venerdì 31 ottobre 2008

Ivo y yo

El regreso es un cuento breve y de sobria perfección del portugués Miguel Torga. Forma parte del volumen Cuentos de la montaña (Alfaguara, 2001). No he leído el libro, pero del cuento conservo una fotocopia que me pasó hace algún tiempo, en un congreso en el que coincidimos, María Noguera, quizá la persona que mejor conoce a Torga en España.

Ivo regresa a Leirô, donde ya nadie le espera. Regresa tuerto y manco de la guerra de España, a la que marchó contraviniendo la pacífica sumisión al destino que rige la vida de la aldea. A la vista de ésta, a distancia sólo de un tiro de escopeta, Ivo se detiene.

Y yo también detengo aquí la historia, por un momento.

Salinas es un pueblo del Pirineo que, hace ya muchos años, fue escenario de mis vacaciones infantiles. Mis padres siguen yendo en verano, y mi hermana Elena, sobre todo ahora que ha comprado casa, lo frecuenta también de vez en cuando con su familia.

En septiembre estuve en España, y un día se me presentó la ocasión de ir a Salinas. Ellos pasaban allí el puente de la Diada. “Puedo estar muy poco rato, sólo una hora y media o dos, ni siquiera me quedaré a comer”, les dije la víspera por teléfono.

A un tiro de escopeta de Salinas, la carretera superó una curva, y el valle, con el pueblo al fondo, se abrió ante el parabrisas. Después de tantos años de ausencia, la emoción era fuerte.

Seguí hasta la casa de mis padres. Pasé las dos horas siguientes reconociendo lugares, saludando a gente, oyendo historias de ancianos que ya eran ancianos cuando yo era niño, de muertos que, en cambio, yo he conocido cuando aún eran jóvenes, de veraneantes viejos y nuevos.

Volví al coche. Y entonces, solo de nuevo, tuve conciencia de ser un turista. Yo ya no soy de ahí, llevo demasiado tiempo fuera, en mi propia guerra, pensé. Me acordé del cuento de Torga: Zé, un muchacho de Leirô que ha salido con su rebaño, encuentra a Ivo y lo interpela, pero no lo reconoce.

Víctor y Nerea, mis sobrinos (cinco y cuatro años), tampoco me habían reconocido. Habían reconocido a su tío, naturalmente, pero no al niño que hubo en mí y que hace muchos años ocupaba en Salinas el lugar que ahora ocupan ellos. Un niño al que un día solté la mano y que se me ha perdido.

venerdì 24 ottobre 2008

Las historias insomnes de Flannery O'Connor

En los años cincuenta del pasado siglo, una campaña de seguridad vial promovía la prudencia entre los automovilistas americanos con un lema egoísta: “La vida que salves puede ser la tuya” (“The life you save may be your own”). La frase da título a uno de los mejores relatos de Flannery O'Connor. Un relato que, naturalmente, figura en sus Cuentos completos (Lumen, 2006).

El protagonista es Shiftlet, un excéntrico vagabundo que llega a una granja y se ofrece a trabajar en lo que haga falta. Decididamente, Shiftlet salvará su vida: se casará con la hija subnormal de la dueña, para regocijo de ésta, pero luego la dejará en el primer motel que encuentre en su viaje de bodas. En la operación obtendrá, como beneficio, el coche del difunto marido de la granjera.

La América sudista, una granja, una mujer viuda, una hija adulta enferma: es un cuadro que en Flannery O’Connor se repite con frecuencia. Es también su propio contexto vital. Flannery O’Connor pasa casi toda su vida en Andalusia, una granja familiar en Milledgeville (Georgia). Vive con su madre. Muere en 1964 con sólo 39 años, después de luchar durante 13 con una dura enfermedad, lupus erythematosus, la misma de la que, también siendo muy joven, había muerto su padre.

