venerdì 28 dicembre 2007

El libro del Papa

Hoy cumple 29 años mi hermana pequeña. Cumpleaños importante, por supuesto, pero evidentemente no tanto como otro de hace pocos días, ese que ilumina este tramo final del año: sí, porque la Navidad no es San Regalo, sino el cumpleaños de Jesucristo. Buena ocasión para hablar del libro Jesús de Nazaret, ¿no?
Que Jesús no deja indiferente a nadie es experiencia ya registrada por los Evangelios. En Italia, este año, el libro del Papa no ha sido el único sobre Jesús y su doctrina en el “top ten” de las librerías: con él había otros tres, más “contra” que “sobre” el cristianismo (escritos, todo hay que decirlo, no por teólogos sino por divulgadores).
El libro del Papa incluye un largo comentario al “diálogo” entre un rabino actual, Jacob Neusner, y Jesús. El rabino admite la grandeza de las enseñanzas de Jesús y las certifica como modelo universal de conducta, pero le escandaliza que Jesús añada a ese código moral la exigencia de que se le siga. Y el Papa, aunque —naturalmente— muestra su desacuerdo, se quita, por así decir, el solideo: este hombre ha entendido a Cristo, viene a decir.
Jesús, en efecto, no sólo revela la ley moral: se revela, fundamentalmente, a sí mismo como salvador. Se entiende que Lutero concluya que sólo la fe nos puede salvar, no nuestras acciones: “Ninguna obra puede hacer al hombre distinto de lo que es. Sólo la fe puede transformarlo y de hecho lo transforma”.
Pero se entiende también la postura católica, más matizada, enunciada, por ejemplo, por Fray Luis de Granada, contemporáneo de Lutero: “Una gota de agua, por sí tomada, no es más que agua; mas lanzada en un gran vaso de vino, toma otro más noble ser y hácese vino; y así nuestras obras, que por parte de ser nuestras son de poco valor, ayuntadas con las de Cristo se hacen de precio inestimable, por razón de la gracia que se nos da por Él”.
En aquellos tiempos, diferencias de este tipo podían conducir a la guerra. Hoy, afortunadamente, no: Ratzinger y Neusner, por ejemplo, se estiman, incluso se prologan recíprocamente los libros... Hoy el enemigo del alma religiosa no es otra alma religiosa, sino el incrédulo militante: ese sañudo postcristiano que, como alguien ha dicho, echa a Dios al cubo de la basura y luego se sorprende de que el mundo esté convirtiéndose en un infierno.
Ahí va, para acabar (por mi parte, también para acabar el año: feliz 2008, por cierto), una cosa bien distinta pero que a mí me dice mucho en relación con todo lo anterior. Es un vídeo de You Tube, pero, por favor, prestad atención a la banda sonora, no a los dibujos de Walt Disney. Never to know, de Lene Marlin, es una de mis canciones favoritas. Entre otras cosas, porque ese hombre que esconde sus heridas y al que puedo seguir o dejar marchar —véase la letra— me parece una hermosa imagen de Jesús de Nazaret.

venerdì 21 dicembre 2007

Entre dos aguas (cuento de Navidad)

Nos separamos hace tres años, y debía de hacer cosa de uno y medio que no iba a verle.

Esta tarde, cuando he ido, he visto que ahora para aparcar en su calle hay que pagar, no mucho, un euro por hora, salvo en un tramo de quince o veinte metros reservado para una embajada. Como no me gusta pagar, y menos por lo que otras veces me ha salido gratis, he aparcado a caballo de la pintura azul y la amarilla y no he pagado: he pensado que un guardia urbano no multa a un coche de una embajada por haber invadido con las ruedas traseras, sólo con las ruedas traseras, la zona azul, y que un portero de embajada tampoco llama a la grúa cuando las ruedas delanteras del coche del vecino ocupan unos centímetros de zona amarilla.

De la visita a Claudio hay bien poco que decir. Sin nada he llegado a su casa, sólo con un marido nominal y con el deseo de quitármelo definitivamente de encima, y sin nada he salido, definitivamente sin marido y ya sin ningún deseo. Me sentía ligera, muy ligera, vacía.

