domenica 29 novembre 2009

Luminosidad

A la distancia
exacta, las bombillas
se hacen estrellas.

Al nuevo presidente de la Unión Europea, Hermann Van Rompuy, calvo y aficionado al haiku, seguramente le gustaría éste, que bien se puede leer como un augurio de que, con él al frente de la barraca, las doce estrellas de la bandera europea brillen por fin con luz propia.

No es mío. Lo he encontrado en Casa propia (Renacimiento, 2004), un poemario de Enrique García-Máiquez. Sí, Máiquez: no García Márquez, sino García-Máiquez. Es un libro pequeño, de esos que caben en el bolsillo de un chubasquero y que uno se lleva cuando ha de coger el tranvía y va de manos libres, sin bolsa ni cartera.

Lo leí hace unos días yendo al Rione Monti (tranvía + metro, y a la vuelta lo mismo pero al revés). Me sorprendió su luminosidad: una luminosidad serena, natural, concreta. Porque García-Máiquez no comunica ideas, abstracciones, pildorillas de verdad o de escepticismo: habla de sí mismo, de su propia vida, de su propia mujer, de su propia casa.

Tiene cinco partes: la última, “Buenas noches”, es sobre la muerte y sobre el sueño, dos cosas tal vez distintas que el autor entrelaza sapientemente, sugerentemente, desde sus sentimientos de hombre recién casado. Las partes anteriores conducen hacia ésta. La cuarta es “Y otro día”, y está compuesta por un único poema, el más largo del libro, que celebra la cotidianidad, el día cualquiera, igual a los demás días, de quien atiende por Enrique García-Máiquez. Las otras tres son “Estudio”, “Galerías” y “Las ventanas”, y en ellas hay más referencias periféricas: a la calle, a los lectores, a otros poetas (Cernuda, en primer lugar).

La de Casa propia es poesía doméstica pero también elegante. Depurada y a la vez suelta. Luminosa, como digo, y sin embargo profunda, porque lo que su luz ilumina es la profundidad del alma.

venerdì 13 novembre 2009

Alda Merini: Come in esilio vado a domandare

Alda Merini è morta il giorno di Ognissanti. Per la sua goffaggine, e anche perché nel suo nome (“Alda Merini”) trovo una stimolante somiglianza con il mio, mi è stata sempre simpatica: la vedo come una con cui ho molto in comune. Certo: io, essendo molto più giovane di lei, non ho subito il manicomio, perché in Italia i manicomi sono stati chiusi nel 1978. Lei invece lo ha subito.

“Io trovo i miei versi intingendo il calamaio del cielo”, ha lasciato scritto non so dove. Adesso ecco che in quel calamaio si è tuffata tutta intera. Forse è il caso di ricordare questi toccanti endecasillabi del volume La Terra Santa (Scheiwiller, 1984), che hanno meritato di essere ripresi dieci anni fa tra quelle Poesie di Dio raccolte da Enzo Bianchi per Einaudi.

Io ti chiedo Signore per che passo
dovrei entrare senza più sentire
la tua voce di colpa e di rovina.
E invece approdo sempre alle tue sfere
quando mi mostri il firmamento...
Perché questo tuo incanto o questa frode,
cosa ti costa prendermi nel seno?
Come in esilio vado a domandare
alla luce e al giorno se hanno visto
orma di te lungo le siepi brune.