Una vez asistí a una conferencia sobre Flannery O’Connor en una biblioteca de Roma. La daba una filósofa, Annarosa Buttarelli, que comenzó con unas palabras de este tenor: “Flannery O’Connor es una escritora católica que no deja dormir en paz ni al católico ni al laico”. No parece una buena tarjeta de presentación, ¿verdad? Y sin embargo, yo invito siempre a mis amigos a leer los cuentos y las novelas de Miss O’Connor; y también su producción ensayística y epistolar (publicada en castellano por Encuentro y por Sígueme). Historias como la de Shiftlet (mi resumen, naturalmente, no sirve para hacerse una idea de su valor) son un puñetazo en el estómago, pero son también una llamada a poner en discusión el propio sistema de valores.

¿Por qué se puede llamar católica a la narrativa de Flannery O’Connor? Sus personajes no son católicos, como en Graham Greene o Evelyn Waugh. Son, si acaso, protestantes: los típicos protestantes del Bible Belt americano. Pero su Dios —invisible y, por eso, tremendo— actúa sacramentalmente, se comunica por medio de la realidad sensible. Me resultaría complicado explicar en qué se manifiesta este hecho. Digamos que en Flannery O’Connor la palabra, volcada al servicio de la percepción sensorial de la realidad, se mete de tal modo en ésta que no sólo la significa, sino que le da voz. “La creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente”, dice san Pablo, y un poco es eso lo que pasa en el universo narrativo de Flannery O’Connor.

La sublimación en misterio de la realidad: éste es, creo yo, el rasgo característico de su escritura, la clave de su pasmosa potencia expresiva.

venerdì 17 ottobre 2008

La luna se ha ido al bosque

Esta semana, Buenos Libros nos dé Dios ha cumplido un año. El administrador piensa que habría que celebrarlo: entre otras cosas, porque no cree que su sufrido blog vaya a durar tanto como para dar ocasión a la celebración de un segundo aniversario.

Lo va a celebrar, eso sí, facilonamente: tomándose fiesta y colgando como post, en vez de un comentario redactado ad hoc, una vieja poesía suya. Vieja, en este caso, significa juvenil: la poesía tiene estas cosas.


La luna se ha ido al bosque,
los grajos a la noche,
los perros me han ladrado
y tú sueltas mi mano.

La hiedra apura un beso,
se arriman los abetos,
afilan las caricias
del frío mis mejillas.

Mi pecho es una jaula,
el tiempo una muralla,
en mi alma dice el humo
sus sueños de aire puro.

venerdì 10 ottobre 2008

Mercé Rodoreda, la prima della classe

Mi trovavo a Barcellona, il mese scorso, e un pomeriggio, percorrendo con i miei genitori una strada del quartiere di Gràcia, sono arrivato a un posto molto vicino alla Plaça del Diamant. È stato allora che mio padre mi ha detto una cosa che veramente non mi aspettavo: mi ha detto che, molto tempo fa, ha conosciuto personalmente Mercé Rodoreda.

Il fatto, per quello che poi ho saputo, risale al 1966, quando Joan Gurguí, il marito della scrittrice, è morto. Mio padre, allora molto più giovane di adesso, lavorava nella Camera della Proprietà Urbana di Barcellona, dove aveva lavorato pure Gurguí. La Rodoreda è arrivata un giorno, poco dopo il decesso del marito, per chiedere chiarimenti sulla pensione che in seguito avrebbe percepito, e a quanto pare è toccato a mio padre occuparsi di lei. Lui confessa che quella donna gli ha fatto molta impressione: certamente l’ha trovata ben al di sopra dei comuni livelli di mediocrità umana.

Su alcune circostanze legate alla morte di Gurguí, e sulla vita di Mercé Rodoreda prima e dopo, c’è informazione interessante in un articolo breve, ma serio e ben documentato, che invito a leggere.

Quanto ha a che fare La piazza del Diamante con la vita della sua autrice? Quanto c’è di Colometa in Mercé Rodoreda? Più di quanto pensavo, stando a quest’articolo, anche se sembra che Joan Gurguí sia stato un uomo lontano anni luce da Quimet, il marito di Colometa.