Antes de cruzar la calle me he detenido un momento. No quería delatarme como dueña del coche mal aparcado: la calle parecía desierta, pero en realidad otro coche, unos metros detrás del mío, estaba aparcando en ese instante. Acabada la maniobra, una mujer de aspecto nórdico ha salido del coche y ha ido hacia una taquilla automática de parking que había a pocos pasos de donde se encontraba. Estaba embarazada. He visto que en la zona amarilla no había ningún hueco, y me he sentido culpable: cabía sólo medio coche, justo delante del mío. La mujer ha echado unas monedas en la máquina, ha vuelto a su coche, ha abierto la puerta de atrás y ha salido de nuevo con un niño en brazos, un niño down que luego ha estado mirándome desde lo alto del hombro, con cara de bueno y con la lengua colgándole de la boca, mientras entraba con ella en la embajada.

Me he metido en el coche y en el momento de arrancar me ha venido el llanto. ¿Por qué? No sé, supongo que por no haber sabido llorar antes: por tantos ayeres que reclamaban su tributo de lágrimas y que he dejado marchitar.

venerdì 14 dicembre 2007

Le lettere di Cristina Campo a Leone Traverso

Poetessa, traduttrice e saggista, Vittoria Guerrini, più conosciuta come Cristina Campo (1923-1977), ha avuto in vita un apprezzamento quasi nullo. Oggi invece va di moda: è oggetto di convegni, saggi, biografie... Molte persone hanno contribuito, con il loro lavoro, a portarla sotto i riflettori, ma vanno menzionate soprattutto due: l’amica Margherita Pieracci Harwell e l’editore Roberto Calasso.
Margherita Harwell (Mita), già docente di letteratura negli Stati Uniti, è un’esegeta acuta, suggestiva e ben informata. A lei si deve il ricco apparato critico di cui sono corredati due libri imprescindibili per avvicinarsi alla Campo: Gli imperdonabili (1987), che comprende quasi tutta la sua opera saggistica, e Lettere a Mita (1999).
Da pochi mesi è nelle librerie Caro Bul (Adelphi, 2007), quinto epistolario pubblicato di Cristina Campo, di nuovo con Margherita Harwell come curatrice.
“Bul” è il nomignolo creato dalla Campo per Leone Traverso (1910-1968), una delle principali figure dell’ermetismo poetico fiorentino, con Mario Luzi e Carlo Bo. Tredici anni più grande di lei, è il suo mentore letterario fino a metà degli anni cinquanta, quando tutti e due abbandonano Firenze: lui verso Urbino, lei verso Roma. Il rapporto, che da didattico era diventato, nel frattempo, sentimentale, subisce poco dopo una battuta d’arresto ed entra in una fase meno intensa in cui rimangono, comunque, l’amicizia e la reciproca ammirazione.
Le lettere a Leone Traverso forniscono interessanti informazioni sull’habitat letterario di Cristina Campo. Per me è stata una sorpresa, per esempio, una lettera del 1962 in cui si lamenta di non poter recensire, per esigenze delle riviste a cui collabora, i libri degli “addirittura sublimi poeti catalani” usciti nell’anno.
Soprattutto, le lettere della Campo sono un modello di comunicazione psicologica, da anima a anima, in profondità. Una comunicazione fatta di parole, ma anche di silenzi, di impliciti, di un pudore che, anche per chi ignora il succo dei fatti taciuti, diventa più eloquente che il discorso grossolanamente esplicito: “Perché non dirmi che partivi? Ti avrei augurato buon viaggio; in più ti avrei dimostrato (col solo dirti «Pronto») che avevo capito, ripensandoci, le tue parole di iersera. Non scrivermi, Bul. Non è necessario. Sii sereno” (Firenze, 19-IV-1953).
Per Cristina Campo, la corrispondenza epistolare diventa ciò che per altri autori è il diario: lo specchio dell’interiorità e il primo campo di battaglia della scrittura. Il vantaggio è che dall’interazione diretta con le persone care a cui dà luogo la corrispondenza risulta un messaggio molto più nitido, molto più precisato di quello che di solito si può riflettere nell’autoreferenzialità di un diario.

