venerdì 30 luglio 2010

El lago aciago

En marzo pasé unos días en una casa con vistas a un lago. Las canoas se deslizaban diminutas en la lejanía, y observarlas me remansaba interiormente. Hacía yo un curso de retiro, que es una cosa de rezar, por si alguien no lo sabe. Es una experiencia que aconsejo. Sobre todo, la aconseja el Papa: por ejemplo, en su carta a los católicos de Irlanda a propósito de la pedofilia.

Los lagos me sugestionan: pienso en Los novios, de Manzoni; en La isla del lago de Innisfree, de Yeats; en Suite francesa, de Irène Némirovsky; en La laguna negra, de Bécquer. Pienso también en los evangelios, con tantas historias en torno al lago de Genesaret.

La literatura que podríamos llamar lacustre no es poca. A ella pertenece una novela de Flannery O’Connor publicada en España con un título no particularmente feliz, Los profetas (Lumen, 1986). El título original, The Violent Bear It Away, es mucho más denotativo.

En el lago se ha consumado la acción tremenda, infame, del joven Tarwater, que a continuación ha escapado. Su tío Rayber se queda en la orilla, impotente más que indignado, y por primera vez el lector simpatiza con él.

¿Dónde está Tarwater? Tantas veces me he hecho yo esa pregunta: ¿Dónde estará aquella persona que un día, misteriosamente, dejó de hablarme para siempre? ¿Qué habrá sido de aquella otra que defraudó mi confianza y a la que ya no he vuelto a ver? Me resulta difícil imaginar el derrotero de quienes en cierto momento han desaparecido de mi horizonte. Ya llegará el día en que volvamos a encontrarnos, si llega.

A Tarwater hay alguien que le sale al encuentro muy pronto: alguien con una voz conocida. El ingenuo de Rayber había pensado que la batalla final estaba planteada entre su racionalismo de maestro rural y el fundamentalismo del viejo chiflado con el que el muchacho había crecido. No sabía de qué iba la cosa: Tarwater luchaba no con un “pobre diablo” como él, sino con el diablo auténtico y verdadero.

Jesucristo despierta más compasión en la columna de los azotes que en Getsemaní, pero yo pienso que para él debió de ser mucho más dura la oración en el huerto, en la que el diablo encontró “el momento oportuno” que esperaba desde las tentaciones del desierto, que la flagelación a manos de un pobre diablo de la cohorte romana. Eso le pasa a Tarwater. Sólo que él no es Jesús.

Una mujer escribió a Flannery O’Connor, después de leer Los profetas, para pedir explicaciones sobre algo que le había escandalizado: la violación de que es objeto Tarwater casi al final de la novela, tras una borrachera. La respuesta fue que no había sido posible encontrar otro modo moralmente congruente de representar al diablo y de hacer que Tarwater descubriera qué es el mal.

Es una novela dura, Los profetas. Pero puede ser una buena lectura veraniega. Se publicó precisamente en verano: en el de 1960, hace ahora cincuenta años.

venerdì 16 luglio 2010

Wyslawa Szymborska: ancora qui

Nel 2009, a 86 anni, Wyslawa Szymborska ha pubblicato Qui, una nuova raccolta poetica. In italiano è entrata nel volume La gioia di scrivere (Adelphi), che ha un sottotitolo non proprio preciso, Tutte le poesie 1945-2009: non preciso perché in realtà mancano all’appello alcune —poche— poesie giovanili, ripudiate e sigillate molto presto dall’autrice, insieme alla sua effimera militanza comunista.

Senz’altro un giorno quei testi per lei forse ingombranti saranno ristampati: basta aspettare. Intanto ecco, dal recentissimo Qui, un poemetto scritto, per così dire, a quattro mani con un pittore, Vermeer: il poema della quotidianità che incontra la luce dell’immortalità.


Vermeer

Finché quella donna del Rijksmuseum
nel silenzio dipinto e in raccoglimento
giorno dopo giorno versa
il latte dalla brocca nella scodella,
il Mondo non merita
la fine del mondo.


Credo che sia stato Cocteau che, alla domanda su cosa sarebbe da salvare se il Louvre un giorno prendesse fuoco, ha risposto: “Il fuoco!”. Ovviamente, Wyslawa Szymborska è di tutt’altro parere.