Mercé Rodoreda è nata il 10 ottobre 1908, esattamente cent’anni fa, ed è giusto ricordarla oggi in questa sede, con buona pace del neo nobel Le Clézio. É stata forse la più grande scrittrice catalana del Novecento, almeno in prosa (sarebbe difficile misurarla con i grandi poeti: Riba, Carner, Espriú...). La piazza del Diamante (1962), il suo capolavoro, è un romanzo tanto tenero quanto tremendo. Colometa, la protagonista, è una figura incantevole che attraversa convulsamente gli anni atroci della guerra e del dopoguerra con la sua fragile, drammatica innocenza.

È veramente un peccato che La piazza del Diamante non abbia in questo momento, nel mercato italiano, l’edizione che si merita. Se non sbaglio, l’ultima è del 1990 (Bollati Boringhieri). Sarebbe auspicabile che in occasione del centenario dell’autrice si rimediasse a questo torto.

venerdì 3 ottobre 2008

Questione di tono

I libri in cui gli scrittori parlano sulla scrittura mi interessano. Spesso penso che ogni autore dovrebbe scriverne uno con le sue esperienze.

Ho avuto fra le mani qualche tempo fa Niente trucchi da quattro soldi (minimun fax, 2002), di Raymond Carver, una mostra di questo particolare filone. Premetto che non si tratta di un libro appositamente scritto da Carver, ma di una antologia postuma curata dai suoi editori italiani. Le fonti sono interviste, conferenze, prefazioni ai propri libri di racconti, interventi critici, ecc. Il risultato è sorprendente: certamente funziona.

Un’idea centrale del libro, un’idea che tra l’altro fa onore al titolo, è la ricerca, da parte dell’autore, di un tono, di una propria voce, prima ancora che di una tecnica. “Non credo che il tono sia qualcosa che lo scrittore possa mettere insieme in quattro e quattr’otto”, dice Carver. “È il suo modo di guardare il mondo e lo scrittore applica costantemente questo punto di vista alle cose che scrive. Ogni riga non può che restarne influenzata. Per quanto riguarda la tecnica, credo che la tecnica si possa insegnare. Si possono insegnare una serie di cose da fare o non fare quando si scrive. Si può far capire a una persona come scrivere meglio le frasi. Ma non credo che per questo atteggiamento dell’autore rispetto alla propria opera —ossia per il suo tono— possa valere lo stesso discorso. Perché se il tono della sua scrittura non è il suo, se è il tono di un’altra persona o una certa filosofia che si cerca di assimilare, il risultato sarà disastroso”.

In un autore, quindi, “tono” starebbe per autenticità, per quell’essere se stessi che tante volte fa a pugni, per esempio, con il media system, con l’apparire, con la posa dettata dal mercato (non solo editoriale) a cui tanti scrittori, anche dotati, spesso soggiacciono.

Per quello che so, Carver non è di questi: non un’ideologia, non un atteggiamento di moda hanno condizionato la sua scrittura. A dare il tono ai suoi racconti troviamo sempre il suo personale sguardo sul mondo. Con quello sguardo si può essere o meno d’accordo, ma questo è un altro discorso.

Io, per esempio, all’inizio ritenevo Carver troppo fissato con le crisi di coppia: quasi tutti i suoi personaggi, infatti, sono divorziati, e questo mi sembrava una mistificazione della realtà. Poi però, man mano che mi addentravo nel suo universo narrativo, ho capito vagamente che proprio in quella sorta di fissazione si manifesta l’autenticità di Carver. In Niente trucchi da quattro soldi ne ho trovato esplicita conferma. “Personalmente”, dice Carver in un passo del libro, “ho una serie de ossessioni a cui tento di dare voce: le relazioni fra uomini e donne, il motivo per cui spesso perdiamo le cose a cui teniamo di più, il cattivo uso delle nostre risorse interiori”.

E subito dopo aggiunge, in un lampo di positività: “Mi interessa molto anche la capacità di sopravvivenza, quello che la gente riesce a fare per risollevarsi quando è finita a terra”.