venerdì 7 dicembre 2007

Sguardi di andata e ritorno

I libri di Paola Capriolo mi piacciono, lo confesso. Mi piacciono e, tranne alcuni meno felici (Il sogno dell’agnello), mi chiedono spesso una seconda lettura: sono brevi e quindi il tempo da investire non è tanto; sono belli e quindi ne vale la pena; sono enigmatici e quindi rileggerli aiuta a farne una verifica dopo le impressioni forse confuse della prima lettura.
Rilke. Biografia di uno sguardo (Ananke, Collana di filosofia, 2006) non è un’eccezione. “È bello, ma è un libro di filosofia”, mi aveva avvertito l’amico Paolo Di Paolo, giovane scrittore, anche lui ammiratore della Capriolo. E io, che con i concetti filosofici ho avuto sempre un rapporto difficile, vacillai, ma alla fine ci sono cascato. Mi sa però che questa volta neanche la seconda lettura mi ha condotto oltre la soglia che separa il momento d’incantesimo da quello della comprensione.
Dopo la rilettura di questo Rilke ho scritto a matita, nell’ultima pagina, quattro parole che mi sono sembrate significative. A dire il vero, ce ne sono anche altre (amore, Dio…, per esempio), ma penso che il succo del libro stia in queste quattro parole: immagine, oggetto, metamorfosi, salvezza.
Scusate se lascio fuori le tre ultime: oggetto, metamorfosi e salvezza (in estrema sintesi: Rilke, a un certo punto, ritiene che trasformare le cose in oggetto sia un’aggressione ignobile, e per evitare un tale abuso produce in esse, con la sua visione di poeta, una metamorfosi che riesce a ridare unità, a salvare un mondo frantumato, in preda agli uomini). Lasciamo quindi queste tre sorelle e puntiamo sull’immagine, la sposa dello sguardo di cui al titolo del libro.
C’è un passo celebre dei Quaderni di Malte Laurids Brigge, rivisitato dalla Capriolo , in cui Malte, travestito con i vecchi costumi trovati in un ripostiglio del castello di famiglia, scopre turbato, guardandosi nello specchio, di essere l’immagine del Malte dello specchio, e non il contrario. Paola Capriolo, che già come narratrice aveva affrontato il rapporto tra immagine e identità (vanno qui ricordate due opere sue, La grande Eulalia e Con i miei mille occhi, in cui gli specchi assalgono in modo determinante i protagonisti), ne fa adesso uno sviluppo filosofico.
La laurea in filosofia della Capriolo è una marcia in più che va riconosciuta, per cui mi astengo dal pronunciarmi sugli estremi di tale sviluppo. Invece faccio un’ipotesi sui personaggi di questo gioco degli specchi. Si sa che il Malte di Rilke è un’evocazione (un riflesso) di un poeta norvegese, Sigbjörn Obstfelder (1866-1900): quindi nel romanzo di Rilke il Malte che si guarda nello specchio sarebbe lo stesso Rilke; e il Malte dello specchio, Obstfelder. Nel libro della Capriolo, invece, il vero Rilke dovrebbe essere quello che compare sullo specchio, mentre quell’altro che si guarda è, a mio avviso..., Paola Capriolo.
È chiaro però che tutto ciò importa poco. In gioco è invece la realtà stessa dell’arte. Superfluo dire quanto la metafora degli specchi sia inquietante per il poeta, produttore (o piuttosto prodotto?) di realtà immaginarie.

