamo è dir poco. Le usanze germaniche non erano state ancora piegate dalla morale e dal diritto della Chiesa, e ripudiare una moglie o unirsi a quella di un altro non era, per un re, qualcosa di abominevole. Sarà l’altra grande figura del Medioevo, Ildebrando, cioè il papa Gregorio VII (questo sì, santo con tutte le carte in regola), a riformare un po’ la scena nel secolo XI. Ne farà le spese, poi, Enrico VIII (anzi Tommaso Moro), ma nell’insieme l’ordine civile ne trarrà beneficio.

Di Carlo Magno resta magna, allora, soltanto la figura leggendaria, che non significa falsa. Il racconto di Eginardo ha tre parti: le battaglie, la famiglia, la morte di Carlo Magno. Le battaglie sono vere e, tranne che per i pacifisti come me, rendono grande colui che le ha condotte, perché hanno ricomposto su basi nuove lo spazio europeo, frantumato e decaduto con il tracollo dell’impero romano.

Per il suo genio geopolitico, Carlo Magno è paragonabile a Giulio Cesare e superiore ad Alessandro, e a ragione l’Unione Europea, nuovo tentativo di creare (su basi pacifiche) uno spazio comune nel Vecchio Continente, ama rifarsi a lui. Penso che sarebbe giusto avere pure un occhio di riguardo per Ildebrando, in nome non della religione (o non solo), ma piuttosto del primato del diritto sul potere. Perché romani e barbari, polentoni e immigrati, tutti abbiamo qualcosa da mollare sull’altare della morale e del diritto, e c’è bisogno di qualcuno che ce lo ricordi.

Questo qualcuno mi sembra che, grazie a Dio, non manchi. Certi casi ben noti possono far credere il contrario, ma i quadri della Chiesa europea sono oggi ben attrezzati, molto meglio che mai negli ultimi tempi, per far fronte alle onde della storia.

domenica 27 febbraio 2011

Una filosofia della vita

“Di tre cose ha bisogno, essenzialmente, uno scrittore: buona salute, capacità di lavoro e una filosofia della vita”. La frase è di Jack London, e si trova a conclusione di un articolo apparso nel 1903 su una rivista americana. London, allora ventisettenne, aveva appena pubblicato The Call of the Wild, cioè Il richiamo della foresta, il suo grande capolavoro, e gli era stato chiesto un articolo sul mestiere di scrivere.

Diciamo la verità: la filosofia della vita di London non mi convince per niente, eppure mi sembra un elemento profondamente legato al valore letterario delle sue opere migliori. Del resto, lui stesso ha scritto, sempre in quell’articolo del 1903, che “conta poco che la filosofia della vita sia sbagliata”: ciò che conta, afferma, è “che se ne abbia una e che essa sia saldamente sostenuta”.

Il richiamo della foresta è la storia di Buck, un cane che la brutalità dell’uomo e la legge della natura (“divorare o essere divorato”, così London la sintetizza in un altro romanzo, Zanna bianca) conducono alla riscoperta di se stesso, in un processo che, da animale domestico in una villa californiana, lo farà diventare capo di un branco di lupi in Alaska.

La filosofia della vita di London, come facilmente si capisce, è quella dell’uomo off limits (Buck è un cane, ma ovviamente è anche una figura dell’uomo, perché per definizione sempre i romanzi parlano dell’uomo): una filosofia di radice probabilmente darwinista, con tanto di selezione naturale nel regno del Wild, e senz’altro nietzschiana, consone al razzismo offensivo di altri testi (narrazioni, ma anche saggi) di London.

Ma d’altra parte Il richiamo della foresta ha un tale lirismo nella descrizione dei paesaggi, una tale vivezza nei ritratti dei personaggi, un tale senso del conflitto drammatico, e insomma, un innesto così naturale della filosofia del Wild, che si direbbe che, in effetti, conta poco che questa sia sbagliata.

London è morto giovane, a solo quaranta anni, quasi un secolo fa. Ma resiste bene il corso del tempo, almeno in Italia: ogni anno arrivano in libreria nuove edizioni o ristampe dei suoi titoli. Il richiamo della foresta è stato adesso oggetto delle attenzioni di Feltrinelli, che nei giorni scorsi ha pubblicato una nuova traduzione di Davide Sapienza (il marito di Cristina Donà, per gli amanti della musica). Il volume contiene anche, come bonus, due racconti brevi, sempre di cani (London ne ha un sacco): Bátard e Preparare un fuoco.

domenica 13 febbraio 2011

La esperanza como música de fondo

Memoria del paraíso (Siltolá, 2010) es el primer libro de Corina Dávalos, una poeta ecuatoriana asentada en España. Ecuatoriana: o sea, equidistante de los polos. De esa equidistancia encuentro una curiosa confirmación en su simétrico apego a Wislawa Szymborska, su punto de referencia implícito y explícito, y a las formas clásicas, o al menos al endecasílabo, la muleta métrica de casi la mitad de las poesías de este volumen.

El libro tiene tres partes. La primera es la más romántica y la que a mí más me ha gustado. Me sugestiona, por ejemplo, ese “lugar de siempre” de Encuentro, en el que “siempre” es, de nuevo, el adverbio de las grandes esperanzas. Porque, no lo he dicho pero lo digo ahora, Memoria del paraíso es, en sustancia, un poemario sobre la esperanza.



