sabato 30 ottobre 2010

L'Omero rosso

Ricorre oggi il centenario di Miguel Hernández, e mi auguro che anche in Italia, non solo in Spagna, qualcuno se ne occupi.

Io, nel mio piccolo, propongo la lettura di Canzone ultima, pezzo conclusivo della raccolta El hombre acecha (L’uomo in agguato), un libro con una storia avventurosa: pubblicato a Valencia nel 1939, pochi giorni prima della fine della guerra, rimase non cucito e non rilegato, e a un certo punto le copie stampate andarono perse. Infatti, soltanto per indizi indiretti poté essere poi, parecchi anni dopo, ricostruito.

Canzone ultima

Non vuota, ma dipinta:
dipinta è la mia casa
col colore delle grandi
passioni e disgrazie.

Ritornerà dal pianto
là dove fu portata
con la deserta mensa,
con l’infelice letto.

I baci fioriranno
là sopra i suoi cuscini.
E, tutt’intorno ai corpi
solleverà il lenzuolo
il suo denso rampicante
notturno, profumato.

L’odio si acquieta e smorza
là dietro la finestra.

Dolce sarà l’artiglio.

Lasciatemi la speranza.


Mi piace, dall’inferno della guerra, questa sfida finale a Dante, questa invocazione alla speranza che sembra una provocazione, più che una invocazione. La traduzione è di Dario Puccini.

L’originale di Hernández invece suonerebbe così:

Canción última

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.


Persa la guerra e persa la sua opera nel 1939, il poeta rivoluzionario (“l’Omero rosso”, lo ha chiamato rispettosamente qualche scrittore dell’altro bando) può dare anche per persa la vita nel 1940, quando lo raggiunge la condanna a morte. Poi la pena gli viene commutata in trent’anni di prigione, ma la tubercolosi lo condurrà lo stesso alla tomba nel marzo 1942. In carcere, finché la morte non arriva, scrive ancora, e le sue poesie, indirizzate quasi tutte alla moglie, sono sempre più strazianti, più spoglie, più belle. Poesie comunque condannate per molti anni al silenzio.

venerdì 15 ottobre 2010

En construcción

Cuando lo leí, hace muchos años, Ciudadela, el libro póstumo de Saint-Exupéry, me dejó bastante impresionado. Quizá demasiado, no sé: ahora lo hojeo a veces un rato, y no es raro que lo cierre con la sensación de que no es para tanto. Pero sigo recomendando su lectura.

Hay un pasaje que, desde luego, me ha ganado a la causa que defiende: ése en el que el futuro jeque oye a su padre el elogio de la construcción y la condena de la ciudad terminada. Tu pueblo vive no de lo que recibe, sino de lo que da, viene a decir el padre: una vez acabada tu ciudad, los mismos que durante la construcción han trabajado al unísono se convertirán en lobos que se disputan las provisiones. Y con su escritura abocetada, típica de esta obra ejemplarmente inacabada, escribe Saint-Exupéry: “Digo que mi obra está acabada simplemente cuando falta mi fervor. Entonces mueren porque están ya muertos”.

En mi ciudad natal, Barcelona, la metáfora de la construcción eterna, inacabada, tiene un nombre propio: el templo de la Sagrada Familia, de Gaudí, que después de más de un siglo de obras sigue a medio hacer. El Papa va a consagrarlo el próximo 7 de noviembre, pero después Barcelona seguirá levantando sus torres, labrando sus pináculos, esculpiendo sus fachadas... todavía durante muchos años.

Más de uno que me había dicho que no vería en vida la Sagrada Familia terminada ya se ha muerto. Yo no sé si la veré terminada. Lo que sí sé es que mientras la construyamos estaremos en el buen camino.

La perfección, dice el jeque de Saint-Exupéry, no está en detenerse, sino en trasmutarse en Dios. Bonita idea: bonita y estimulante idea, que pienso que de algún modo la misa del Papa en la Sagrada Familia va a confirmar.