venerdì 30 novembre 2007

Variaciones sobre un enredo

Con el título El molinero de Arcos se conoce un romance antiguo que debía de tener, al menos, dos versiones: una de tintes goliárdicos, con dos adulterios, y otra más morigerada, sin ninguno. De ese romance sacó Pedro Antonio de Alarcón, en 1874, el motivo para su novela El sombrero de tres picos. Y en la novela de Alarcón se inspiró luego Alejandro Casona para componer la comedia La molinera de Arcos (1947).
Alarcón sitúa la acción en una ciudad indeterminada, en la noche de San Judas de un año entre 1804 y 1808: en principio, debería ser 1805 (Napoleón invadirá España tres años después, dice Alarcón), pero se trata, en cualquier caso, de una datación gratuita, pues el romance previo parece ser (pero no lo tengo claro) del siglo XVIII. Lo de San Judas será, supongo, una provocación: Judas es vocablo que sugiere la idea de traición, pero el Judas del santoral no es el traidor, sino el otro, el bueno; del mismo modo, en El sombrero de tres picos se insinúa un doble adulterio, pero no lo hay, ni doble ni simple.
Casona nos coloca en Arcos de la Frontera en la noche de San Judas (28 de octubre) de 1807. De esa fecha se acaban de cumplir doscientos años, y el ayuntamiento de Arcos ha tenido la buena idea de celebrarlo con una edición crítica de la comedia.
No habiendo tenido acceso a esa edición, no me referiré a ella: sólo la nombro. Lo único que puedo aportar es que, cuando la leí, ya hace algún tiempo, la comedia de Casona —con sus diálogos chispeantes, con su hábil arquitectura escénica— me produjo muy buena impresión.
Al mismo tiempo, me supo a poco. El material de esa leyenda —el corregidor al asalto de la molinera, el marido de ésta alejado de su casa con un engaño, las prendas de vestir del corregidor descubiertas por el molinero a su vuelta a casa, la corregidora visitada por el molinero vestido de corregidor— me parece muy bueno, y pienso que hubiera dado para una obra de teatro de gran estilo, en la línea de las grandes comedias de Shakespeare. Casona ha demostrado con creces en otras piezas su capacidad poética: pienso, sobre todo, en La dama del alba (1944) y Los árboles mueren de pie (1949). Por qué en ésta, que le ofrecía posibilidades de lucimiento quizá mayores, no consiguió pasar de un tratamiento de perfil bajo, es, para mí, un misterio.

venerdì 23 novembre 2007

Charles Taylor e Samuel Taylor (ancora sul romanticismo)

A proposito di Samuel Taylor Coleridge e della Boiata del vecchio marinaio —scusate, non parlo della sua composizione, ma della serata a Collalto di due settimane fa—, mi è venuto in mente di spendere qualche parola su un altro Taylor: Charles Taylor, autore di Radici dell’io (Feltrinelli, 1993, versione originale in inglese dell‘89).
Il libro mi è stato segnalato da un ex-politico catalano, Josep Miró, che mai ho conosciuto ma di cui una volta, tempo fa, ho ricevuto una e-mail, in risposta a un’altra che gli avevo inviato io, con appunto questo consiglio di lettura.
Taylor, canadese, recentissimo premio Templeton, è un filosofo che, a torto o a ragione, viene identificato con la communitarian network. È anche, malgrado il nome (c’è forse un nome più inglese di Taylor?), un quebecois militante, e questo può spiegare almeno in parte la simpatia nei suoi confronti da parte di Miró, un catalanista che ha conosciuto il carcere ai tempi di Franco e che poi, negli anni ottanta, è stato ministro del governo catalano.
Charles Taylor, questo filosofo problematicamente comunitarista impegnato nel dibattito etico e politico, ha qualcosa interessante da dire anche in materia letteraria, almeno per quanto riguarda il romanticismo. Taylor dice, per esempio, che, spostata sul piano etico, la tuttora attuale sensibilità romantica ha fatto dell’interiorità dell’individuo la nuova fonte di moralità: cioè che a dirci ciò che dobbiamo fare è oggi la propria interiorità e non più, come in altri tempi, un Dio direttamente legislatore (quello dell’Antico Testamento, per esempio, tanto per intenderci) o l’ordine della natura (lo si ritenga dipendente o indipendente da Dio).