ENCUENTRO

SALÍ al lugar de siempre,
por si te encontraba,
y no.

Pasé por el lugar de siempre,
por si habías vuelto,
y hoy no.

Volví al lugar de siempre,
miré (quizá estarías pasando tú también).
Pero no.

Y así cada día:
salgo, paso, vuelvo, miro...
no vaya a ser
que justo hoy,
cuando tú sí,
resulte que
                  yo no.


Componen la segunda parte del libro quince haikus. He aquí uno, característico de la mirada de la autora sobre su propio mundo.

APARECE tu sombra:
la habitación
llena de luz.


La tercera parte es menos uniforme y contiene alguna cosa de relleno que quizá no merecía subir al libro.

Con las demás, sin embargo, basta y sobra para avalar a esta nueva, auténtica poeta. La esperanza es su música de fondo: por eso su palabra delicada penetra derechamente en la parte mejor del alma.

domenica 30 gennaio 2011

El quinto, no (te) matarás

Con metáfora en mi opinión no brillantísima, Sandor Marai compara su condición de exiliado desde 1948 con la de Rodrigo de Triana en el momento en que divisa las costas de las Indias. De ahí el título ¡Tierra, tierra! del segundo volumen de sus memorias (1944-1948), que termina con su salida de Hungría.

Me habían hablado muy bien del libro (Salamandra, 2006), pero me ha decepcionado un poco. Encuentro, por parte de Marai, mucho discurso pretencioso sobre su propio ánimo y muy poca sustancia narrativa, muy pocos hechos.

Lo que peor sabor de boca me ha dejado es una idea que aparece en cierto momento, a propósito del establecimiento del comunismo en Hungría: Fulano, Mengano, etc., se han suicidado o han intentado hacerlo, luego el comunismo es malo. No digo que una y otra cosa no tengan nada que ver (aunque se puede decir de modo más sazonado: véase la película La vida de los otros, por ejemplo), ni que el comunismo sea bueno. Pero es que el suicidio es peor. Por lo demás, el propio Marai, cuarenta años después de abandonar Hungría y marchar a Estados Unidos, también se ha suicidado, y yo no deduzco de eso que la democracia americana sea mala.

El suicidio es una cosa demasiado seria para hacer de él un instrumento de disputa política. El suicida es siempre un insensato, pero en su insensatez desafía cosas muy serias, mucho más serias que un sistema político. Para empezar, desafía en su raíz el mandato bíblico de amar al prójimo como a uno mismo: porque, según ese mandato, nada me impediría matar al prójimo, si para mí quiero la muerte. Qué decir de ese frágil castillo de naipes que es el imperativo categórico de Kant.

No voy a seguir por ahí, porque yo de estas cosas de razón práctica entiendo poco. Me quedo tranquilo pensando que, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, el “mandamiento nuevo” de Jesucristo habla no ya de amar al prójimo como a uno mismo, sino como él (Jesús) nos ha amado. Pero no deja de inquietarme la realidad del suicidio, que dicen que en algunos países es la primera causa de muerte entre los jóvenes.

sabato 15 gennaio 2011

La civiltà contadina rivisitata

Come tutti i romanzi di Grazia Deledda (1871-1936), La via del male, di cui c’è in libreria una nuova edizione (Bel Ami, 2010), ha il potere di suggestione di quella letteratura del vero che ci ha tramandato i tratti profondi di una certa società contadina che fu e che non tornerà più. Il servo che dorme in cucina, sul pavimento; la padrona che si aggira scalza per la casa e bada in prima linea alle faccende domestiche; il vecchio padrone ozioso e amorale. E, al disopra di tanta figura squallida, un Dio solidamente presente e, nei suoi confronti, tanto di verità da accettare, riti da osservare, voti da sciogliere e peccati da espiare.

Ho osservato che a Grazia Deledda piace inserire le pietre erette dall’uomo, e soprattutto le chiese, in continuità con il paesaggio rurale, come a significare la particolare comunione che esiste tra la civiltà contadina e la creazione. Penso che sia il suo modo di rendere presente tra gli uomini la divinità e eterni i monumenti ad essa innalzati. Anche La via del male offre qualche esempio di questo accoppiamento chiesa-natura: “Il più delle volte pranzavano all’aperto, sotto una quercia, e dopo il pasto i due sposi vagavano per la tanca, visitavano gli ovili vicini, talvolta si spingevano fino alla chiesetta dello Spirito Santo, solitaria e nera come una roccia tra il verde dei campi silenziosi” (p. 157).

Bucolico, non è vero? Eppure la tragedia è in agguato, l’efferatezza dell’uomo sta per misurarsi con l’ordine di Dio. No, non ci troviamo in una novella sentimentale. Anzi, niente più lontano da questo romanzo che il sentimentalismo, perché qui siamo in campagna e quindi tutto è vero: l’amore è verità, la passione è verità, il male è verità, la coscienza è verità.

Bernanos ha detto, mi sembra (o forse Péguy?), che la scomparsa della civiltà contadina è la grande tragedia del mondo contemporaneo: una tragedia che secondo lui sarebbe paragonabile alla crocifissione di Cristo, soltanto che la civiltà contadina non ha voce per lamentarsi, per gridare al cielo, a squarciagola: “Dio mio!, perché mi hai abbandonato?”. Dopo la lettura del romanzo della Deledda, capisco un po’ meglio il senso della frase.