Se ho capito bene, ciò significa che un “romantico” del secolo XXI manifesta il suo romanticismo (la sua genialità, la sua spinta interiore che sfida il mondo esteriore) non soltanto esteticamente, per esempio svuotando un barattolo di colorante in una fontana, ma anche con le sue “creative” scelte etiche: e penso subito a chi, ignaro di imperativi categorici, brucia macchine dopo mezzanotte, pesta stranieri, ecc.
In realtà Taylor, credente, non è tanto pessimista. Infatti proprio la letteratura, dice Taylor, ci mostra che non tutto è egoismo, edonismo, individualismo, anarchia, relativismo... nell’affermazione dell’interiorità dell’uomo. Lui menziona, per esempio, due grandi maestri, Dostoevskij e Eliot: tutti e due sono moderni, romantici, ma usano il paradigma romantico —l’interiorità, l’immaginazione creativa postulata da Coleridge— in modo agostiniano, come via alla trascendenza morale, alla scoperta della forza trasformatrice dell’amore di Dio e degli uomini.
Finisco quindi con un suggerimento di lettura, come ho iniziato. Ma adesso il suggerimento è attivo, non passivo: consiglio Charles Taylor, perché no, anche se mi sembra un po’ ostico, ma soprattutto consiglio Dostoevskij e Eliot. C’è in libreria tanta violenza raccapricciante, tanta sessuologia spacciata per psicologia, tanta letteratura —passatemi l’espressione— da centri sociali... Ma c’è anche tanta grande letteratura, tanta buona letteratura in cui si possono trovare tracce di quella strada interiore che porta alla trascendenza: le tracce veramente importanti nel cammino della vita.

venerdì 16 novembre 2007

"Semo romantici"

Venerdì scorso sono stato a Collalto, un centro dell’Opus Dei frequentato da giovani. Ero stato invitato a dire qualcosa sulla Ballata del vecchio marinaio di Coleridge. Ho parlato, forse troppo, di varie cose in cui credo (mi illudo?) di essere competente o, almeno, di avere qualche idea da comunicare. Poco ho parlato invece di Coleridge e della sua Ballata, materia sicuramente interessante ma che non padroneggio più di tanto. Spero comunque che i ragazzi, pochi ma motivati, siano riusciti a scorgere, tra le molte fesserie che mi hanno sentito, qualche barlume incontaminato del respiro poetico di Coleridge.
Secondo me, Coleridge, non tanto nella veste di poeta quanto in quella di teorico della letteratura, è da apprezzare sopratutto per la distinzione tra immaginazione riproduttiva (fantasia) e creativa (vera immaginazione: creatrice, per esempio, di questo vecchio marinaio con tutto il suo universo di spettri e di incantesimi). Mi sembra una distinzione importante perché risponde a una sensibilità che ha fatto fortuna non soltanto ai tempi della letteratura romantica. Infatti è ancora presente nel mondo di oggi.
Leggevo poco fa un articolo proprio su questo: su come, per il suo capovolgimento della tradizionale visione dell’arte —poetica o altra— come imitazione (la “mimesi” aristotelica), il romanticismo sia da considerare non uno strato morfologico in più nella storia della cultura (rinascimento, barocco, neoclassicismo, romanticismo, realismo, modernismo...), ma uno spartiacque che definisce il “cosmo” attuale (“the romantic cosmos”, appunto, per dirla con Northrop Frye) e lo rende diverso da quello precedente. Per esempio, il romano che a metà ottobre ha “insanguinato” con un barattolo di anilina la Fontana di Trevi si è autodenominato “futurista”, ma chiaramente è un romantico: è uno che, convinto dell’assoluta validità di una spinta interiore “geniale”, ha sfidato, o almeno ha voltato le spalle, all’ordine del creato.
Tornando sulla Ballata, aggiungo qualcosa sulle traduzioni italiane (ne ho sfogliate parecchie in libreria). Ecco la mia classifica: primo posto per Luzi (Rizzoli, in una bella edizione che riproduce le illustrazioni di Doré), per la sua resa trasparente delle immagini originarie di Coleridge; secondo per Alessandro Ceni (Feltrinelli), molto sensibile al ritmo recitativo; terzo posto, deserto (tutte le altre traduzioni, anche quella dell’amato Fenoglio, mi sembrano deludenti).
E siccome alla voce Ballata del vecchio marinaio alcuni possono aver pensato subito agli Iron Maiden, per offrire qualcosa anche a loro ecco in formato mp3 The Rime of the Ancient Mariner, la canzone della vecchia band ispirata al poema di Coleridge. È lunghetta:14 minuti, vale a dire 12,5 MB. Non mi sembra che il link abbia niente di illegale..., ma neanche in questo sono esperto.

venerdì 9 novembre 2007

Letture estive: Wislawa Szymborska

L’aspirante paparazzo Roberto F., un amico napoletano con cui ho condiviso alcune esperienze durante l’estate, mi manda questa fotografia che mi ha fatto il 4 agosto. Il libro che ho fra le mani dovrebbe essere Vista con granello di sabbia, raccolta antologica di Wislawa Szymborska (Adelphi, 2006, ottava edizione, traduzioni di Pietro Marchesani).
Qualche volta il premio Nobel fa centro. Certamente, alcuni premiati come Dario Fo o Elfriede Jelinek possono lasciare il tempo che trovano (a dirlo non sono io, ma un "pentito" tra i giurati del Nobel). Altri però sono veramente bravi: per esempio, appunto la Szymborska, premio Nobel nel 1996.
Wislawa Szymborska è polacca e ha adesso 84 anni. Appartiene quindi a quella schiera di scrittori di grande levatura, come Zagajewski, Milosz o Kapuscinski, che nella Polonia comunista, con o contro il partito (per lo più, contro), hanno dimostrato una spinta interiore tale da consentirli di superare quella dinamica interna di avvilimento dello spirito che è propria delle dittature.
Molte sono le poesie di questo volume che mi sono piaciute. Ricordo in particolare quella intitolata Ogni caso, in cui, a qualcuno appena sfiorato e risparmiato da una sciagura, la Szymborska, dopo varie espressioni epidermicamente celebrative della buona fortuna, rivolge questi versi conclusivi:
“Ascolta
come mi batte forte il tuo cuore”.
E così un cuore che batte forte sono due cuori all’unisono? Talvolta sì. Gli innamorati lo sanno bene: sanno come il piacere di trovare, nel proprio cuore, quello di chi si ama compensa mille volte dell’angoscia precedente. Lo sanno anche i santi. Sant’Agostino, nelle Confessioni, lo esprime con parole solo all’apparenza antitetiche: “ci hai fatti per te, e il nostro cuore non ha posa finché non riposa in te”.
Se non batte forte, con la forza di due, il cuore non è tranquillo: è inquieto, in affanno. Un cuore solitario è sempre un cuore debole, regge a fatica.
Va bene, per finire ecco altre due poesie d'amore di Wislawa Szymborska che mi piacciono molto, anche se, chissà perché, lei le ha escluse da Vista con granello di sabbia: le ho trovate su Adelphiana.

venerdì 2 novembre 2007

Saint-Exupéry en España

498 personas fueron beatificadas el domingo en Roma: 498 hombres y mujeres asesinados en los años treinta en España por sus creencias religiosas. Dos cayeron durante la revolución obrera de Asturias (octubre de 1934) y siete en el segundo año de guerra civil (1937); todos los demás, en 1936, en los meses siguientes al levantamiento de julio con que comenzó la guerra.
Me parece bien que el gobierno español haya enviado a la beatificación una delegación de perfil alto. Supongo que, al pensar en esos mártires, Zapatero, al revés que, por ejemplo, Aznar, es más proclive a hacer hincapié en la parte de culpa que corresponde a los militares sublevados, artífices de la guerra, que en la de los autores materiales de los asesinatos. Pero de lo que se trata no es de señalar culpables, sino de recordar a las víctimas.
Este verano encontré un viejo libro: Un sentido de la vida, de Antoine de Saint-Exupéry (Troquel, 1964, con una traducción infame, probablemente remendada en la edición de Círculo de Lectores, de 1995). Es una recopilación póstuma de varios artículos del autor de El principito. Muchos de ellos fueron escritos por encargo, en un periodo en que Saint-Ex, después de haber perdido hasta el último céntimo en su fracasado intento de expedición aérea de París a Saigón, estaba dramáticamente necesitado de dinero. Es el caso de dos series de artículos sobre la guerra civil española, fruto de sendos viajes a los frentes de Aragón y de Madrid.
En un artículo sorprendente cuenta sus viajes por varias poblaciones de Cataluña y Aragón en compañía de un compatriota, Pépin. Por encargo del consulado de su país, Pépin se entrevista en cada sitio con el comité revolucionario para llevarse a los sacerdotes y frailes franceses que hayan sido detenidos y evitar su ejecución. De este modo Pépin, socialista y anticlerical, salva a muchos religiosos (evidentemente, no a todos: entre los 498 beatos de este domingo hay cinco franceses). En una ocasión no se contiene y, después de rescatarlo, insulta bárbaramente a un religioso, quien por toda respuesta le da un abrazo.
Pero Saint-Exupéry da lo mejor de sí mismo en otro artículo en el que reproduce el diálogo fraternal (a gritos, pero fraternal), de trinchera a trinchera, entre dos soldados enemigos, en una noche negra y silenciosa:
-“¡Antonio!, ¿estás durmiendo? Soy Leo...”.
-“¡Acuéstate! Es hora de dormir”.
-“Antonio, ¿por qué luchas?”.
-“Por España. ¿Y tú?”.
-“Por el pan de nuestros hermanos... ¡Buenas noches!”.
-“¡Buenas noches!”.

venerdì 26 ottobre 2007

Una novela de Ricarda Huch

El día 31 comienza la exposición de los 100 pittori di via Margutta, cita fija con la bohemia organizada que dos veces al año, a caballo entre abril y mayo y entre octubre y noviembre, convierte la romana Via Margutta en una gran galería de arte. Entre ese centenar de artistas hay una mujer singularmente dotada que suele exponer óleos de paisajes urbanos pintados no con pinceles, sino sólo con espátula.
La señora de la foto no es ella, sino Ricarda Huch (1864-1947), una escritora alemana por la que Thomas Mann sentía, más que admiración, verdadera devoción. Fue una heroína en la misógina sociedad bismarckiana. Para abrirse paso en la vida tuvo que estudiar por libre (la universidad no admitía a mujeres) y recurrir, en sus primeras obras, a seudónimos masculinos como Richard Hugo o R.I. Carda.
Ricarda Huch es la autora de El último verano (Ediciones B, 2001), novela de notable penetración psicológica y a la vez tremendamente divertida. Añadiría aún otro adjetivo: breve. Porque en este caso, ciertamente, la brevedad hace a la novela dos veces buena.
La acción se sitúa en la Rusia anterior a 1917: un revolucionario ha conseguido entrar, como secretario, en la casa del gobernador, a quien tiene la oculta intención de matar. Pero la novela está construida, sobre todo, con las voces de otras figuras: la mujer del gobernador, el hijo, las dos románticas hijas, la madre de un condenado a muerte... Voces, sí, porque, desde su comienzo hasta su perfecto final, El último verano es un encadenamiento de voces: concretamente, una sucesión de cartas escritas o recibidas por los distintos personajes.
La técnica de la novela epistolar no es fácil, y el hecho de que Goethe escribiera Werther a los 25 años es sólo una confirmación de la excepcionalidad de su genio. Una novela epistolar a varias voces, como ésta, tiene que ser algo mucho más difícil todavía, igual que la composición de una sinfonía es cosa bastante más ardua que la de una sonata. Ricarda Huch, sin embargo, sale bien parada de la prueba. Su magistral capacidad de hacer avanzar la acción con un instrumento comunicativo de operatividad aparentemente tan limitada, en teoría mucho más adecuado para otros fines, es la demostración de su extraordinario talento: como el de quien, sin perder en figuración y ganando en expresividad, es capaz de usar la tapa de un piano como pista de baile o una espátula como pincel.

venerdì 19 ottobre 2007

Atención a Cristina Campo

La poeta y ensayista Cristina Campo (1923-1977) es conocida sobre todo por Gli imperdonabili, la primera recopilación de su obra en prosa. Publicado en 1987, diez años después de su muerte, Gli imperdonabili fue muy pronto traducido al francés y al alemán. Era desconocido hasta ahora, sin embargo, para el lector español. Subsana en parte esa carencia el volumen La nuez de oro y otros ensayos (Selecciones de Amadeo Mandarino, 2006), que reúne cinco textos de la escritora italiana: concretamente, cinco ensayos que la revista argentina Sur publicó en castellano en los años sesenta.
Los temas de Cristina Campo son muchos, pero a la vez es uno solo, aunque su pluma suelta y sugerente lo descomponga en infinitas facetas. Su tema es la poesía como lectura del mundo, el rostro como espejo del destino, la liturgia como epifanía del misterio... Su tema, encarado por distintas vertientes, es la forma como condición del contenido: en una palabra, su tema es la belleza, esa belleza sustantiva de la que Dostoievski afirmaba —con frase que a Cristina Campo le gustaba repetir— que salvará la tierra.
Entre los ensayos recogidos en este libro se encuentra, por ejemplo, “Atención y poesía”, brillante declaración de principios de una poética rehumanizada. En su día fue traducido por María Zambrano, amiga de la autora.
Admiradora de Simone Weil y Hofmannsthal, de quienes repropone el magisterio con fascinante originalidad, Cristina Campo es una escritora deliberadamente marginal. Con una marginalidad que se puede calificar de aristocrática: con la marginalidad no de lo “underground”, sino de lo sublime.
Marginal era Cristina Campo, sobre todo, en su época, una época quizá de más prejuicios literarios que la actual.
Roberto Calasso, que la frecuentó en su juventud y que después se ha convertido en su principal editor, la presentaba, poco después de su muerte, como “una escritora que ha dejado la estela de unas pocas páginas imperdonablemente perfectas, totalmente extrañas a una sociedad literaria que no tenía ojos para leerlas. Esas páginas, sin embargo, encontrarán un día sus lectores. Y entonces aparecerán como una sorpresa verdaderamente desconcertante”.

venerdì 12 ottobre 2007

Leyendo el Quijote

En un lugar de mi casa, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, no ha mucho tiempo que vivía mi enjuta y desatinada persona..., la cual, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república..., abrir un blog.

Sí, estoy leyendo el Quijote: supongo que se nota. Y la verdad: pensaba que me iba a enganchar más... El hecho cierto es que llevo 150 páginas en la venta de Maritornes, con una ristra interminable de historias churriguerescas que no hay cristiano que resista: que si Cardenio y Luscinda, que si el cautivo y la mora Zoraida...

He tomado nota de una curiosidad: la frase más larga que recuerdo haber visto en una novela normal, en una novela digamos no experimental. ¿Alguien se ha encontrado alguna vez con una frase de más de 300 palabras? Pues bien, 307 tiene, en el capítulo 36 de la primera parte del Quijote, la que va desde “Pero a esta sazón acudieron los amigos de don Fernando...” hasta “...cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue”. Quien quiera, puede comprobarlo en la fuente. Como dato de referencia, este post (21 oraciones) tiene 356 palabras.

Leo en un libro titulado La cocina de la escritura, de Daniel Cassany, que en Francia se ha pasado de un promedio de 74 palabras por frase en los tiempos de Descartes a 15 en los Jean Giono. Vale. Supongo que luego ha llegado la televisión y hemos pasado a menos de 5, que es la retentiva máxima del homo videns. Yo, por ejemplo, confieso que me siento cómodo con frases de tres, cuatro palabras:

-“¿Por qué no dices algo?”
-“¿Qué demonios quieres que diga?”
-“¿En qué piensas?”
-“En nada.”
-“¡Entonces deja de morderte las uñas!”
(Scott Fitzgerald, Hermosos y malditos).

Sí, es lo que me gusta, lo que me provoca. Pero de momento sigo enfrascado con el Quijote.